Hace poco he impartido una clase a veinticinco directores de uno de los grandes grupos dentro de las formaciones de su Universidad Corporativa. Me encanta que me inviten porque estar una mañana hablando con responsables de centros repartidos por casi toda España pudiendo escuchar sus inquietudes y preguntas me da, estoy convencido, más de lo que yo puedo darles a ellos.
En mi clase hablo de la situación del sector geroasistencial. Cómo era, cómo es y cómo, probablemente, será dentro de unos años. En este contexto dedico un buen rato a hablar de la Atención Centrada en la Persona y de algo que aprendí el año pasado en Estados Unidos, que es la idea de "Cambio de Cultura”, o sea, que más que “centrarnos en la persona” debemos, previamente cambiar la forma en que vemos a las personas que viven en una residencia y nuestra relación con ellas, intentar superar la perspectiva institucional y ponernos mentalmente en su lugar, si somos capaces de hacer eso nos orientamos sin darnos cuenta en el sentido de la ACP.
El cambio de cultura supone plantearse que “se pueden hacer cosas” que con el sistema actual se nos presentan como impensables. David Sprowl y Walter Coffey, dos consultores estadounidenses que actualmente trabajan en España, explicaron en un reciente seminario cómo en una residencia de Estados Unidos algunos residentes pidieron que les sacaran unas mesas del comedor a la terraza un día que hacía muy buen tiempo. La primera respuesta de la supervisora y las auxiliares fue que para hacerlo tendrían que pedir permiso, comprobar si era correcto servir comida fuera del comedor y ver quién debería hacerse cargo de mover mesas y sillas y acompañar a los residentes que quisiesen comer fuera. Mientras pensaban eso alguien dijo: “¿Y por qué sencillamente no lo hacemos?”. Lo hicieron y todos se lo pasaron bien descubriendo que algunos pequeños cambios no requieren más que un pequeño “pensar de otra forma”.
En casi todas las organizaciones, el sólo hecho de querer “orientarse hacia la ACP” genera esos pequeños cambios, ese quitar obstáculos. Pero llega un momento en el que cambiar requiere algo más: establecer un nuevo sistema de funcionamiento en el que toma importancia la historia de vida; la detección de las preferencias y gustos de la persona (incluso si no está en condiciones de comunicárnoslas), la flexibilización de horarios, la introducción de menús alternativos, el impulsar la figura de un auxiliar de referencia… e, incluso, más allá, cambios arquitectónicos como la distribución de los espacios de convivencia por las plantas, la individualización de dormitorios o el establecimiento de unidades de convivencia. Y todo eso sí cuesta dinero. La cuestión es: ¿cuánto?
Me encantaría que alguien pudiese dar respuesta a esa pregunta para que otro alguien pudiese valorar la viabilidad económica del establecimiento de verdaderas “Comunidades centradas en la persona” (eso de “comunidades” es como llaman en lugares como Suecia u Holanda a las residencias).
En el curso que impartí alguien de Asturias dijo que allí les animan a aplicar ACP con precios de concierto que rondan los 1.300 euros; otro, de Cantabria, que allí habían aprobado un decreto “pro ACP” pero lo habían suspendido porque resultaba demasiado caro de aplicar. Eso me hizo recordar que en Castilla León cuando hicieron el primer intento de aprobar la normativa que introduce las unidades de convivencia (van por el tercero después de que los tribunales se lo hayan tumbado dos veces), dijeron que no hacía falta aumentar el precio de los conciertos porque el sistema no suponía un incremento de costes.
¡Qué pena! ¿No podría alguien hacer y publicar un estudio serio del coste que supone cambiar el modelo?
La plantilla para hacerlo existe. La conocí durante un viaje a Estados Unidos donde pude visitar el modelo Greenhouse (aquí un vídeo de cómo son esas residencias). Se trata de un modelo creado y registrado por una entidad que vende su conocimiento, forma, acompaña y certifica que los centros que dicen ser “Greenhouse” verdaderamente lo son. Y para animar a empresas e instituciones a implantar el modelo redactaron un documento titulado “Un caso de negocio del modelo Greenhouse”, donde detallan el coste de establecimiento de una unidad invernadero o la transformación de una residencia existente, analizando y comparando costes. El estudio trata de lo que cuesta cambiar el modelo; el equipo de trabajo, el diseño del centro y cómo el nuevo modelo puede permitir generar nuevos ingresos.
Esto es uno de los cuadros en el que compara la dedicación/coste del personal para cada residente según el modelo que se aplique.

Si alguien pudiese hacer algo así comparando una residencia “tradicional” en una comunidad en concreto con una “ACP”, podríamos determinar cuánto cuesta más o menos.
Mientras tanto podemos entretenernos con lo que han hecho los americanos y descubrir que el coste/empresa de una enfermera en Estados Unidos (teniendo en cuenta que allí trabajan unas 2.000 horas al año) es de 65.600 dólares (59.500 euros).
Nota: En el libro de la Fundación Pilares “Viviendas para personas mayores en Europa. Tendencias para el Siglo XXI” escribí un capítulo en el que hablo sobre el modelo Greenhouse.