dependencia.info

Historietas: Doña Pilar, por Susana Sierra

Historietas: Doña Pilar, por Susana Sierra
Ampliar
Por Susana Sierra Álvarez
miércoles 21 de abril de 2021, 02:27h

—Buenos días, doña Pilar, —saludó, tan amable como siempre, Felisa, la auxiliar de geriatría, que atendía a la anciana—. ¿Qué tal amanecemos hoy?

—Buenos días, querida Felisa. La verdad es que me encuentro fantástica, después de la enorme sorpresa de ayer, tan inesperada y tan maravillosa, que me agitó como hacía mucho que nada lo hacía. Y me cansó, y lloré y reí a partes iguales, pero fue irrepetible. Ahora sí que me puedo morir tranquila, hija, después de ver, vivir y sentir tantas emociones.

Felisa sonríe para sus adentros. —Fue muy emotivo, doña Pilar, la verdad es que sí. Todos los compañeros estábamos casi a moco tendido de tan emocionados. Y claro, es que no todos los días vienen exalumnos, algunos de ellos ya más que sexagenarios, a celebrar el cumpleaños de su antigua maestra, a la que, por cierto, según nos dijeron, tanto quieren y deben.

—Ya sé que todos vosotros fuisteis cómplices de tamaña locura, que no olvidaré durante el resto de vida que me queda que, por propia ley natural, no creo que sea mucho ya.

—No diga usted esas cosas, doña Pilar. Usted tiene correa para rato, solo hay que ver lo bien que está y desde ayer parece que le han regalado años de vida.

—Lo digo sin pesar, querida Felisa. He vivido mucho. Me tocaron los años más difíciles que le podían tocar a alguien que, de forma vocacional, su mayor deseo era no tanto enseñar como compartir sus valores e ideales con los pequeños, que son los mayores que viste ayer. La gente no da importancia a esas cosas porque no piensan que ese mañana va a llegar, o porque queda demasiado lejos, o que esos mayores que son hoy los pequeños van a ser adultos algún día. Y sí que llega el mañana y sí que crecen esos niños, que son después los que hacen un país o lo destruyen. Y yo, como digo, tuve que pelear mucho contra unos y otros, e incluso contra mí misma, para no desfallecer por inculcar aquello que consideraba bueno para ellos… no tanto letras y números, que sí, por supuesto, sino también deseos de aprender, de compartir, de vivir y conocer lo que ocurre en el mundo… Y todo ello a veces con miedo, pero nunca sin ganas. Y después, cuando veía sus caritas ensimismadas por los libros que les leía en secreto, o mientras les contaba películas que vi en un viaje que hice a Estados Unidos con un novio americano que tuve y que no cuajó, pero al menos para eso me sirvió —doña Pilar guiña un ojo a Felisa, que sonríe cómplice—, cuando les veía así, sin pestañear, embobados, sabía que merecía la pena. Y sobre todo, aunque conocía de sus vidas a través de gente del pueblo y por alguna que otra carta que recibí y mandé, lo de ayer… lo de ayer me acaba de demostrar que lo que hice sirvió para algo, que aquellos niños, a lo que tanto les costó salir adelante en aquella época indeseable, a los que un «tres por tres» se les hacía un mundo, hoy son, cada uno con sus ideas, como es lógico y deseable, «en el buen sentido de la palabra, buenos», como decía el poeta al que, por cierto, tantas veces recurrí. Por eso te digo, querida Felisa, que doy por válido lo vivido y puedo considerar, sin temor a equivocarme, que he sido una persona tremendamente feliz. Y aunque una mujer joven y sola en aquellos tiempos, sin hijos, sin un hombre que la «cuidara y protegiera» no era asunto banal, y siempre percibía bocas abiertas a mi alrededor deseando lanzar «buenos propósitos de protección», yo siempre las callaba diciendo que para qué quería más hijos que los suyos, los de los hombres y mujeres que no habían podido ir a la escuela, y que yo me encargaría de que eso no pasara con sus ellos, pues también eran los míos. Y para qué más hombres que aquellos jovencitos que me traían leña para la escuela para que no pasáramos frío. Y todos quedábamos conformes: los unos porque en mi decisión de soledad veían una voluntad de sacrificio casi espiritual, y yo porque me dejaban tranquila. ¡Hay que ver, hija, lo que una mujer tenía que inventar simplemente por no casarse ni tener hijos, fuera por la razón que fuese!

—Tiene usted tanta razón, doña Pilar. Mi madre, que es más o menos de su edad, también me lo dice tantas veces… —dice la auxiliar.

-—Pero bueno, hija, menuda cháchara te estoy dando, que parece que estoy dando un discurso de qué sé yo —se excusa doña Pilar—. La verdad es que, volviendo a lo de antes, la llegada de Luisita, Pedrito, Tomasín y Carmencita, que a sus sesenta y algo de años para mí siguen llamándose así y a ellos les hacía mucha gracia cuando los nombraba por el diminutivo en la clase improvisada de ayer —las dos ríen— ha sido un remover todo, desde lo que me acordaba a lo que no y, me ha hecho volver a pensar en lo que disfrutaba haciendo lo que hacía y que el tiempo, que todo lo adormece, hizo que quedara aparcado. Y es que cuando gusta algo de verdad, cuando se disfruta y se siente, nunca se entierra del todo, aunque pase todo el tiempo del mundo y las circunstancias te alejen de ello. Solo hace falta esa café y esa magdalena que, al morderla, te haga recordar todo lo vivido.

—¿Tiene usted hambre, doña Pilar? ¿Le traigo un zumito? —pregunta Carmen, que vuelve de su ensimismamiento. Le encanta escuchar a esta mujer.

—Ja, ja, ja, —ríe doña Pilar—. ¡No, hija, muchas gracias! Estaba haciendo referencia a… bueno, sí, un zumito no me vendría nada mal. Después de la resaca de mosto de ayer… ¡ja, ja, ja!

—¡Pues eso está hecho! —resuelve Felisa.

Y mientras la auxiliar va por el zumo, doña Pilar, en la soledad de su habitación, rodeada de sus queridos libros, que nunca la han abandonado y de los que nunca se separó (no como de algún que otro novio que no cuajó, como diría ella), con una sonrisa casi imperceptible, los ojillos vivos, detrás de las gafas de concha de carey de gruesos cristales, con ávidos pensamientos de volver a ganar un tiempo que nunca perdió, con el deseo de seguir haciendo lo que siempre ha hecho (y parece que bien), se dirige al despacho de la directora de la residencia para notificarle su inapelable decisión de abrir una escuela a sus ochenta y siete años.

Susana Sierra Álvarez, asesora lingüística. Corrección y redacción de textos

Autora de Guía para corregir textos dramáticos. Cómo corregir textos dramáticos sin que sea un drama

Valora esta noticia
4
(1 votos)
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios