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Cómo la Ley de Dependencia pasó de 'El Señor de los Anillos' a 'Juego de Tronos'

Por Josep de Martí
lunes 10 de diciembre de 2018, 03:01h

Se acercan las fiestas y me permito un pequeño divertimento.

Aviso previo: Si crees que “Aragorn” es una comunidad autónoma mal escrita y que la “boda roja” fue la de Pablo Iglesias e Irene Montero, no creo que lo que sigue te vaya a parecer interesante.

Cuenta la leyenda que los Mírdainen (legendarios herreros élficos) fraguaron en el comienzo de la segunda Era del Sol diecinueve anillos que tenían la particularidad de poseer grandes poderes imbuidos por sus creadores con el objetivo de preservar la vida en la Tierra. Los repartieron entre elfos, enanos y hombres, pero también crearon uno especial: “el anillo de poder”, “un anillo para gobernarlos a todos” que se quedó para sí el malvado Sauron.

Muchos años después, de una forma algo similar, siete hombres, “los Padres”, redactaron una Constitución. Aunque dudo que lo hiciesen intencionadamente, crearon la fragua de la que saldrían diecisiete estatutos que otorgarían a otras tantas comunidades el poder de hacer y deshacer en muchos aspectos. Y crearon también una especie de “artículo para gobernarlos a todos” que sería el 149.

Dejando el aspecto jocoso, ahora que la constitución cumple cuarenta años, la similitud entre la Carta Magna y la novela de JRR Tolkien me parece bastante clara. Si hacemos entrar en juego la Ley de Dependencia, la cosa se pone más interesante.

Cada una de las 17 comunidades autónomas tiene reconocida en su respectivo estatuto la competencia exclusiva sobre “Asistencia Social”, que es como se llamaba en los años setenta a los servicios sociales, por lo que, en principio, el Estado no puede regular esa materia.

Como la dependencia no aparece en la Constitución, cuando hace trece años se redactó la famosa ley, el Estado no tenía una competencia clara para hacerlo por lo que utilizó ese “artículo para gobernarlos a todos”, el 149.1 que le otorga competencia exclusiva sobre “La regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales”.

Es ese un artículo peculiar, ya que si se aplicase de forma intensiva podría vaciar de contenido casi todas las competencias autonómicas.

Al final, la Ley se aprobó con casi total unanimidad (sólo el PNV y la ahora extinta CiU se opusieron, e incluso ERC votó a favor).

En principio, la Ley pretendía crear un nuevo derecho de ciudadanía de forma que el Estado establecería las condiciones básicas y cada comunidad autónoma, adaptándose a las mismas, y pudiendo mejorarlas, establecería su propio sistema.

Así las cosas, deberíamos haber acabado teniendo un sistema de valoración de la dependencia, catálogo de servicios, acreditación, procedimiento y sistema de copago común o bastante parecido en toda España. La realidad fue diferente. Aquí es donde la leyenda del anillo se torna en la del trono de hierro.

Cada comunidad autónoma ha querido ser ‘Rey en el Norte’ en lo que a dependencia se refiere, de manera que, aunque se aplique el baremo común de la dependencia, cada cual lo hace de forma diferente, lo que acaba produciendo que los resultados también lo sean. En cada comunidad se han acabado considerando compatibles diferentes servicios y lo mismo ha pasado con el tiempo que dura el procedimiento, los criterios de acreditación o lo que tiene que acabar pagando un ciudadano dependiente.

Todos reclaman legitimidad para aplicar el modelo que han creado y culpan a otros de lo que va mal.

El papel de los gorriones lo juega la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales que señalan a las comunidades que, según su estricto criterio, incumplen y, a través de sus “Observatorios”, gritan ¡vergüenza!

Y en Desembarco del Rey, el monarca de turno, que casi siempre llega por casualidad al cargo, se empeña en decir que la cosa va bien mientras se esfuerza por mantener en el reino a la díscola Invernalia, observando de reojo a sus aliados, intentando adivinar cuál le traicionará y resignándose a que las tierras de Dorne hayan caído en manos de una alianza de enemigos.

Mientras el Banco de Hierro de Braavos siga financiando los gastos del reino, podrá aguantar unos meses más, o eso cree él.

Y mientras todo eso pasa, en el Lecho de Pulgas siguen muriendo personas aferradas a un trozo de papel que les reconoce un derecho que, si sólo hubiesen vivido unos meses más, se habría convertido en una prestación.

Suerte que sólo se trata de novelas fantásticas.

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