Opina sobre este caso práctico en la gestión de residencias y envíanos lo que harías tú.
Una cuestión que parece insignificante está trayendo cola en la residencia Las Marismas, de la que, por cierto, eres director/a.
La hija de la señora Carmina Civada, que ingresó hace unos días en la residencia nos ha hecho una petición un tanto peculiar y estamos intentando darle respuesta.
La petición es sencilla, a pesar de que Doña Carmina sufre demencia y no puede manifestar sus preferencias por sí misma, su hija nos dice que a su madre le gusta la leche de avena de una determinada marca y no la de vaca, sea como sea (desnatada, sin lactosa…), ni otras leches vegetales como la de soja. Por eso nos pide si podríamos darle ese tipo de leche en la residencia. Nosotros le hemos preguntado si tiene algún tipo de intolerancia o existe algún motivo de salud y nos dice que no, sencillamente le gusta más.
En principio nos ha parecido una petición un tanto peculiar aunque asumible. Hay residentes que prefieren tener un gel o una crema hidratante determinada. En ese caso, ellos o sus familiares traen el producto, lo dan a su auxiliar de referencia, lo dejan en el armario y las auxiliares lo utilizan a la hora del aseo. En este caso la cosa sería algo parecida aunque más complicada.
La hija se ha ofrecido a traer ella la leche de avena de esa marca en paquetes de seis de forma que la podamos avisar cuando se acabe para que traiga más.
Hemos hablado con profesionales del equipo y, lo que parecía sencillo se ha complicado.
La jefa de cocina nos dice que por ella no hay problema aunque, siguiendo estrictamente la norma de cocinas y comedores colectivos, debería tener un albarán de todo lo que entra en la despensa para garantizar una trazabilidad, además habrá que controlar la caducidad. Pensándoselo un poco mejor nos dice que, si sólo una persona toma de esa leche, habrá que llevar un control especial: una vez abierta habrá que tenerla en la nevera y controlar que no esté abierta más de un número determinado de días. Si una inspección descubre un producto caducado, aunque sea traído por el residente, habría problemas.
La médico del centro no nos ha ayudado mucho. Dice que no hay ninguna causa de salud que justifique o desaconseje que Doña Carmina tome la leche de avena por lo que se trata de un tema de gustos personales más que una cuestión médica.
La responsable de turno de auxiliares nos ha hecho una reflexión más compleja: “¿Quién es responsable de que esa residente tome precisamente la leche que le ha traído su hija? ¿La cocina? ¿Las auxiliares de turno que estén en el comedor? Lo digo porque el día que no le demos la leche correcta quizás alguien se enfade”.
La enfermera de la residencia, que tiene cincuenta y cinco años, sonríe cuando se lo comentamos. “Vivo con dos hijos universitarios y en casa se beben tres leches diferentes. Al final soy yo la que tengo que asegurarme de que hay de todas, si no, se montan berrinches. Antes de decidir algo piensa que también existe la leche de soja, arroz, almendras y, dentro de poco quizás haya leche de quinoa. Si aceptas que cada uno pueda elegir la que le apetezca tendrás que acabar contratando una ‘maestra lechera’ que se asegure de que cada uno tenga la suya”.
Ahora estás reflexionando y no puedes creer que esta cuestión pueda dar tanto de sí:
Si le dices a la hija que la residencia sirve leche normal, desnatada, sin lactosa y de soja para adecuarse a las necesidades de los residentes, quizás se enfade un día y al cabo de un tiempo se olvide. En ese caso seguirás cubriendo las necesidades pero habrás dejado de lado las preferencias.
Si aceptas dar leche de avena porque la prefiere, tendrás a la hija contenta pero el cocinero te pedirá que la leche la compre la residencia para seguir la trazabilidad y tener un control más exhaustivo de caducidades; las auxiliares te pedirán un sistema para garantizar que esa residente recibe un trato diferente y es posible que al extender la posibilidad de elegir entre más tipos de leche sin relación con necesidades de salud acabes teniendo que comprar cuatro leches diferentes. Si hace eso, habrá que asegurarse de que cada uno recibe la que ha elegido a riesgo de generar frustraciones.
Te gusta pensar que tu residencia se orienta hacia la filosofía de la Atención Centrada en la Persona y no puedes evitar pensar que éste es un caso claro en el que la ACP te dirigiría hacia facilitar la elección y respetar las preferencias, lo que te cuesta entender es que algo tan baladí pueda tener tantas repercusiones.
Buscando en internet, lees que en Holanda una residencia utiliza “La cultura del sí”, según la cual la residencia siempre dice “sí” a todas las peticiones de los residentes y les pone una etiqueta de precio. Según esa “cultura”, la respuesta debería ser: “por supuesto, daremos leche de avena a su madre, el precio es de 80 Euros al mes, el coste que supone la compra de la leche más el tiempo adicional que deberán dedicarle en la despensa, cocina y comedor a que su madre reciba esa leche en concreto”. La idea no te convence demasiado.
Ahora estás esperando a que venga la hija de la señora Civada y tienes que darle una respuesta.
¿Qué harías tú?
Os invitamos a todos a escribir vuestras respuestas y, si os animáis, a plantear algún caso práctico
Autor del caso: Josep de Martí
Jurista y Gerontólogo
Profesor del Máster de Gerontología Social y del Postgrado en dirección de centros de la UB y UAB.
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