Eduardo Frank es un reconocido arquitecto argentino que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a hacer de “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento. Le agradecemos mucho que haya querido compartir con Dependencia.info esta reflexión sobre arquitectura y envejecimiento titulada Habitar la Vejez.
El documento está dividido en seis partes.
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte
HABITAR LA VEJEZ
HABITAR LA CIUDAD
Apropiarse del espacio público es ciudadanía.
Es a todas luces evidente que la ciudad en general representa un escenario hostil de obstáculos, barreras espaciales y discriminación para el adulto mayor. Un escenario entonces que tiende a excluirlo del dominio público.
El universo de la ciudad repite, en escala mucho más vasta, las mismas significaciones que la cultura deposita sobre el viejo.
Si bien representan escalas diferenciales, entre la casa y la ciudad, hay una serie de continuidades. Cuando pensamos en arquitectónicas para la vejez, esa correspondencia se vuelve más nítida. La arquitectura doméstica e institucional, organizada como conjunto de formas y de lineamientos ergonométricos, se replica también en la ciudad, en torno a la figura predominante del adulto medio. La ciudad actual está orientada en la dirección del futuro de una lógica del negocio inmobiliario. Y así como pensamos que arrancar al viejo del pasado de la casa no constituye un acontecimiento irrelevante, así también es incomprensible que una política urbana deje librado al mercado de respeto por la memoria.
Las huellas significativas del pasado se borran para dar paso a un vaciamiento de la experiencia y la dignidad de lo que tuvo lugar en el tiempo a otra escala. Los tiempos de la casa propia y los de la ciudad tienen escalas muy distintas, pero la misma semiótica arquitectónica.
Desde hace ya algún tiempo en países desarrollados se han impuesto modelos del tipo “villas para adultos mayores” o condominios para la vejez. Pensados como reductos confortables, alejado de las ciudades, a la manera de “clubes cerrados de vacaciones”. Resultan exitosamente higiénicos, segregativos, de apariencia benévola, y cuyo sentido es el de establecerse como retiro, cuasi contemplativo, un repliegue de la vida en la vejez que seduce la clase media americana exportándolo de la ciudad.
No es éste un modelo el que se pueda “importar” o “imponer” como respuesta en nuestra región. No se condice con nuestra cultura.
Si los conjuntos tutelares de los que hablamos, persiguen una integración fecunda con la ciudad, así como las nuevas modalidades de “instituciones abiertas” esta tipología de barrios para viejos, viene a constituir una respuesta contraria.
Esto quiere decir que no puede pensarse una respuesta geriátrica que no contemple una articulación fluida con la ciudad y, por lo mismo, que no hay arquitectura geriátrica posible sin un programa que incluya una fuerte relación con la escena urbana.
La crítica de la arquitectura y del diseño para la vejez entraña entonces una ejercitación más vasta de la crítica, del cuestionamiento ético, moral y filosófico de lo que debe ser el hábitat inclusivo para los adultos mayores.
Una vivienda con obstáculos físicos y espirituales, una institución con barreras, una ciudad intransitable, aunque en escalas arquitectónicas diversas, son formas análogas de exclusión.
Si las barreras domésticas impiden el uso familiar del espacio, el diseño de
plazas, paseos, estaciones y vehículos de transporte, aceras y calles, sitios de
esparcimiento y de servicio, de señalización, de compras y abastecimiento, etc.,
constituyen para el viejo una inaceptable privación del espacio público.
Si tuviéramos que describir en detalle cada uno de los motivos, la ilimitada serie de barreras que definen esa expulsión de la ciudad, nos veríamos obligados a repetir el mismo catálogo de indicaciones ergonométricas y de diseño inclusivo que aplicamos para viviendas e instituciones.
El sentido del habitar la casa es el mismo, pero en otra escala, al del habitar la ciudad.
Así como la casa, la ciudad es un lugar de arraigo, así como la casa encarna en imágenes humanas de abrigo y protección, la ciudad es el teatro donde sostener un diálogo entre las diversidades de lo humano, de su infinita “otredad”, donde los espacios cobran sentido social de integración.
Arq. Eduardo Frank
Arquitecto / Gerototecto
Mat. N° 11736
frankeduardo@estudioefrank.com.ar
Un “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento