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Arquitectura y Residencias: Habitar la Vejez; La Institución necesaria, por Eduardo Frank (V)

Portada del libro Vejez, Arquitectura y Sociedad, de Eduardo Frank.
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Portada del libro Vejez, Arquitectura y Sociedad, de Eduardo Frank.
martes 15 de noviembre de 2022, 21:13h

Eduardo Frank es un reconocido arquitecto argentino que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a hacer de “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento. Le agradecemos mucho que haya querido compartir con Dependencia.info esta reflexión sobre arquitectura y envejecimiento titulada Habitar la Vejez. El documento está dividido en seis partes.

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

HABITAR LA VEJEZ

LA INSTITUCIÓN NECESARIA

Es del todo ingenuo negar de plano la necesidad de la institución geriátrica. Así como torpe es su indicación generalizada e indiscriminada.

Pero ajustemos su significación y su valor a los requerimientos actualizados.

La arquitectura institucional gerontológica, pasó a formar parte del conjunto instrumental de un efector de salud, más hospital que vivienda.

El hospital debe permitir una observación rápida y constante del enfermo, ponerlo al cuidado de eventuales contagios, separarlo, esto es, clasificarlo según el estatuto de su padecimiento.

“El hospital —escribe Michel Foucault— no es ya simplemente el techo bajo el que se cobijaban la miseria y la muerte cercana; es, en su materialidad misma, un operador terapéutico”.

Lo mismo puede decirse del edificio-escuela o las instituciones carcelarias llevando la metáfora al extremo para echar luz, la arquitectura moderna empieza ahí donde se lo concibe como máquina pedagógica, un instrumento esencialmente articulado sobre dispositivos de autoridad y disciplinamiento. Las aulas distribuidas, a la manera de celdas, sobre corredores (pasillos) orientados en cuanto vehículos de control hablan precisamente de su asimilación a las funciones institucionales. La estructura hospitalaria incorpora necesariamente por su funcionalidad, la idea de un ojo que de un sólo golpe de vista pudiera verlo todo, este ojo “perfecto”, “panóptico”, acumula funciones de vigilancia, que expresan la voluntad de un sistema de control.

El mismo sistema de observancia y eficiencia se usa en espacios diseñados para el trabajo y la industria.

La arquitectura institucional gerontológica está entonces inscripta en el modelo de disciplinamiento y eficiencia. Porque es a partir de este modelo, donde se articula el lugar social del enfermo, del niño, del loco y el adulto mayor.

Es necesario no ignorar que hay casos específicos donde las instituciones especializadas en ciertas patologías son necesarios los controles panópticos. Las instituciones dedicadas a acoger personas que sufren Alzheimer, u otras demencias asociadas a la edad, por poner un ejemplo.

El asilo, el hospital, el hospicio, el orfanato constituyen, desde el punto de vista arquitectónico, metáforas de la adecuación del espacio a realidades institucionales rígidamente atravesadas por la lógica del modo de producción y control.

De modo que, por una parte, cuando pensamos la alternativa institucional como solución a los aspectos traumáticos de la vejez, es determinante en los proyectos, tener presente que el paradigma institucional, en el plano arquitectónico, que supone una génesis que lo inscribe en el campo de operaciones de vigilancia, normatización, cierto autoritarismo de funcionamiento y control.

El geriátrico está visto, entonces, como una amenaza antes que, como un recurso de alguna eficacia y tranquilidad, cualquiera sea el momento en que se lo proponga como solución.

De eso nos hablan los muros del asilo.

En una postura crítica, la etimología del término asilo es reveladora: procede del adjetivo griego asylon, que significa inviolable. Ciertamente, la idea de asilo remite de un modo inmediato a la de aislamiento, internación, lugar cerrado, incomunicado. Asilado es el que recibe “protección”, asilo muchas veces está más emparentado con “aislamiento”.

Asilarse implica estos sentidos. Recibir protección, recibir inmunidad. Que un adulto mayor requiera protección es discutible. Que el adulto mayor requiera protección del mundo exterior es más discutible todavía.

De ahí que arquitectónicamente los muros exteriores, las fachadas de los geriátricos casi siempre subrayan intensamente la noción de frontera, de límite inviolable, infranqueable y de opacidad hacia el exterior. Rara vez encontramos ejemplos de instituciones que permitan ver desde afuera su interior y viceversa. Generalmente son edificios “mudos”, no vivientes.

Otro síntoma son las circulaciones. La organización del espacio, sabemos, supone siempre alguna clase de intervención sobre la situación anímica y espiritual de quienes lo habitan.

Especialmente en contextos institucionales, revelan rasgos deficitarios del sistema funcional que influyen en la toma de partido del proyecto, que afectan al uso del espacio y que, además, ponen de manifiesto un esquema ideológico y ético y metáforas enteramente discutibles.

El pasillo–cinta transportadora de producción, por ejemplo, habla enfáticamente de la realidad económica de la fabricación de mercancías. Se pueden leer ahí los signos de una práctica destinada a mejorar los índices administrativos del tiempo de trabajo invertido. Actualmente, con el aporte de la tecnología, esta disposición se torna discutible.

Del mismo modo, el pasillo institucional tiende a fijar la idea de que a través suyo se optimiza la realización de tareas que demandan movilidad y desplazamiento de personas y su funcionamiento. En tanto el pasillo subraya conceptualmente imágenes asociadas a movimiento, un ir y venir de un punto a otro, tiende a comprometer de un modo asimismo intenso criterios y nociones de temporalidad.

El recorrido de un pasillo supone un sentido diferenciado de la temporalidad del que implica por ejemplo un dormitorio, un comedor, un estar. El largo pasillo hospitalario que se repliega sobre estructuras repetitivas y monótonas, los pasillos ministeriales que enfrentan una oficina con otra, proveen la representación de una vida altamente burocratizada y administrada.

Los pasillos de los geriátricos, de los grandes hoteles, donde se uniformiza el ocio, el pasillo donde se busca el apartamento 28, el 52, el pasillo que comunica una línea con otra del transporte subterráneo, los pasillos de aeropuertos y shoppings semióticamente son pasillos donde la vida no ocurre. Los “Pasillos Capicúa” de instituciones geriátricas, son espacios que el antropólogo Marc Augé ha de llamar “Los No Lugares”. Lugares de desarticulación y suspensión de la experiencia y teatralidad de la vida. El pasillo panóptico que permite una eficacia de la mirada en cuanto sistema de control reproduce, en la construcción de sus imágenes ideológicas, un uso autoritario del espacio. En las unidades de cuidados intensivos, las “torres de control” vidriadas, desempeñan naturalmente una función muy necesaria. A medida que se desarrollan sistemas tecnológicos cada vez más sofisticados, la función panóptica va cediendo valor arquitectónico, aunque su función permanece activa por medio de circuitos cerrados de televisión, video-cámaras, sistemas de alarmas, etc.

El sentido ideológico-moral de estas estructuras debe dar lugar a un profundo cuestionamiento como mínimo.

El pasillo puede ser concebido no sólo como un mero y aséptico vehículo para la circulación. Esa larga y confusa cinta en espejo puede estar regular o irregularmente interceptada por “calas” o “bahías”. Sin dejar de cumplir con esa finalidad, puede dotárselo de “accidentes geográficos” donde se desarrollen encuentros o diferentes actividades relacionadas o no con la funcionalidad institucional o simplemente con la vida diaria del adulto mayor.

Puertas iguales a cada lado del pasillo son también generadoras de confusión, de modo que nuestro pasillo debería proponerse transformar la uniformidad. La mayoría de las veces sólo diferenciadas por un pequeño cartel que indica un número o un nombre poco legible.

Hay modos que no implican ningún costo adicional como, por ejemplo, colgar de ada puerta una foto de la persona que vive en esa habitación o una pequeña vitrina que contenga objetos personales o cualquier otro objeto que marque unadiferencia evidente con la puerta vecina.

Romper la estructura tubular de circulación y disponer las habitaciones alrededor de un espacio central de socialización contribuye asimismo a generar condiciones de mayor plasticidad espacial. Este mismo principio, desdibujar el pasillo abriéndose a un espacio común, se usa frecuentemente para diseñar células terapéuticas para personas que padecen Alzheimer. Es allí donde los enfermos desarrollan todas las actividades de la vida diaria, actividades terapéuticas, alimentación, ocio, etc. De esta forma las comunidades /celulares de convivencias en números controlados de personas generan en estas agrupaciones particulares la sensación de seguridad y habitualidad. Colaboran con evitar el estrés que le provocan los cambios de personal, la circulación de personas “desconocidas” y los traslados a espacios ocasionales, además de estimular la socialización entre los habitantes.

El automatismo y la despersonalización de los geriátricos, se convierte entonces, en un aparato de uniformización, de liquidación de las necesidades singulares de sujetos singulares.

Lo que ofrece este modelo de institución geriátrica, protección, cuidado, control, eficiencia, está de entrada envuelto en un extraordinario malentendido.

La uniformidad, esa amenaza de aniquilación de las modalidades singulares de la dieta, la sociabilidad, la dosificación terapéutica o las horas del sueño a la que el sistema del asilo somete al interno, se vuelve de inmediato contra toda forma de asistencia que comprenda la problematicidad específica del adulto mayor y de su infinita otredad de este momento histórico y del futuro. Esta normativización de los mecanismos institucionales resulta hoy inaceptable.

Es aquí y hoy, donde deberían aparecer modelos creativos innovadores y alternativos de institución.

Una mirada progresista imagina modelos institucionales “abiertos”, “participativos”, “solidarios”, “no normatizados” basados en la atención centrada en la persona.

La Atención Centrada en la Persona (ACP) está siendo una tendencia saludable. Irrumpe como una forma de atención más humanizada y apoyada sobre la particularización y la autodeterminación de las personas, generando una forma de atención acentuando la otredad. Todavía esta modalidad no se ve reflejada en nuevos proyectos destinados a las personas mayores, pero es imperioso empezar a estudiarlo y desarrollarlo.

La arquitectura en general refleja con cierto retraso los cambios sociales, políticos y de vanguardias. Lógico es que primero ocurran los cambios y después la arquitectura los refleje, pero para que ocurra deben existir voluntades profesionales, sociales y políticas.

Si la arquitectura gerontológica es coherente con su carácter holístico y con la teoría de la Gestalt, donde FUNCION+FORMA, es una TOTALIDAD, por lo tanto, es de esperar un cambio radical en la forma institucional del lugar donde habitan los viejos, los adultos mayores de hoy no son los mismos que los de ayer.

¿Se diseñan instituciones verdaderamente a partir de la responsabilidad que implican estos cuestionamientos?

Arq. Eduardo Frank
Arquitecto / Gerototecto
Mat. N° 11736
frankeduardo@estudioefrank.com.ar
Un “gerototecto” es un arquitecto familiarizado con la gerontología y la ciencia del envejecimiento

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