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Historietas: La encajera, por Susana Sierra

La encajera, de Johannes Vermeer
La encajera, de Johannes Vermeer
Por Susana Sierra Álvarez
miércoles 21 de octubre de 2020, 02:33h
Susana Sierra Álvarez, escritora y asesora lingüística. Corrección y redacción de textos.
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Susana Sierra Álvarez, escritora y asesora lingüística. Corrección y redacción de textos. (Foto: Susana Sierra)

Aurelia tiene una mirada azul acuosa, siempre hacia dentro, el pelo blanco, escaso y muy corto, y una piel transparente que en su cara se pliega como en un infinito juego de papiroflexia y en las manos se estira hasta ser tan transparente que se puede ver el latir de las venas.

Hace ya tiempo que vive en una residencia especializada, ninguna de sus dos hijas y mucho menos su hijo, que viaja tanto, pueden acoger a una anciana con la cabeza perdida, que necesita estar siempre vigilada pues, vale, no se mueve, pero que hay que limpiarla, cuidar de que no se deshidrate, hacerle masajes y ejercicios para que no se llene de llagas… y todo sin que responda a ninguna caricia, a ningún beso, a ninguna palabra, día tras día, año tras año.

En la residencia es más sencillo, profesional, todo está preparado para personas como ella, reducidas a seres recluidos en un interior desconocido, receptores de los cuidados vitales que mantienen la vida en el límite de la consciencia, o eso quieren creer quienes están al lado de Aurelia.

Emilia es la auxiliar que más tiempo pasa con ella. Lleva ya varios años lavando cada mañana a Aurelia, cortándole unas y pelo, peinándola. La anciana es tan ligera, que la mujer no tiene que pedir ayuda a ningún forzudo compañero cuando la levanta en brazos sin esfuerzo y la sienta en la silla de ruedas para llevarla al comedor y de allí al salón de la televisión, y de allí al jardín, y de allí a la cama… Cada día igual a otro, Aurelia permanece encogida, casi en posición fetal, y deja vagar la mirada sin posarse en nada. Emilia, aunque hable de vez en cuando con las hijas de Aurelia, siente que en realidad no sabe nada de ella, ni siquiera si aún queda algo en su mente devastada.

Una o dos tardes a la semana suelen organizarse en la residencia actividades con monitores que hacen un variopinto despliegue de terapias. Aurelia ha permanecido indiferente a todas: a la música, al teatro, a las lecturas, a las visitas de niños, títeres, danza… ni siquiera se inmutó cuando fueron unos perros y se organizó un revuelo de cuidado cuando la señora Eulalia se aferró a uno de ellos y decidió que se lo quedaba.

Este miércoles se había programado una exhibición peculiar: en la soleada habitación que se usaba como salón multiusos y para recibir a las visitas entraron diez niños y niñas cargados con bolsas y unas grandes almohadillas de color azul cobalto que llamaban mundillos. Sentados en círculo, ante la expectación de todos, excepto de la impasible Aurelia, sacaron papeles con patrones, alfileres y bobinas y empezaron a entrelazar el hilo tejiendo delicadas blondas, mientras el característico sonido de los bolillos de madera al chocar entre ellos llenó la estancia con un sorprendentemente acompasado cla-cla-cla. El encaje crecía lento, como un pequeño milagro. Al lado de Emilia, la mirada de Aurelia, por primera vez en muchos años, se activó, fija en las ágiles manos de una muchacha que con destreza entrelazaba los blancos y finos hilos. Las manos siempre inertes de la anciana se levantaron y los dedos hicieron un movimiento que señalaba de manera sutil la labor de que brotaba entre los alfileres.

Lo inusual de los movimientos de las manos de Aurelia hicieron que Emilia se fijara en ella, está nerviosa, agitada, es muy insólito. Alarmada, la cuidadora se disponía a llamar al médico, cuando la terapeuta ocupacional le pidió a la muchacha en la que Aurelia tenía fijada la mirada que le deje su almohadilla. Con delicadeza, la niña colocó el aparatoso mundillo encima de las piernas de la anciana y se lo sujetó, mientras Aurelia acariciaba con delicadeza extrema la pieza tejida, las agujas, los bolillos y mueve sus dedos con torpe agilidad.

La "resurrección" de Aurelia supuso un acontecimiento. Tras la marcha de los alumnos del taller de encaje que organizaba el ayuntamiento, la anciana volvió a recogerse en sí misma, en un repliegue hacia zonas profundas y secretas. Tras mirarla un rato intensamente, Emilia se levantó y llamó a la hija mayor de su sorprendente compañera y recogió sus palabras como un tesoro para llegar a la mente dormida de ella: Aurelia es natural de Almagro, de oficio encajera desde los nueve años. Una vida llena de avatares la llevó a dejar su amado oficio al trasladarse a la capital, al dejar de ser rentable y al suponerle un sobreesfuerzo en la vista. Hacía más de treinta años que no tenía entre sus manos la pulida madera de los bolillos, ni la suavidad extrema del hilo de seda o de fino algodón, pero la niña encajera permanecía en ella, agazapada, aún vivía viendo como crecía entre sus dedos la delicadísima labor que creaba mantillas para mujeres de la nobleza, pañuelos para damas y ajuares de novias afortunadas.

Para Aurelia fue el camino para salir de su oscuridad y para los demás, el de conectar con ella. En la reunión de profesionales se propuso grabar el peculiar sonido del entrechocar de los bolillos y hacerse con una almohadilla de hacer encaje para Aurelia. Por las tardes, durante la hora que Aurelia escucha el amado cla-cla-cla que definió su vida, acaricia su almohadilla color cobalto y renace. Su postura se relaja, su vista se fija, asoma lo que parece una sonrisa. En la residencia ya no es una más a quien atender, es Aurelia la encajera, tiene una historia de vida que ofrecer.

Poseemos un refugio donde escondernos, nos lo guardamos en secreto y escogemos quien puede llegar a él. A veces nadie. Incluso las personas que aún estando con nosotros parece que se han ido ya, las que ya solo parecen existir en un lugar inaccesible, tienen un resorte a la espera de que alguien lo pulse y les ayude a volver, aunque sea durante un valioso instante.

Susana Sierra Álvarez, asesora lingüística. Corrección y redacción de textos

Autora de Guía para corregir textos dramáticos. Cómo corregir textos dramáticos sin que sea un drama

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