En el mundo de las ideas que rodea al mundo real que viven las residencias flotan en el ambiente conceptos como el maltrato de mayores y la discriminación por edad (también conocida como edadismo). Son ideas que tienen un núcleo claramente identificable y unos contornos difusos, lo que hace que, cada vez que leo algún texto o escucho una ponencia, éstos suelen empezar con algún tipo de definición más o menos creativa y, por lo tanto, más o menos discutible.
Estas son algunas de las reflexiones internas que me han venido a la cabeza mientras preparaba la intervención que haré dentro de unos días en unas jornadas tituladas “Edadismo, distintas caras de una misma realidad”. A mí me han invitado a hablar de lo que es el edadismo en residencias de personas mayores y, a medida que he ido preparando lo que pienso decir me he dado cuenta de que la preposición “en” es fundamental, ya que, al leer sobre el tema y ver la realidad, he visto que las residencias son el escenario donde la sociedad representa esa obra que es la discriminación por sobre-protección, pero de ninguna forma son los protagonistas o los malos de la película.
Casi siempre que la sociedad discrimina a alguien o a un grupo el punto de partida es la ignorancia. “No sabemos nada de ese grupo de personas, ni tenemos ganas de aprender algo de ellos, por lo que, eso que no sabemos, lo sustituimos por algo que nos parece que debe ser así porque alguien lo ha dicho”, eso son los estereotipos.
“Los gitanos no son de fiar”.
“¿Pero conoces a alguien de esa etnia con quien te has relacionado?, ¿sabes algo de su cultura?, ¿has pasado tiempo con alguno?, ¿de verdad piensas que “todos” ellos tienen esa (o cualquier otra) característica común?”.
Si cambias “gitanos” y “no son de fiar” por otros grupos y supuestas características ves que es algo que nos afecta y que no es bueno. Cuando los estereotipos se aplican a grupos de personas normalmente son negativos: “Franceses/antipáticos”, “judíos o catalanes/agarrados”.
El problema de los estereotipos es que crean prejuicios, o sea, nos predisponen a actuar de una forma determinada. A menudo, desconfiamos y por eso nos apartamos o pedimos que nos aparten aquello que, sin conocer de verdad consideramos malo.
Y eso, ¿qué tiene que ver con las residencias?
Tiene que ver porque en las residencias viven personas mayores dependientes. Unas personas que, aunque sean nuestras madres, son desconocidas para nosotros por lo que tendemos a estereotiparlas.
Durante casi toda la historia, las personas mayores se consideraban un elemento valioso para la sociedad, eran las depositarias del conocimiento, aquellas a quien pedíamos consejo y quienes normalmente ostentaban los puestos relevantes y decisorios.
Hay quien dice que ahora les hemos perdido el respeto a los mayores. Yo creo que la cosa es más compleja. Lo que sucede es que hoy ha surgido un tipo de mayores nuevo que no existía en la historia más que en casos muy extraordinarios. Me refiero al envejecimiento con dependencia, cronicidad, fragilidad…. Miles y miles de personas que en cualquier otro momento de la historia habría muerto pero que hoy sobreviven, gracias al avance científico, habiendo perdido en parte la habilidad de valerse y decidir por sí mismos.
Creo que lo que está sucediendo es que ante la ignorancia general sobre lo diverso que es el envejecimiento, casi todos hemos adoptado el estereotipo que nos lleva a pensar que cualquier persona de más de 80 años es alguien que necesita de protección y asistencia; alguien a quien no hay que preocupar con cosas que le pueden molestar. Una especie de niño a quien podemos mentir, decirle qué tiene que comer y cómo vivir. Por supuesto, siempre “por su bien”.
Aquí radica para mí la raíz de la discriminación por edad en general y en especial en residencias.
Hoy resulta del todo habitual que quien hace la búsqueda de una plaza en una residencia sean los hijos u otros familiares o allegados. Incluso cuando la persona mayor es plenamente capaz, sus seres queridos consideran que tienen que quitarle esa preocupación.
Muchas familias en Navidad deciden que “mamá tiene que ir a la residencia”, en Inforesidencias lo sabemos viendo el número de búsquedas de residencias on-line que se producen durante las fiestas.
Una vez se produce el ingreso es normal que algún hijo exija que no dejen salir a su madre sola a pasear por el riesgo de que se pierda. La exigencia puede ir acompañada de una amenaza de denuncia si se le deja salir a pesar de la prohibición.
Si un día llega devuelto un recibo del banco, la tendencia natural de las residencias será comentar el asunto con el hijo o la hija “responsables” incluso si la persona mayor es totalmente capaz. Saben que si hablan primero con la residente los hijos se enfadarán y no entenderán por qué la residencia ha querido dar un disgusto a su madre.
Si una persona mayor diabética, plenamente lúcida, no quiere seguir el menú pensado para su afección está poniendo en un aprieto a la residencia. Es posible que la inspección considere que el que no se cumpla el menú pautado sea causa de sanción para la residencia. La consecuencia es que la residencia intentará convencer a la persona que haga “lo que es bueno” para ella, no “lo que ella quiera hacer”.
Esto son sólo algunos ejemplos. Hay muchos más. Situaciones en las que alguien quiere “proteger” a alguien que quizás no necesita o no quiere esa protección. Se hace porque “se entiende” que si es mayor necesita esa protección, aunque no la quiera.
Para mí, esa es la característica que tiene la discriminación por edad cuando hablamos de residencias.
Lo fácil sería culpar de ello a las residencias. En este caso lo fácil no es lo correcto.
Todos (me incluyo) tenemos que afrontar un cambio de cultura si queremos no sobreproteger y sustituir la voluntad de las personas mayores. Tenemos que aceptar que sólo algunos necesitan esa protección y que la mayoría debe poder asumir riesgos y tomar decisiones que pueden gustarnos o no.
En mis viajes por Europa visitando residencias, una de las que más me ha impresionado es Humanitas Akropolis donde practican “La cultura del sí en residencias”. Un ejemplo de su funcionamiento es que nadie se ducha si no quiere ducharse. Eso sí, es posible que un día te digan “molestas a los demás porque hueles muy mal, como los demás tienen derecho a no ser molestados por el olor, si decides oler así, no podrás seguir viviendo aquí”.
El día que algo así pase entre nosotros podremos hablar de cambio de cultura.
Releeo la tribuna y veo que me ha salido un poco espesa. Perdón.