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Una buena vida. Feliz Navidad

Por Josep de Martí
miércoles 19 de diciembre de 2018, 12:14h

Nota: Este es el último número de Dependencia.info de 2018 y quiero agradecer a quienes, tras leer alguna tribuna me habéis escrito o comentando vuestro parecer. Es un placer saber que alguien te lee y que lo que escribes provoca reacciones, ¿qué más puedo pedir? Normalmente no escribo sobre asuntos personales, pero creo que el 20 de Diciembre me puedo permitir hacerlo. Espero que os guste.

Faltan pocas semanas para Navidad y esta noche me he despertado en un hotel, fuera de casa durante un viaje de trabajo. He soñado que hablaba con mi padre. Íbamos sentados en el coche y no recuerdo que me decía, sólo que él conducía y que yo era más joven que ahora; no sé exactamente qué me hacía pensar que fuera joven pero, sencillamente, era lo que sentía. He despertado de una forma tan suave que me ha parecido que el sueño era real y que acababa de hablar con él. Como eran las seis menos cuarto y me iba a resultar difícil volverme a dormir, he decidido coger el ordenador y escribir desde la cama.

Hace poco se produjo el segundo aniversario de la muerte de mi padre. Falleció a los ochenta y dos años en un hospital a causa de un cáncer que le produjo dolor y malestar durante los últimos meses de su vida. A pesar de ello, hasta que los analgésicos le hicieron perder la cabeza muy al final, siempre que alguien le preguntaba: “¿Cómo estás?” él respondía, forzando la sonrisa: “Muy bien”.

Su muerte me produjo un dolor extraño debido a que, tal como avanzaba la enfermedad, el desenlace se hacía inevitable. A medida que aumentaba el dolor físico y el malestar, a medida que los remedios propuestos se desvelaban inoperantes, parecía que lo más lógico era esperar el final cómo lo menos malo y, aun así, sólo el pensarlo dolía.

Cuando finalmente sucedió, tras el mazazo inicial, vivimos unos días que recuerdo como una experiencia surrealista en la que lo práctico se imponía a todo lo demás. El reencuentro familiar, el funeral, el “papeleo”…

Y después nació la nueva normalidad. Una normalidad “sin papá” en la que he conocido una nueva versión de mi madre y en la que su recuerdo ha ido apareciendo en las conversaciones de una forma cada vez menos dolorosa y más reconfortante.

Recuerdo que cuando murió me consolaba pensar que, a pesar de los últimos meses, mi padre había tenido una buena vida. Ahora llevo un tiempo dándole vueltas de una forma más sosegada.

Mi padre nació justo antes de la Guerra Civil durante la que mataron al suyo y a su abuelo. Siendo niño vivió en un internado del que recordaba el hambre (“El hambre de verdad es el que te marea” nos decía), a partir de allí su vida fue mejorando materialmente: estudió, aprendió idiomas, tuvo varios trabajos y acabó teniendo su empresa. Se jubiló con cierto acomodo, vivió unos años más y falleció.

En lo personal construyó junto a mi madre una familia bien avenida. Cinco hijos y once nietos, buena relación con todos ellos, así como con sus hermanos y cuñados. La vida familiar y el trabajo se entremezclaron de forma importante durante la “etapa empresarial” de la familia, ya que mis padres fueron socios además de cónyuges y trabajaron juntos veinte años en su pequeña empresa de transportes.

Nunca le pregunté si consideraba que su vida hubiese sido “buena” aunque estoy seguro de que, si lo hubiese hecho, me habría dicho que sí.

Ahora al pensarlo me ha venido a la cabeza algo que leí hace un tiempo y que he recuperado de Internet. Se trata de la historia de Creso y Solón que explica el filósofo Herodoto en su segundo libro. En ella, un poderoso y rico rey, Creso, recibe la visita del sabio Solón, al que muestra todas sus riquezas tras lo que le pregunta “quién crees tú que es el más feliz de los mortales”. El sabio se lo piensa y responde: “Tellus de Atenas. Vivió en un tiempo en que su ciudad natal dominaba el mundo, tenía hijos hermosos y buenos y alcanzó una edad respetable. Finalmente salió victorioso en una batalla por su patria y los atenienses honran su memoria”. El rey, que pensaba que él sería la respuesta, molesto, le preguntó de nuevo: “¿Y quién es el segundo más feliz?”. Solón de nuevo irritó al rey, ya que le habló de una mujer que tenía unos hijos que la querían mucho.

Parece que la buena vida ha tenido siempre más que ver con las relaciones y los sentimientos que con el dinero.

Mil y pico años después de Herodoto, un poeta, afectado por la muerte de su padre nos dijo que, aunque todos nacemos y morimos sin remedio, hay formas de vivir y de despedirse que perduran confortando a los que quedan. Me refiero, por supuesto, al final de las “Coplas a la muerte de su padre”:

Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
Y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria,
y aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.

Me parece que el éxito vital de mi padre puede evaluarse en bastante medida con los mismos criterios que usaronn Herodoto y Jorge Manrique. Tuvo una vida larga y saludable, un matrimonio exitoso, una descendencia con la que mantuvo buena relación, cierto acomodo económico y dejó buen recuerdo entre los suyos.

Por supuesto que era una persona y como tal tenía sus defectos. En algo más de dos años éstos se han ido difuminando en mi memoria dejando en el recuerdo a un padre explicador de historias, feliz de estar con su familia y con quien me encontraba bien. Lo siento muy cerca y creo que de alguna forma vive en mi interior, en el de mi madre y hermanos.

He empezado a escribir en la cama de un hotel y acabo en el vagón de un tren volviendo a casa donde viviré una nueva Navidad en familia, aunque sin mi padre, o quizás con él de otra manera..

Tengo muchas ganas de llegar.

¡Feliz Navidad!

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