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El disfraz de enfermera en Halloween y la imagen de las residencias

miércoles 01 de noviembre de 2023, 13:16h
Javier Cámara, director de Dependencia.info.
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Javier Cámara, director de Dependencia.info. (Foto: Dependencia.info)

No deja de sorprenderme la capacidad que tiene este país para asumir costumbres que presenten connotaciones festivas. En una cultura de celebración del día de los Reyes Magos irrumpió hace ya unos años Papa Noel y ahora hay dos celebraciones, el 25 de diciembre y el 6 de enero (o 24 y 5).

Pasa lo mismo con las llamadas Semas Blancas, con las que muchos se preguntarán: ¿Y desde cuándo y por qué tenemos que cambiar nuestra vida y pedir días en el trabajo o modificar nuestras rutinas porque algunos niños se vayan a esquiar? Ese era el origen, ahora vale cualquier excusa para justificar esos días escolares libres de los más pequeños.

Y, por supuesto, Halloween y su noche, en dura competencia (quizá no tan dura, esta disputa es generacional) con la celebración del Día de Todos los Santos. Algunos han cambiado los huesos de santo, los buñuelos y los panellets por golosinas y chocolates, todas con una temática terrorífica. Muchos absorbemos las dos culturas: yo me como con mi hija una gominola con forma de cerebro, ojo o calabaza y luego unos buñuelos con mis padres.

Digo todo esto a colación de la implicación que tiene esta celebración de origen celta anterior al Cristianismo, aunque muchos piensen que viene de EEUU, con la costumbre de disfrazarse y que en esta materia se dé por bueno añadir sangre y cualquier tipo de arma, también sanguinolenta, a casi cualquier profesión. Así, no es raro ver un policía, un médico, una enfermera o, incluso y especialmente, monjas y curas con maquillajes demoníacos o cadavéricos y algún que otro objeto contundente y cortante tipo cuchillo, hacha o motosierra.

Un punto más allá, y aquí va el verdadero motivo de estas letras en una tribuna de opinión, el Consejo General de Enfermería ha lamentado “la proliferación de disfraces donde se alude a la profesión con una connotación ofensiva y denigrante”. Pone como ejemplo “los trajes de enfermera con atuendo muy corto y sexy que no responde a un uniforme real -ni remotamente parecido- a lo que se añade un baño de sangre y los tintes homicidas o de muerto vivientes típicos de esta celebración ya tan consolidada en nuestro país, especialmente entre niños y jóvenes”.

Se puede estar de acuerdo en la protesta o no, puede parecer exagerado o no, pero hay un hecho innegable y es la defensa que este órgano representativo hace de la imagen de la profesión, de la Enfermería.

No quiero que se me entienda mal, no es un “toque de atención” a las asociaciones que representan a los trabajadores de las residencias, desde todo punto de vista verdaderos héroes anónimos, o a sus empresas. Es más, siempre que en el desarrollo de mi profesión hablo con políticos, responsables de organizaciones, instituciones o grupos empresariales, se destaca la labor impagable de este colectivo.

Pero, entonces, ¿por qué le sigue dando vergüenza a algunos profesionales decir que trabajan en una residencia de personas mayores?

Esta sociedad, influenciada constantemente por las noticias vistas y leídas en los medios de comunicación (en un porcentaje muy elevado con un toque sensacionalista en lo que se refiere a este tema), las redes sociales y por las conversaciones entre amigos o vecinos sin un conocimiento real del sector, con frecuencia estigmatiza las ocupaciones que tienen que ver con el cuidado de las personas mayores. Las asocian a trabajos poco prestigiosos o de baja remuneración, motivos por los cuales muchos trabajadores pueden sentirse poco valorados o respetados y que su función es invisible.

Indudablemente, unos sueldos bajos, la falta de recursos y unas cargas de trabajo a veces excesivas hacen poco atractivo el sector y, lógicamente, puede afectar su autoestima.

Dicho esto, a modo de conclusión personal, opino que el sector geroasistencial, que nos incluye a casi todos los que se están leyendo estas líneas, para mejorar la imagen de las residencias debe seguir insistiendo en criticar, denunciar, censurar y reprender, como ha hecho el Consejo General de Enfermería con los disfraces sexis de enfermeras, todos los estereotipos negativos sobre la vejez y la atención a personas mayores que pueden influir, y de hecho influyen, en la percepción de la sociedad sobre este trabajo.

La calidad de la atención, con unos profesionales centrados en las necesidades individuales de cada residente, es excelente y eso hay que pagarlo. No es fácil cuando la viabilidad de muchos proyectos dependen en gran medida de la aportación de las Administraciones, que son las primeras que deben entender todo este problema y que sin recursos financieros, en muchas ocasiones, no puede haber un mejor servicio.

Pero también, y quizá no debería enumerarlo en tercera posición, las propias residencias deben interiorizar, priorizar, anteponer, dar un lugar prioritario en su organización a la transparencia. Es fundamental ser transparente en las políticas, los procedimientos, los costos, los resultados de calidad, ratios e incluso en las inspecciones de la Administración, ya que genera confianza en las familias y en esa sociedad permeable al amarillismo de una gran parte de los medios de comunicación.

Así pues, comunicación. Mucha comunicación. Comunicación efectiva, regular y abierta con las familias de los residentes primero y con toda la comunidad, la sociedad y la opinión pública después.

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