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La lógica del sinsentido

Por Carmelo Gómez Martínez
martes 19 de septiembre de 2023, 18:44h
Carmelo Gómez Martínez, enfermero especialista en Geriatría.
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Carmelo Gómez Martínez, enfermero especialista en Geriatría.

Acabamos de comenzar el nuevo curso 2023/24. Ha sido un verano aparentemente apacible salvo por el intenso calor y por algunas noticias que no han trascendido lo suficiente teniendo en cuenta la enorme relevancia que tienen.

Estas informaciones, algunas emitidas por medios de comunicación de amplia cobertura y otras por medios mucho más específicos, suponen nuevas formas de ver la realidad de una enorme trascendencia para los mayores y todo lo referente a su atención. Algunas las comentaremos brevemente a continuación.

Desafortunada es la única manera de calificar la expresión que desde un medio de comunicación escrito refería José Ignacio Conde-Ruíz, economista que como tantos otros por lo visto ahora son especialistas en esto de la vejez, y que decía lo siguiente: “La reforma de las pensiones se va a comer todo el margen para las políticas de los jóvenes” (El Mundo, 26-08-2023). Visto así, y suponiendo que no quisiera ser maleficente, la expresión denuncia una culpabilización de los mayores en relación al supuesto bienestar que merecen los jóvenes, como si aquellos por el mero hecho de cumplir años sentenciaran el futuro de estos.

Claro, que no es de extrañar tal imprudencia moral si recordamos otras desafortunadas, aunque sospecho que mucho menos inocentes, declaraciones de madame Christine Lagarde, la cual advertía acerca de los problemas económicos causados por la progresiva longevidad, dando como solución políticas de bajadas de pensiones y aumento de edad de jubilación, en lugar de promover políticas de empleabilidad destinadas a los jóvenes.

Atentos a esto porque no se entiende por la mayoría de empresarios la reivindicación que en estos meses Manuel Pérez-Sala, presidente del Círculo de Empresarios, ha manifestado en una declaración en la que defiende una ampliación del aplazamiento voluntario de la edad de jubilación entre los 68 y los 72 años. Lo que no se entiende tanto son las prisas que se dio Garamendi, presidente de la CEOE, para desmarcarse de estas declaraciones en los días siguientes.

Por el mismo argumento tampoco se entiende que no se haya dejado que Pilar Ruíz-Va, profesora de la UNED recientemente jubilada, haya seguido dando clases, más si cabe cuando sus sexagenarios alumnos así lo pedían y no hay evidencias de menoscabo de sus facultades físicas ni mentales para cumplir con tan noble tarea. ¿No sabemos lo que queremos, o sí?

Más allá de las conjeturas y diversas opiniones que mis disquisiciones anteriores pudieran provocar es importante resaltar una información de las que no llega a todo el mundo. Por conocimiento propio me atrevería a decir que tampoco llega a la totalidad del sector al que afecta, el de las enfermeras. Hace solo unas semanas, el Ministerio de Sanidad hacía pública la oferta de plazas de enfermeras especialistas vía EIR (corresponde al itinerario formativo de las enfermeras análogo al que hacen los médicos vía MIR). Destaca en el listado de plazas dos especialidades que curiosamente son objeto de un seguimiento estadístico escrupuloso por el Instituto Nacional de Estadística (INE), las de Pediatría (población menores de 14 años) y las de Geriatría (población mayores de 65 años).

Las destinadas a formar especialistas en Pediatría en el próximo curso 2024/2026 son 246, mientras que las destinadas a formar a enfermeras especialistas en Geriatría son 85, o lo que es lo mismo, una tercera parte de las de Pediatría. No es que tenga algún problema con mis compañeras enfermeras de Pediatría, ni mucho menos. En nuestro país la ratio de enfermera por paciente es la más baja del espacio europeo, y cuantas más enfermeras se titulen y de éstas más se especialicen, mejor que mejor. Pero no podemos dejarnos llevar por el calentón fácil. La responsabilidad no es ni de las enfermeras, que reivindicamos lo que entendemos que nos corresponde por justicia social, ni de los pacientes (niños y ancianos). Los responsables últimos son aquellos que toman decisiones fundamentales basadas en los datos, en las cifras estadísticas, lo que viene a denominarse gestión basada en evidencia.

El año pasado el INE adelantaba en una nota de prensa que para el año 2037 el grupo de personas mayores supondrá un 26% de la población española, porcentaje que ascendía hasta el 52,9% para el año 2072. Es también el INE el organismo que en esa misma nota de prensa afirmaba que el número de nacimientos irá disminuyendo paulatinamente hasta un 14,2%, comparando con los nacimientos de los últimos 15 años. En síntesis, paulatinamente habrá más personas mayores y menos niños. Si esto es así, ¿porqué no financia el Estado mucho más y mejor a las comunidades autónomas para que aumenten la oferta de unidades multidisciplinares de Geriatría y con ellas las de geriatras y las de enfermeras especialistas en geriatría?

Un argumento que suelen exponer es que no hay demanda de plazas. Esta prueba es pueril y hasta jactanciosa pues suele presuponer que los pobres ciudadanos somos tan cretinos para no darnos cuenta de la realidad que nos rodea. Vamos a contra-argumentar. Por un lado, para sacar la oferta de plazas de Pediatría, o de matronas, o de Salud Mental, también la de neocirujanos, por ejemplo, no es la “demanda social” sino la necesidad sanitaria de asistir los problemas de salud de la población, y también por la obligación constitucional de ofrecer atención sanitaria a todos los ciudadanos, expresada en lista de espera y en el registro de morbilidades, las que imperan en el criterio para decidir sacar estas plazas adelante.

Por otro lado, una trampa muy empleada es decir que no se suele solicitar por parte de los que han aprobado el acceso EIR; esto es lógico, aunque no cierto del todo, pues todo nuevo especialista, tras sus dos años de formación, lo que quiere es trabajar en la especialidad para la que ha estudiado. Lo que ocurre es que en las comunidades autónomas no suelen existir bolsas de empleo público específicas para las enfermeras especialistas en Geriatría, aunque sí las hay para el resto de las especialidades. Tampoco existen bolsas de empleo privado como se ha manifestado en el recientemente publicado nuevo convenio colectivo marco del sector de la dependencia.

La única solución pasa por la siguiente secuencia lógica:

1º) crear plazas laborales (públicas y privadas) de enfermeras especialistas en Geriatría y aumentar ostensiblemente el número de las ya creadas;

2º) aumentar progresivamente el número de plazas de especialistas en Geriatría en formación (EIR);

3º) desarrollar políticas sanitarias de una verdadera y real atención sanitaria y sociosanitaria, tanto en el ámbito de la atención primaria como en las residencias (ya sean públicas, privadas o concertadas).

Tras esta argumentación que considero lógica, se entiende que las enfermeras especialistas en Geriatría nos enfademos, nos preocupemos y nos alarmemos por la impunidad con la que se acometen políticas públicas, y privadas, destinadas a atender al sector poblacional de personas mayores. La lógica se transforma a voluntad del político, y de algunos gestores, hasta degenerarse en escandaloso despotismo. Pretenden investir de lógica lo que a todas luces es un sinsentido. Si ante problemas sociales y sanitarios denunciadas por la lógica aplastante no tomamos soluciones entonces no merece la pena molestarse por dilucidar otros caminos.

La única conclusión es que a los que hacen las normas y las políticas parece que no les importa lo más mínimo el futuro de los mayores, y mucho menos cumplir lo que anteriores decretos que ellos mismos aprobaron refieren en cuanto al desarrollo de las especialidades de Enfermería.

La pandemia nos enseñó solo la punta del iceberg de la soledad que experimentan los mayores, sus familias, los gestores de los servicios que les atienden y también la de los profesionales sanitarios que quisimos atenderles bien. También nos enseñó que a los responsables últimos no les ha temblado el pulso para pasar página sin tomar ni una solución que se pueda poner en práctica, fríamente y sin un rastro de corazón latiendo dentro del pecho.

El papel no salva vidas, eso solo lo hacemos las personas. Las que se perdieron ya nunca las podremos recuperar, pero las que se están poniendo en peligro año tras año, para esas sí que todavía queda la esperanza de que alguien aplique corazón y lógica.

Carmelo Gómez Martínez es enfermero especialista en Geriatría
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