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Arquitectura y Residencias: Habitar la Vejez; La prolongación de la vida en la propia casa, por Eduardo Frank (III)

martes 27 de septiembre de 2022, 23:25h
Portada del libro Vejez, Arquitectura y Sociedad, de Eduardo Frank.
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Portada del libro Vejez, Arquitectura y Sociedad, de Eduardo Frank.

Eduardo Frank es un reconocido arquitecto argentino que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a hacer de “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento. Le agradecemos mucho que haya querido compartir con Dependencia.info esta reflexión sobre arquitectura y envejecimiento titulada Habitar la Vejez. El documento está dividido en seis partes.

Primera parte

Segunda parte

HABITAR LA VEJEZ

LA PROLONGACIÓN DE LA VIDA EN LA CASA PROPIA

La casa es un modo de estar en el mundo, está entre los grandes sistemas de arraigo. La tierra, la lengua y el nombre propio son otros. Gastón Bachelard piensa la dimensión sagrada de la casa, la casa como santuario, como reliquia sobre la que se adhieren huellas de las vidas concretas que la habitaron.

En el plano simbólico, la casa y los objetos son seres que han recibido y conservan, como efectos de transferencia y transmisión, una afectividad que concierne a historias humanas y hacen de ella un objeto singular entre los otros.

Y al mismo tiempo, acompaña la evolución de las vidas que la habitan. Sin embargo, la adaptación de la vivienda propia puede, sin embargo, chocar y de hecho lo hace, con límites materiales: llega un momento en que ya no puede seguir modificándose, vale decir, la adecuación de la casa, a medida que van acentuándose las restricciones de autovalía, se agota como solución, encuentra sus propios obstáculos. De ahí, de ese campo de limitaciones, surgen los proyectos de viviendas nucleares o tutelares y otras tipologías que evitan la institucionalización anticipada.

Hay que inscribir entonces las dificultades que la vivienda tipo ocasiona sobre el adulto mayor, en una crítica más generalizada de la arquitectura y en un indispensable rol activo del Estado.

Por otra parte, la estructura tipo, como se sabe, está en relación directa con necesidades de mercado: limitaciones y condiciones que se imponen a partir del valor del metro cuadrado, normas de organización del espacio urbano y variables económicas de la propiedad inmobiliaria. Esta lógica choca con las necesidades del adulto mayor en algún momento.

Cuando la vejez queda implicada en esta idea de improductividad, coincide con manifestaciones más o menos evidentes de declinación de la energía física y los primeros síntomas de envejecimiento. En esa situación se actualiza el juicio social y familiar en torno a la autonomía. En la estructura familiar típica, apoyada en la centralidad del adulto medio económicamente productivo, la convivencia con el adulto mayor comienza a volverse problemática, sin perder de vista que hoy muchos adultos mayores no quieren vivir en un entorno familiar y prefierensu independencia. Especialmente los “nuevos viejos” que están protagonizando una “revolución gris” a partir del fenómeno de los “Baby Boomers” que, si no se atiende, no lo estamos entendiendo y nos estamos equivocando.

Cuando el adulto mayor vive solo, los hijos tienden a representar la imagen de que “no se arregla bien”. Que la casa se ha vuelto muy grande e inmanejable para él, que no está bien comunicado, que ante cualquier clase de accidente doméstico o de necesidad práctica inesperada, la respuesta del viejo será insuficiente o deficitaria.

La supuesta soledad y el aislamiento se traducen en la versión de los hijos o familiares como creciente preocupación y suele estar en la base de diversas soluciones geriátricas, ambulatorias, institucionales, en lugar de pensar en una alternativa. Aparece entonces como única solución las residencia los hogares, que son formas de esconder bajo nombres más amigables los geriátricos, que
es parte de la problemática a estudiar.

¿Qué puede aportar la arquitectura en ese contexto?

En primer término, hay que considerar que en una fase en la que el adulto mayor no requiere de atención médica permanente, que su estado psicofísico es bueno, la arquitectura y la tecnología puede proveer soluciones muy sencillas que aseguren la mayor prolongación posible de la permanencia en la casa propia. La casa donde se ha vivido y los objetos que la habitan, es donde el adulto mayor reconoce su historia personal de manera inmediata a partir del reconocimiento de las marcas y proyecciones del tiempo en los espacios físicos.

En la actualidad y cada vez con más aceleración, los avances tecnológicos modifican, y mucho, el momento en que un adulto mayor debe abandonar su casa.

Hay que señalar aquí la abrumadora extensión del mito según el cual todo adulto mayor requiere atención permanente lo que, según muestran los estudios más rigurosos, es enteramente falso: sólo un 25% de la población que pertenece a esa franja etaria requiere verdaderamente atención continua en las actividades de la vida diaria.

Diseñar modificaciones pequeñas y graduales, que vayan acompañando las necesidades reales del adulto mayor a medida que éstas se manifiestan, es una tarea sencilla que no requiere grandes esfuerzos ni materiales ni afectivos.

La intervención del arquitecto y el Estado en este escenario demanda de su parte una adecuada comprensión de que cuanto mayor es la extensión de la permanencia de los viejos en su hogar, tanto mayor resulta la extensión de una buena calidad de vida para él, y una menor carga para el Estado, ya que menos personas necesitan de su apoyo personal y económico.

No se trata de una adaptación ortopédica de la casa, que haga más visibles los primeros síntomas de deterioro. Se trata de una arquitectura que tiende a eliminar los riesgos de accidentes, a mejorar las comunicaciones, la movilidad y la manipulación de objetos y enseres domésticos dotando de mayor autonomía y reforzando su autopercepción de “PODER”.

El objetivo es proporcionar mayor seguridad en los desplazamientos, en el uso de baños y cocinas (zonas donde precisamente pueden producirse mayores inconvenientes). El arquitecto, en cada caso particular, evaluará qué tipo de modificaciones y en qué momento hacerlas. Las nuevas teorías gerontológicas tienden a pensar la frecuentación del médico sólo cuando hay enfermedades puntuales y específicas que lo demanden. Y la adaptación de la vivienda propia es útil cuando precisamente no hay enfermedades que demanden algún tipo de internación.

Estas modificaciones suponen un cierto aprendizaje del adulto mayor. Un aprendizaje que recorre al menos dos momentos: un primer período que habitualmente genera alguna clase de angustia y resistencia, y un segundo momento en el que, tras la experimentación y el uso concreto, el adulto mayor recupera índices notables de vitalidad y sentimientos afirmativos de autovalía.

Si entendemos que toda situación de diseño es de orden particular, es sencillo comprender que no se trata simplemente de un recorrido, un repertorio limitado de lineamientos básicos, surgidos en su mayoría de la propia experiencia de trabajo, a partir de los cuales puede dar comienzo a una verdadera situación de diseño. Si estos “principios generales” se entendieran como un programa cerrado, que tuviera la pretensión de agotar el campo, caeríamos en el error de pasar por alto que las “soluciones” que persiguen están sometidas a un estado dinámico, nunca fijadas de una vez y para siempre como verdades universales del tipo A+B=C; esto es: son “principios” válidos pero sujetos a constantes innovaciones y rectificaciones.

Estas “recomendaciones” deben tomarse como apenas una guía, cada caso merece un análisis particular dependiendo de la etnia, la cultura y las particularidades de cada usuario o grupo de usuarios.

Las características ergonométricas, como ya comentamos, no son aplicables universalmente.

En cierto modo, el arquitecto está comprometido a un sistema de previsión que lo obliga a anticiparse a situaciones que, si bien no tienen aún actualidad, pueden tenerla en un futuro más o menos próximo. El criterio que tomamos para la elaboración de estos lineamientos es precisamente el de anticiparnos a la peor situación. Partimos de la máxima dificultad motriz: un adulto mayor en silla de
ruedas, con dificultades de movimiento, con dificultades cognitivas y con dificultades en la motricidad fina, para desde allí ir resolviendo estrategias de diseño. Al considerar la mayor cantidad de dificultades superpuestas se garantiza no tanto la universalidad de los usos, sino más bien una versión “anticipada” del espacio en el que quizás sea requerida una determinada forma de uso. La única regla de la que partimos es, entonces, la de tomar siempre el dato más desfavorable para la situación más desfavorable.

Arq. Eduardo Frank
Arquitecto / Gerototecto
Mat. N° 11736
frankeduardo@estudioefrank.com.ar
Un “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento

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