Hace poco en una presentación he escuchado, como prueba de que todo cambia, pero en lo esencial seguimos siendo bastante parecidos, una frase que me ha parecido muy interesante: "La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran en una sala. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros". Algo que podría parecer tan de hoy, me explicaron, fue dicho por Sócrates hace casi dos mil quinientos años ante lo que todos nos sorprendimos y concluimos que el gran filósofo perfectamente podría haber compartido mesa con nosotros entendiendo los problemas de hoy.

Me gusta muchos que me inviten a participar en jornadas y congresos, ahora que se vuelven a hacer presenciales, sobre todo porque tengo la ocasión de hablar con gente “en tres dimensiones”, no solo en pantalla y encima puedo dar mi opinión sobre lo que ha sucedido, está sucediendo, e incluso lo que va a suceder en el sector geroasistencial. Eso último hay que cogerlo con pinzas y extrema cautela, ya que mis dotes proféticas son tan buenas como las de cualquiera.
Casi siempre empiezo mis intervenciones diciendo que lo que ha sucedido durante la pandemia “da igual”. Que lo verdaderamente importante es cómo lo recordemos y cómo escribamos la historia de lo sucedido ya que, dependiendo de ese relato tomaremos unas decisiones u otras. Por supuesto que cuando digo que “da igual” estoy usando una simplificación extrema. Por supuesto no “dan igual” los muertos y el sufrimiento que ha ocasionado esta crisis sanitaria, el dolor de quien supo de la enfermedad y el fallecimiento de un ser querido y no pudo confortarle en sus últimos días ni acompañarlo en el entierro. Esa pesadumbre asolará a los supervivientes durante todas sus vidas. Lo que quiero decir es que, como sociedad, debemos hacer un gran esfuerzo para entender qué causó la expansión de la enfermedad; por qué murió tanta gente en residencias; si falló lo existente o sencillamente se sometió a un embate imprevisible e insoportable. Debemos superar lo que parece obvio e investigar qué sucedió y qué podría haber sucedido diferente si hubiéramos hecho cosas distintas. No hay que tomar nada por cierto sin comprobarlo y, finalmente, hay que escribir la historia.
Hace cien años, cuando se escribió la historia de la anterior pandemia, se decidió bautizarla como “gripe española” aunque nada tenía que ver su origen con nuestro país. Esta pandemia podría perfectamente haberse conocido como la “gripe china” o de Wuhan, pero pasó de conocerse como la del “coronavirus” a la de Covid-19. ¿Tuvo algo que ver China con ese cambio?
En mi opinión, las residencias han actuado desde febrero de 2020, en general, razonablemente bien; teniendo en cuenta que eran lugares “no sanitarizados” donde se promovía la convivencia y el contacto estrecho entre personas mayores, muchas de ellas con enfermedades crónicas y deterioro cognitivo, hasta que se decidió cerrarlas al mundo, prohibiendo visitas de familiares, sectorizarlas como se pudo y aislar a sus residentes. Las primeras medidas (baja laboral de los empleados que hubieran estado en contacto con enfermos; reparto desigual de material de protección; desinfección de las instalaciones con peróxido; mantenimiento de los mayores en las residencias limitando la posibilidad de derivación…) intentaron contener la enfermedad, aunque todavía no sepamos exactamente qué medida tuvo qué resultado. Lo que sí sabemos de forma empírica y superdemostrada es que lo que acabó con las muertes y permitió dar la vuelta a la situación fue el proceso de vacunación.
Como estamos en la época de la “posverdad” en la que muchos se empeñan en comunicar “su verdad” sin contrastarla con la realidad fáctica. Hay quien niega el efecto beneficioso de las vacunas y quien relaciona las muertes en residencias con “la privatización” que éstas han sufrido. Tal como he intentado demostrar en varias ocasiones esa privatización no se ha producido nunca y aun así el hecho de que eso se repita muchas veces hace que muchos estén convencidos. No pido a nadie que crea lo que digo, sino que compruebe si los datos que aporto son ciertos. Esa es la forma en la que se puede separar el grano de la paja.
Si el hecho de aislar en sus habitaciones durante semanas, incluso meses, fue más beneficioso que perjudicial es algo por investigar. Aun así, si llegase un nuevo brote, quizás volveríamos a hacerlo sin pensar en las consecuencias negativas y sin preguntar nada a los residentes que sufrirían la reclusión. Necesitamos estudios e informes que contrasten lo que se hizo. Hasta que los tengamos podemos leer noticias contradictorias: en esta se dice que el confinamiento salvó a miles de ancianos en Francia, en esta otra defienden que el confinamiento de residentes causó muertes.
Si el relato que se consolida consiste en que murió mucha gente en residencias porque éstas eran privadas y priorizaron el beneficio sobre la salud y bienestar de los residentes la sociedad exigirá razonablemente que se fiscalice severamente la acción de las empresas en la atención a mayores. Yo sé que no murieron en proporción más mayores en residencias públicas que privadas, lo demuestran estudios publicados, y aún así, la fuerza de la posverdad hace que esa falsedad parezca algo cierto.
Yo tengo mi opinión, y ésta puede ser acertada o errónea. En lo que creo que no me equivoco es que el campo de batalla debe ser el del conocimiento y los datos. Cada cosa que escuchemos debería ser contrastada, no demos nada por cierto si no tiene fundamento.
Lo que me lleva a Sócrates y los jóvenes.
Resulta que la frase que he encontrado repetida en memes, redes sociales y medios de comunicación es falsa. He intentado encontrar la fuente para poder usar yo también la frase y después de un rato he encontrado esto. La frase se empezó a hacer popular hacia 1922 cuando varios medios de comunicación anglosajones la usaron atribuyéndosela a Sócrates. La verdad es que un estudiante de Cambridge, Kenneth John Freeman, la escribió en 1907 en un trabajo sobre la percepción de la juventud por parte de los mayores en el mundo clásico. Él nunca se la atribuyó a nadie en especial, aunque con el tiempo alguien decidió que quedaría bien si un filósofo griego de renombre la hubiese dicho, y… así se escribe la historia. Para descubrir lo bueno que resulta internet para contrastar información, en el artículo que explica el origen real de la frase explican que en 1960 un académico dedicó mucho esfuerzo a encontrar de dónde había salido, pero no tuvo éxito. Al final ha sido gracias a Google Books que el blog “Quote investigator (investigador de citas)” ha podido encontrar la verdad.
Para muchos, la frase seguirá siendo de Sócrates, yo me regocijaré en el convencimiento de que, en este caso, sé la verdad.