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Historietas: Las vueltas de la vida, por Susana Sierra

Bastón de persona mayor.
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Bastón de persona mayor. (Foto: Pixabay)
Por Susana Sierra Álvarez
martes 09 de mayo de 2023, 23:54h

Cuando Eusebio levantó la vista, no se podía creer la aparición que se materializaba antes sus ojos. «No me lo puedo creer. Cuántas residencias habrá en la provincia y no viene este memo a la mía. Es una condena».

-Señores, atención -dijo la enfermera con esa alegría aprendida en los cursos de inteligencia emocional- les presento a Lorenzo. Lorenzo, estos son su compañeros, espero que se lleven bien. A veces incluso se encuentras viejos amigos. ¡Bienvenido!

Lorenzo avanzó con timidez, algo cohibido por el lugar, y alrededor de veinte personas que en el salón de la residencia veían la televisión, leían, jugaban a las cartas, hacían punto. habían levantado la vista y luego habían seguido indiferentes con sus quehaceres.

De repente, una mirada le paralizó. Sentado en una de las mesas, con las cartas en la mano y colocando sin ver una en el tapete, Eusebio le taladraba lleno de furia. «Será posible. Y mis hijos diciéndome que no viniera aquí, que estaba lejos y que nadie del pueblo estaría. Ahora tendré que verle la jeta asquerosa todos los días, espero que no me obliguen a hablar con él».

Eran enemigos desde que tenían seis años, cuando rivalizaban por cuál de ellos corría más o mataba más renacuajos, luego fue quién robaba más manzanas, después quién bebía más sin emborracharse y la cosa fue ya el hazmerreir del pueblo cuando los dos se encapricharon de la misma moza que, harta de ellos y de las chuflas a partes iguales, les dio a ambos calabazas.

El paso de los años les llenó de rencor. Lejos de seguir con su vida cada uno por su lado, quiso el destino que fueran de los pocos que no emigraron y que prosperaran arrendando las tierras de los que marcharon. Gracias a eso, pudieron iniciar una historia de pleitos por lindes, porque las ovejas pastaban donde no les tocaba, porque tu hijo es más tonto que el mío. Todo valía.

Sus paisanos decían que los dos pendencieros habían tenido suerte de nacer cuando la guerra ya había acabado, que si no habrían terminado muy mal. Con el tiempo, sus monumentales peleas se convirtieron una anécdota cansina que ya no hacía gracia nadie.

Por fortuna para los dos hijos de Lorenzo y la hija de Eusebio, no habían heredado las rencillas que en los pueblos pasan de generación en generación, probablemente porque era tan exagerada la animadversión y había dado para tantos chistes que prefirieron ser sensatos y mantener la cordialidad y las formas, amén de que primero los estudios y luego los trabajos los alejaran definitivamente de sus hogares natales.

Lorenzo se sentó enfrente de la televisión y Eusebio siguió con su partida. No se volvieron a dirigir la mirada.

En las semanas siguientes iniciaron un juego del escondite bastante ridículo que acabó llamando la atención de cuidadores y demás personal. Cuando Eusebio veía a Lorenzo esperando en la puerta de comedor, le entraban ganas de ir al baño y se retrasaba; cuando había una actividad a la que apuntarse examinaban la lista y si veían el nombre del otro se borraban; cuando tenían visita evitaban ir al jardín y se metían en alguna de las salas de cara a la puerta para controlar si el otro entraba y, si así sucedía, este se daba la vuelta lo antes que podía; cuando les tocaba juntos en la sala de fisioterapia, los dos alegaban que no podían ir por males variopintos que iban desde inexistentes catarros a inventados vértigos, etc.

La situación era tan llamativa que el director los citó en su despacho. Llegaron a la vez y se sentaron lo más lejos el uno del otro, como si un campo eléctrico los separara.

-Señores -dijo el director muy serio-, esta situación es ridícula. He hablado con sus hijos y me han dicho que son paisanos. Sé que en el pasado tuvieron sus problemillas, pero, por favor, seamos sensatos, van a convivir aquí muchos años y mejor que se lleven bien, ¿no les parece?

Los dos ancianos permanecieron en silencio. Sus caras arrugadas por los años y la mala leche reconcentrada de años no invitaban al optimismo.

-A partir de ahora -continuó el director-, comerán en la misma mesa con el mismo horario, respetarán las actividades programadas y acudirán a ellas, si no hay otro sitio, se sentarán juntos en la misma sala y, si se tercia, al cruzarse se saludarán.

-Antes muerto -murmuró Eusebio.

-Antes lo mato -susurró Lorenzo.

-No me obliguen a ponerles juntos en la misma habitación. O se comportan como adultos o tendré que adoptar medidas extremas. Tengo el permiso de sus hijos. Pueden irse.

Los enemigos bajaron la cabeza. Se levantaron como si les hubiera caído una piedra encima, salieron del despacho uno detrás de otro y, por primera vez en sus largas vidas, no renegaron cuando se tuvieron que cederse el paso.

Pasaron las semanas y los meses. No se dirigían la palabra, pero tras las dudas iniciales se estableció un acuerdo tácito por el que se toleraban la presencia mutua. Día a día compartían espacio, mesa, Lorenzo hacía ver que no escucha cuando Eusebio charlaba con un compañero y Eusebio remoloneaba alrededor, como quien no quiere la cosa, cuando Lorenzo contaba una anécdota del pueblo. Se habían convertido en una costumbre el uno para el otro y el pasado, aunque no diluía en la memoria, poco a poco pesaba menos.

Un día Lorenzo no se sentó en la mesa a mediodía. Tampoco fue a fisioterapia. Eusebio, que tanto había deseado que le pasara una desgracia, se inquietó como si se tratara de su mejor amigo. Tras la cena, una de las chicas le tomó del brazo y con cara de circunstancias le dijo:

-Lo siento, Eusebio, pero su paisano Lorenzo se puso malo la noche pasada. Lo llevamos al hospital, pero no se ha podido hacer nada. Por lo visto llevaba varios meses enfermo, ya lo estaba antes de venir. Le acompaño en el sentimiento.

Y allí le dejó, con un abismo en los pies en el que sintió que se caía. «Y ahora a quién voy a odiar. Maldito, morirte antes que yo, lo has hecho a posta para ganarme». Y una lágrima resbaló hacia la barbilla en homenaje al que pudo ser su amigo y lloró por la oportunidad y el tiempo perdidos.

Susana Sierra Álvarez, asesora lingüística. Corrección y redacción de textos

Autora de Guía para corregir textos dramáticos. Cómo corregir textos dramáticos sin que sea un drama

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