Los historiadores saben que alrededor del 50 antes de Cristo, Julio César inició una campaña militar para conquistar e incorporar al imperio romano una parte importante de Europa. Esa guerra, que sería recordada como “La guerra de las Galias”, fue tan victoriosa que, según el historiador romano Plutarco, 800 ciudades fueron conquistadas, 300 tribus sometidas, se obtuvo un tributo de más de 40 millones de sestercios y un millón de prisioneros fueron vendidos como esclavos. La campaña ha sido relatada y estudiada cientos de ocasiones y cada vez que alguien se plantea hacerlo acude en primer lugar al libro que escribió el propio Julio César o a otros escritos de historiadores romanos. O sea, al final, una guerra en la que murieron unos tres millones de personas se estudia casi exclusivamente basándonos en la versión del vencedor. Nada ha quedado escrito sobre la versión de los helvecios o los suevos (tribus aniquiladas por las legiones romanas); poco sabemos de lo que pensaba Vercingétorix más allá de lo que dijo Julio César, lo que se inventaron en el siglo XIX los historiadores románticos o lo que podamos deducir leyendo Astérix y Obélix.
Ahora estamos viviendo una situación diferente, pero con un trasfondo parecido. Lo que ha pasado durante la pandemia ha pasado y no lo puede cambiar nadie. Cómo se recuerde y quien vaya a quedar como el malo y el bueno de la película, todavía está por decidir.
De momento, me parece que el Gobierno bicéfalo de España está, por un lado (el de Pedro Sánchez) haciendo todo lo posible por trasladar las posibles responsabilidades de lo sucedido a las comunidades autónomas, especialmente a la de Madrid; mientras por el otro (el de Pablo Iglesias) se intenta demonizar a las empresas privadas que gestionan residencias. Ambas actuaciones son compatibles, aunque la primera sea matizable y la segunda sencillamente mezquina.
Las comunidades autónomas, mientras tanto, van cada una por su lado intentando, según su color político, poner el peso de la responsabilidad en la gestión del gobierno de España, ya sea por el retraso en la toma de medidas (incluyendo siempre la manifestación del 8M), la desorganización en la compra y distribución de EPIs/Test Diagnósticos y el caos con el cómputo de los contagiados y fallecidos. A día de hoy, (escribo esto el 27 de junio de 2020) todavía no se han hecho públicos los datos de fallecimientos en residencias públicas, privadas/concertadas y privadas.
Y a todo esto, el sector de las residencias privadas sigue clamando sobre lo injusto de haber sido señalados por el dedo acusador de la Fiscalía; por unos medios más ávidos de titulares que de contrastar datos y de algunos políticos oportunistas.
Me pregunto cómo se estudiará la pandemia de 2020 el año 2070, cuando el tsunami demográfico de los nacidos en el baby boom se haya acabado (básicamente porque nos habremos muerto los babyboomers). ¿Se hablará del “virus chino”? ¿Se dirá que sucedió algo que puso de manifiesto lo mal que funcionaban las residencias? ¿Se recordará como un tiempo en el que los políticos no estuvieron a la altura?
Sea como sea, estoy seguro de que los médicos y el personal sanitario serán bien tratados por la historia en lo que al coronavirus se refiere. De esta pandemia, se destacará lo bueno que hicieron, su sacrificio y dedicación. Y me parece muy bien, ya que no siempre ha sido así. En un artículo de historia que he leído sobre cómo fue la peste negra de 1350 se explica el grado de desconfianza que sentía entonces la población hacia de los médicos de la época. Hasta tal punto llegaba que el destacado cronista de la época Jean Froissart escribió en sus crónicas que “los médicos necesitan tres aptitudes para hacer su trabajo: saber mentir sin ser descubiertos, saber simular honestidad y poder causar la muerte a otros sin sentimiento de culpa”.
Me pregunto de quién se dirán esas tres cosas cuando se recuerde la pandemia de 2020.
Si (
No(
A favor (
En contra (