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Historietas: El primer día de trabajo, por Susana Sierra

Una residencia de personas mayores.
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Una residencia de personas mayores. (Foto: Pixabay)
Por Susana Sierra Álvarez
miércoles 06 de abril de 2022, 02:02h

Cuando entré por la puerta de la residencia todo lo que sentía eran inseguridades. Mi vida se había dado la vuelta y lo único que podía hacer era tirar de ella.

Al doloroso divorcio tras más de veinte años se unía la precariedad económica. La exigua pensión alimenticia para mis tres hijos no daba para llenar el carro de la compra las veces que exigía el hambre de unos voraces adolescentes, ni pagaba las facturas del modesto piso del barrio dormitorio en el que vivíamos.

Urgía una reinvención, pues los ahorros volaban. La edad era una presión. Reinventarse con cuarenta y cinco años era una montaña, pero subirla se hacía obligatorio. No hay nada que estimule más que deber dos meses al casero o pedir que fíen en la frutería.

El anuncio de plazas para trabajar en una residencia para mayores me pareció una oportunidad. Nunca me lo había planteado, pero seguro que no era difícil, total, qué tendría que hacer, limpiar y cuidar, lo que había hecho con mis hijos toda la vida.

Me presenté sin formación, sin saber nada, acuciada por la necesidad. No sé qué vería en mí la directora de personal, me miraba con cara expectante mientras soltaba mi discurso aprendido de lo que me gustan los ancianitos, de que soy cariñosa, de que toda la vida he cuidado de mis hijos… Me dejó que acabara, ahora sé que pardillas como yo se le presentaban casi cada día. Sin embargo, algo debió ver, porque me dijo que de acuerdo, que empezaría al día siguiente, pero que como no tenía formación, que de momento me incorporaba en los turnos de limpieza, me dio un papel con cursos a seguir si estaba interesada y más adelante veríamos si me dedicaba a cuidar de las personas en vez cuidar de que los pasillos y cristales estuvieran limpios.

Y así empezaron los siguientes veinte años de mi vida. A las pocas semanas de pasar fregonas y trapos, sentía que eso era poco. Me cruzaba con los residentes, cuidadoras, enfermeros…, a todos los saludaba y enseguida dejaron de pasar a mi lado como quien pasaba al lado de un taburete y me sonreían. María, la primera mujer de la residencia que me saludó y con la que intercambié tres frases, abrió una ventana en mi mente sin ella saberlo.

Me gustaba charlar con los residentes, mejor dicho, me gustaba oír lo que querían decir, a veces quejas, a veces su vida, a veces la pelea con el vecino de habitación, a veces no entendía nada, era inconexo pero, aunque fueran las palabras de una persona con lagunas y deterioro, para mí eran fuente de vida y era feliz escuchándolas.

Al primer toque por pérdida de tiempo en mi tarea, me puse manos a la obra y rescaté las referencias que me dio el primer día la directora. No fue fácil ponerse a mi edad a estudiar. Los turnos de trabajo se adaptaron a las clases y los estudios en casa al sueño de mis hijos. Uno tras otro cayeron cursos, especialidades, seminarios… y cuando los hijos adolescentes empezaron a volar y a dejar el nido llegaron la universidad y los congresos. En paralelo pasé de limpiar suelos a otras tareas: cocina, ayudar en el comedor, asear y vestir, organizar actividades, acompañar en circunstancias complicadas... Pasé por muchos de los trabajos y responsabilidades de la casa, que también era mi casa, y siempre conocí a cada persona que vivía y trabajaba en ella por su nombre.

La vida en una residencia es a la vez fácil y difícil para los residentes. Fácil pues tienen rutinas, horarios e intendencias resueltas que facilitan la vida, difícil porque no siempre se puede elegir compañeros, ni lo que se come, el ocio está estructurado y, en general, la improvisación y la libertad para alterar rutinas no son bienvenidas.

Para los trabajadores también es fácil y difícil. Fácil porque hay protocolos y reglas que si se siguen proporcionan seguridad de que lo que se hace, se hace bien, porque el trato con las personas puede ser muy gratificante, porque te pagan a fin de mes. Y difícil, muy difícil, porque trabajar con personas no es lo mismo que trabajar en una fábrica; el producto de trabajar con personas es su bienestar, y eso no se consigue de manera sencilla. También es difícil porque no todos valen para todo y porque cada persona mayor es un mundo, con su historia de vida, su buen o mal carácter, sus achaques, sus debilidades, sus virtudes, con su familia o con la ausencia de ella. Y lo mismo que el trato con personas mayores (como con las que no lo son) puede ser gratificante, también puede ser todo lo contrario.

En años he visto pasar varias decenas de trabajadores, algunos se han jubilado, otros encontraron otra cosa que les llenaba, o (les pagaba) más, otros no tenían el carácter y aptitudes para esta tarea.

En estos años se han pintado varias veces las paredes, se han hecho reformas en la cocina, el comedor y la sala de estar. Se han reamueblado las habitaciones. Los árboles del jardín se han hecho inmensos, dos generaciones de rosales florecen en los parterres y la ampliación que se hizo en un ala que permitió añadir un gimnasio y encima otras diez habitaciones ha sido un éxito.

En estos diez años he visto a los residentes llegar. Acompañados de familiares en su mayoría, a veces solos. Muchos con la mirada algo desconcertada, con ansiedad ante lo desconocido. A veces he sentido su resignación al llegar a la habitación por primera vez. Les he visto después cómo se adaptan, cómo establecen relaciones, cómo se apuntan a actividades y excursiones, cómo consiguen ser felices y vivir con alegría. Y también les veo marchar. En estos años se han ido los primeros que conocí, los que hicieron que quisiera conocerles mejor, cuidarles mejor, escucharles, aprender de ellos.

En mi último día de trabajo en la residencia, recuerdo mi primer día. Recuerdo las caras de todos y doy gracias por la oportunidad de que mi trabajo fuera cuidar a quienes tanta vida han vivido y que a mí me han regalado.

Mientras entraba en mi coche oía los aplausos y voces y el sonido al viento de la pancarta: "Los residentes le desean feliz jubilación, señora directora. ¡Nos vemos!".

Susana Sierra Álvarez, asesora lingüística. Corrección y redacción de textos

Autora de Guía para corregir textos dramáticos. Cómo corregir textos dramáticos sin que sea un drama

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