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Arquitectura y Residencias: Habitar la Vejez (IV), por Eduardo Frank

Eduardo Frank, autor de Vejez, Arquitectura y Sociedad.
Eduardo Frank, autor de Vejez, Arquitectura y Sociedad. (Foto: Eduardo Frank)
miércoles 02 de noviembre de 2022, 04:52h

Eduardo Frank es un reconocido arquitecto argentino que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a hacer de “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento. Le agradecemos mucho que haya querido compartir con Dependencia.info esta reflexión sobre arquitectura y envejecimiento titulada Habitar la Vejez. El documento está dividido en seis partes.

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

HABITAR LA VEJEZ

VIVIENDAS TUTELARES

Las segmentaciones en tipologías deberían reflejar los cambios de una “nueva vejez” y una nueva normalidad y deberían ser, también, intencionalmente o no, una posible respuesta para los adultos mayores de la post-pandemia.

Unidades de convivencia, viviendas nucleares, viviendas tuteladas son tipologías que deberían surgir y desarrollarse que ofrezcan una forma más humanizada a la institucionalización.

Si se comprende el carácter traumático que supone la institucionalización del adulto mayor, se entiende también que demorar todo lo posible ese proceso resulta, indudablemente, beneficioso para él, su entorno familiar, y los recursos necesarios desde el punto de vista privado y del estado.

Arrancar al adulto mayor de sus hábitos de vida, de su contexto social y de las prácticas que le permiten todavía valerse por sí mismo, percibirse aún con un grado aceptable de autonomía, lo arroja a una posición angustiante, estresante y traumática. Siempre y cuando un problema de salud o de deterioro recomiende una institucionalización.

A partir de los que estudian más intensamente la ancianidad como problema social general, empieza a verse un vuelco en cuanto a las políticas de institucionalización.

En los países desarrollados la tendencia propone este tipo de tipologías que en lugar de promover el facilismo de la vía institucionalizadora busca generar alternativas que se proponen demorar todo lo que sea posible el ingreso del adulto mayor a las instituciones geriátricas poniendo el acento en una racionalización de recursos.

La idea de iniciar con adaptación de la vivienda propia es parte de esta estrategia. Pero, ¿cómo responder cuando aumenta el nivel de necesidades de asistencia y cuando aún esas necesidades no implican automáticamente la solución institucional?

Si la institucionalización se reserva como alternativa extrema, para cuando ya el adulto mayor no puede seguir viviendo sino en condiciones de atención geriátrica permanente y si la adaptación de la vivienda propia supone una respuesta que no permita la autosuficiencia, es imperioso pensar una solución intermedia, en la que por una parte aumentan efectivamente los requerimientos de atención, pero no al punto de clausurar toda práctica independiente del adulto mayor.

Esta situación intermedia merece pensarse del modo más adecuado para conservar y estimular las aptitudes autónomas, pero a la vez para responder satisfactoriamente a los nuevos requerimientos y cuidados que supone.

El concepto de “VIVIENDA TUTELAR” viene precisamente a dar cuenta de estas mediaciones posibles. El término tutelar (en lugar de tutelado) pone de manifiesto la idea de que la intervención del diseño arquitectónico puede constituir un modo activo de sustitución de los mecanismos de vigilancia y control; en cambio, la idea de vivienda tutelada precisamente subraya el sentido de aquello que está bajo el control de otro u otros. Es la arquitectura que tutela y no la persona, por eso la llamamos TUTELAR y no tutelada. Es una tipología que estimula y refuerza el sentido de comunidad.

La vivienda tutelar consiste en un agrupamiento de unidades, no institucionalizadas, especialmente diseñadas con el soporte de un sistema de servicios muy primarios y no medicalizados.

Esta modalidad asegura para el adulto mayor un aceptable nivel de privacidad porque siguen viviendo en “su” casa y, a la vez, genera en torno al área permanente de servicios más orientados a lo social y a lo autogestivo, un grado de seguridad necesario, pero no sobredimensionado, que siempre se apoya en la autodeterminación del adulto mayor.

Desde el punto de vista arquitectónico deriva del concepto de casa antes que del de hospital, o de cualquier otro modelo de centro geriátrico. Se establece en un contexto residencial y no en uno de carácter médico-institucional. Se desarrolla en una escala amigable que borra la marca rígida y severa de las formaciones burocrático-institucionales.

Contrariamente a los modelos que se impusieron en Estados Unidos y Canadá, donde los adultos mayores desean y ansían el momento del “retiro” para mudarse a un barrio cerrado especialmente diseñado para ellos, aunque aislados de su entorno. Nosotros proponemos unidades de convivencia insertadas en la trama urbana, en consonancia con las particularidades de nuestra idiosincrasia.

Incluso formando parte de edificios mixtos. Unidades donde las convivencias puedan superponerse con otras funciones u otros grupos etarios. Unidades de viviendas destinadas a otros usuarios, u otras funciones compatibles con viviendas de adultos que necesiten estar integrados a la vida en general y de esta forma generar una sinergia en la convivencia.

Así como favorece la privacidad, acentuando la dimensión de vivienda particular, permite también el establecimiento de relaciones comunitarias intensas. Esto último se cumple de diversos modos. Por un lado, la relación con los otros moradores, y centralmente porque la vivienda tutelar no debe pensarse en un marco de aislamiento urbano sino, por el contrario, en una perspectiva de fuerte integración con el barrio y la ciudad.

El respeto de la privacidad es un aspecto generalmente descuidado en relación con la ancianidad. Así como hay un mito que alimenta la idea de que el viejo pierde toda forma de sexualidad, se cree correlativamente que el adulto mayor, por el sólo hecho de serlo, habría perdido toda forma pudor y, en ese mismo sentido, todo requerimiento de privacidad, lo que en los hechos se muestra enteramente falso e insostenible.

Estas unidades de vivienda cuentan con todas las comodidades de una casa. Cocina y baño independientes, un espacio adecuado a la recepción y a la presencia de familiares. La vivienda tutelar focaliza esfuerzos de diseño sobre aspectos terapéuticos, físicos y mentales, que no difieren sustancialmente de las técnicas de adaptación de la vivienda propia. Aquello que sí confiere un aspecto
diferencial es la articulación con el área de servicios.

El concepto de servicio, aquí, está fundamentalmente asociado a un sistema muy fluido de comunicación a partir del cual se proporciona al adulto mayor la máxima contención posible, la certeza de que ante cualquier inconveniente ocasional puede recurrir de inmediato a quienes lo asistan que no necesariamente forme parte del edificio.

El área de servicios está precisamente pensada para generar mecanismos que, sin coartar la autonomía y libre albedrío, proporcionen el nivel de asistencia necesaria. Un tipo de asistencia que no está sometido al rigor y el mecanicismo del trato institucional y que, por otra parte, hace posible que el adulto mayor intervenga y decida por sí mismo en qué momento y ante qué situaciones va a
demandarla.

La aparición de este modelo en Europa obedece a razones que reconocen que esta variante tiene, por sobre la internación geriátrica directa, mayores ventajas terapéuticas. Al circunscribir al adulto mayor en un medio menos reglado que el de la institución, lo que garantiza un mejor estado emocional, se genera una más eficaz predisposición y respuesta a las terapias que el adulto mayor requiera. Está probado que, en un alto porcentaje, las internaciones institucionales ocasionan un rápido deterioro general.

Naturalmente, la imposición de cuidados institucionales sobredimensionados es aún más desgastante cuando no son estrictamente necesarias. Cuando es posible seguir proporcionándole al adulto mayor un marco para su autonomía, un modo de vida que manifiestamente estimula su dignidad y lo compromete con sus propios cuidados de higiene, alimentación y seguridad, el deterioro natural que acompaña el transcurso natural del tiempo, se ralentiza, ofreciendo un estímulo para prolongar su autovalía. Este contexto de mayor compromiso, genera un mejor estado general y se establecen condiciones más favorables para el despliegue de las prácticas sociales, de convivencia entre pares y de prácticas preventivas terapéuticas.

La VIVIENDA TUTELAR fue originalmente pensada para superar todo aquello que provoca una forma “anormal” de vida supone la vida institucionalizada.

Las estadísticas comienzan a revelar que el envejecimiento social se está haciendo cada vez más pronunciado y que esta tendencia se acelera a un ritmo sorprendente. En Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, los estudios poblacionales comenzaron a dar cuenta de un mayor índice de envejecimiento social que va haciéndose más ostensible en las últimas décadas, especialmente a partir del mejoramiento sustancial de la calidad de vida, el progresivo avance de las ciencias médicas, la aplicación de terapias novedosas y el mayor nivel de control y planificación familiar. Esto se traduce en un aumento de la expectativa de vida y en una “demora” del envejecimiento patológico. Si hasta aproximadamente los años 70 se consideraba “vieja” a una persona que había alcanzado los setenta años, dos décadas más tarde, la consideración en torno a la edad de envejecimiento se ha desplazado hasta los 80 años.

Con la expansión de esta “nueva vejez” irrumpen también nuevas costumbres, nuevas formas de habitar, un modo diferente de estar en el mundo, de encontrarse con uno mismo y con los otros.

Esa nueva franja, que proporcionalmente es la que relativamente, más aumenta, y que según estudios estará mayormente alojada en los países subdesarrollados, es a la que está en general destinada, la variante de la casa tutelar.

La modalidad de la “casa tutelar” o nuclear como se suele denominar también, se ha ido imponiendo como variante menos rígida, de probado rendimiento y eficacia para cubrir el nuevo segmento de población que pospone el límite del envejecimiento. Tipología que brilla por su ausencia en nuestra región.

La vivienda tutelar optimiza los recursos económicos de los particulares y de los estados. Un sistema de racionalización de recursos que se vuelve eficiente para el desarrollo de las políticas de estado en relación con la ancianidad. La realización de este tipo de proyectos, en los países desarrollados, está fundamentalmente a cargo del estado. Por una sencilla ecuación, resulta más
económico propiciar y sostener esta variante que la de los modelos de institucionalización tradicional que administran recursos idénticos tanto para un “paciente” que los requiere como para otro que quizá no necesite todavía el mismo nivel de asistencia.

De modo que la vivienda tutelar, contra lo que espontáneamente se piensa, supone una mejor distribución de los recursos públicos para la tercera edad. En tanto la fracción de la población productiva no crece al mismo ritmo con que se expande la población pasiva, la masa de recursos destinada a sostener a la población económicamente inactiva disminuye. Esta tendencia se multiplica dramáticamente y vuelve urgente la necesidad de instrumentar nuevas políticas que apunten a la disminución de la carga de inversión para el estado.

El papel del estado en cuanto a la elaboración y realización de políticas alternativas es indudablemente central. Experiencias de países como Dinamarca, Holanda, Alemania, entre otros, lo prueban cumplidamente. En relación con el sistema de viviendas tutelares, en esos países, el estado dispone las inversiones para la realización de las obras, y a su vez desempeña un papel de administrador: establece un régimen de propiedad limitada, o bien regula mecanismos de arrendamiento proporcionales a los ingresos que perciben los usuarios en concepto de compensaciones jubilatorias. El costo para el estado de un n anciano institucionalizado triplica aproximadamente el de una persona mayor habita una vivienda tutelar.

De modo que, si el estado realiza la inversión, asegura la distribución y uso de las viviendas, cuando está probado, en Argentina por lo menos, de que la mayoría de los ancianos, que dependen del estado y que están institucionalizados no están allí por problemas de salud sino por problemas de vivienda.

Este sistema de soporte, generalmente consisten en un área de mantenimiento y seguridad que le proporciona al usuario, la certeza de una protección adecuada y permanente.

Un sistema de abastecimiento de comida, lavado de ropa y cafetería que funciona a partir de los requerimientos particulares de cada habitante ya que las viviendas están provistas de cocina como para que cada persona decida independientemente.

Un área de consultorios multifuncionales para profesionales que puedan darle uso temporal según la demanda.

Una serie de espacios pertinentes para producir, mejorar y estimular la socialización de los usuarios: biblioteca común, salón de juegos, talleres protegidos, piscina, jardines terapéuticos, etc. Espacio en el que puedan organizarse diversas actividades culturales o usarse como estares donde escuchar música, mirar televisión, tomar cursos de difusión o prevención en salud, etcétera.

Dependiendo del número de viviendas, estas áreas pueden estar incorporadas al conjunto o racionalmente dispuestas como para abastecer a varios conjuntos racionalizando recursos.

Una administración muy sencilla está a cargo de manejar y controlar las áreas de servicio. Esto no impide que algunas actividades, especialmente las vinculadas con la socialización, estén a cargo de los propios habitantes bajo fórmulas de diversa índole: auto-gestionada, espontánea o dirigida. Estas situaciones pueden realimentar el sistema, incluso en el plano económico a través de talleres protegidos de producción y comercialización en pequeña escala.

Sin embargo, esta modalidad no alcanzó a expandirse privadamente por falta de iniciativas políticas o lo que es más grave por falta de información y creatividad de inversores y Estado.

Quizá entre las razones de su falta de desarrollo haya que considerar la circunstancia de que ha quedado demasiado asociado a un modelo universal de geriátrico y no resulta aparentemente un emprendimiento atractivo desde la perspectiva de la rentabilidad siendo este un prejuicio erróneo y falta de creatividad empresarial en tanto descubrir otros nichos de inversión dentro de los negocios destinados a los adultos mayores.

El geriátrico convencional despierta, erróneamente, mayores apetencias de rendimiento económico, que, aunque sea posible pensar otras múltiples causas, hay que señalar también que la región padece, en torno a este tipo de variantes alternativas al modelo de institucionalización geriátrica, de una enorme desinformación y un profundo desinterés que en términos globales y regionales no deben ser ajenos al ruinoso estado general de nuestra ancianidad.

Arq. Eduardo Frank
Arquitecto / Gerototecto
Mat. N° 11736
frankeduardo@estudioefrank.com.ar
Un “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento

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