Llevamos días viendo números, escuchando cifras que van en aumento día tras día y te preguntas si alguien se podrá acostumbrar a vivir así durante mucho tiempo más. Haces todos los días por tu gente el esfuerzo personal de sonreír, de mantener una actitud digna ante la vida, aunque a veces la rabia, la impotencia o el dolor se te hagan tan cuesta arriba que tú misma necesites que otros te empujen para no quedarte llorando en un rincón.
Ninguno de los que trabajamos en el Sector de atención a las personas mayores podemos bajar la guardia ni un momento. Nos hemos sentido tan abandonados y estamos siendo presa tan fácil en un momento como este. Medios de comunicación y políticos sin conciencia están creando el caldo de cultivo adecuado.
Pero tras esas cifras, hay vidas, personas de carne y hueso, a las que queríamos, a las que cuidábamos con mimo porque éramos su familia. Uno de mis directores me decía hoy que “se ha ido la yaya que más majica estaba, la que menos esperaba que pudiera marchar para siempre”. Me lo decía con un dolor, una amargura y tal impotencia que es difícil de definir con unas pocas palabras. Esa yaya, tenía familia, hijos, nietos, que no han podido despedirse de ella y a nosotros se nos queda una amargura tras tanto esfuerzo y tanto trabajo difícil de asimilar. Porque no hemos logrado el objetivo para el que vivimos: defender la dignidad y los derechos de esa persona mayor, de esa yaya. Quizás si hubiéramos tenido los epis adecuados, quizás si se hubieran realizado test antes a toda la residencia para que pudiéramos saber qué residentes y qué trabajadores tenían el Coronavirus, quizás si se la hubiera hospitalizado, quizás… tantos quizás… ahora quizás seguiría haciéndonos sonreír con su buen humor.
Algunos volverán a esas cifras interesadas y nos hablarán de tantos por ciento. Dirán que no son muchos los que se han ido o que el mayor número de fallecimientos han sido en las residencias. Es posible que tengan razón, muchas de nuestras residencias no se han visto afectadas o lo han hecho en pequeña medida, y son también muchos los que han superado la enfermedad gracias a nuestros cuidados. Pero la única manera con la que podemos lograr quitar el crespón negro que llena ahora nuestras vidas es que la Sociedad nos ayude a eliminar todos esos “quizás” que se han quedado como un soniquete impertinente en nuestras cabezas.
No nos cansaremos de repetir que nuestras residencias no son hospitales, sino lugares de convivencia que han debido de enfrentarse a una pandemia sin precedentes. Este virus desconocido ha entrado en centros grandes, pequeños, públicos, privados, al que poco ha importado el tipo de gestión. Porque hemos sido los de fuera los que hemos infectado a nuestras personas mayores, visitas de sus familiares, trabajadores asintomáticos, sanitarios sin medios de protección…
Cuando todo esto termine nuestro personal estará agotado, en nuestras residencias se habrá librado una batalla sin parangón en nuestra historia y necesitaremos que alguien nos de las gracias por todo ese esfuerzo. Necesitaremos que alguien nos diga que hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos porque no somos lo que algunos pretenderán decir que somos, buscando una excusa a su ineficacia y descoordinación política o a la necesidad humana de descargar su rabia por la pérdida de un ser querido. Tan solo somos personas cuidando de otras personas y deberíamos sentirnos orgullosos por nuestro trabajo, por cómo hemos defendido a nuestros mayores hasta la extenuación.
Cuando todo esto termine nos enfrentaremos sin duda a una continuación de esta historia que todavía la hará más terrible, en la que algunos ya se han encargado de adjudicarnos el papel del malo de la película. Los habrá incluso del propio Sector que se pondrán medallas a cuenta de la desgracia del compañero, no hablando de la suerte que han tenido, sino de lo bien que han gestionado la pandemia. Pero lo más importante de todo será que logremos eliminar todos esos “quizás” de nuestras conciencias para poder seguir viviendo. Por supuesto que habrá que depurar responsabilidades porque la pérdida de cada vida humana, sin importar la edad, no es una cifra, es una desgracia que deberemos llorar cuando tengamos tiempo para ello, ahora no podemos. Nos gustaría poder llorar junto a esas familias porque sentimos esas pérdidas como propias, sólo así podremos eliminar el crespón negro que llevamos todos nosotros en nuestros corazones. Entre todos unidos deberemos pasar ese duelo y ojalá esta Sociedad a la que hemos cuidado, aunque no se nos otorgue el mismo valor que a los sanitarios, entienda que hemos hecho todo aquello que estaba en nuestras manos.