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¿Es hora de empezar a “desprofesionalizar” las residencias de mayores?

Por Josep de Martí
miércoles 29 de agosto de 2018, 01:30h

Acaba un verano tórrido en el que dos preocupaciones han mantenido en vilo a los directores y responsables de residencias de mayores. Por un lado las altas temperaturas que han obligado a ser más concienzudos a la hora de garantizar la hidratación y, sobre todo, la enorme dificultad para encontrar a profesionales que cubriesen algunas vacantes veraniegas.

Si hace un año escribí la tribuna de opinión “Mi reino por una enfermera” en la que relataba las dificultades para encontrar ese perfil profesional, este verano podría haber extendido el título y, dependiendo del lugar donde me encuentre, haber añadido a médicos, fisioterapeutas e incluso a gerocultores/auxiliares entre los perfiles difíciles de encontrar en el mercado.

La normativa varía de una comunidad a otra pero, en casi toda España las residencias están obligadas a disponer de unas horas determinadas de médico, enfermera/o, fisioterapeuta, terapeuta ocupacional, trabajador social o psicólogo. En el modelo de atención que se ha ido consolidando durante los últimos veinticinco años la presencia de un nutrido y diverso equipo interdisciplinar es un elemento esencial de una buena calidad de atención. Sin embargo, cuando hemos abierto los ojos y hemos mirado al exterior, hemos descubierto que existen modelos fundamentados en la filosofía de la Atención Centrada en la Persona que no se basan en un equipo formado por muchos profesionales diferentes sino por uno con muchos profesionales con pocas titulaciones (básicamente, enfermería, fisioterapia y auxiliares) que trabajan de una forma flexible llevando a cabo tareas muy variadas.

Así lo pudimos ver hace unos años durante uno de los primeros viajes a Suecia que organizamos en Inforesidencias.com para conocer el funcionamiento del sistema escandinavo de servicios sociales. Allí nos sorprendió que en las residencias sólo trabajasen enfermeras, fisioterapeutas, auxiliares de enfermería y “ayudantes de enfermería”. Cuando les dijimos que en España las residencias tenían médicos, fisioterapeutas, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales y otros profesionales nos dijeron: “Así es como lo hacíamos nosotros en los años setenta. Después nos dimos cuenta de que no hacían falta tantos profesionales. Al fin y al cabo la residencia sólo pretende ser un sustituto del hogar”.

He explicado esa anécdota muchas veces en los últimos diez años y mientras lo hacía el reloj demográfico ha ido avanzando inexorablemente. Ese avance ha supuesto, no sólo que estemos cerca de un 20% de personas de más de 65 años sobre el total de la población, sino que llevemos ya unos cuantos años viendo como se jubilan más médicos y enfermeras/os que los que salen de las facultades. Sólo en los próximos 5 años se jubilarán en España 45.000 médicos, lo que supone casi el 21% de toda la profesión. La situación de la enfermería no es mucho mejor. Además, como la tendencia es parecida en otros países, muchos médicos y enfermeras españoles han decidido probar suerte en otras tierras generando aquí un déficit aún mayor.

La falta de médicos en los servicios sanitarios ya ha llevado desde hace unos cuantos años a que las enfermeras hayan ampliado su ámbito de actuación y a que incluso se esté estudiando la posibilidad de que enfermeras sustituyan a los médicos de familia en atención primaria.

En el mundo de las residencias las cosas son diferentes: la dificultad para contratar y fidelizar algunos perfiles profesionales como la enfermería es enorme, ya que a la escasez se une la competencia con un sector sanitario que ofrece condiciones laborales y sobre todo salariales mucho más ventajosas.

Sé de varias residencias que han pasado el verano haciendo equilibrios con menos enfermeras de la que les exige la normativa porque, sencillamente, no las han podido contratar. También conozco alguna otra que ha visto como esa dificultad se extendía desde mucho antes del verano. La ley es la ley por lo que esos establecimiento pueden ser sancionados si reciben una inspección, pero la sanción tendrá poco efecto si el motivo por el que la residencia no dispone de un profesional es porque ese profesional no existe o no está dispuesto a trabajar por el salario que establece el convenio colectivo.

A partir de aquí creo que hay que empezar a pensar y deberíamos partir de una idea: a veces la mejor solución no es posible y tenemos que optar por la menos mala.

Estaría muy bien que todas las residencias dispusiesen de muchas horas de enfermería pero, si sabemos positivamente cómo aumentará el número de residentes y se reducirá la proporción de enfermeras en el mercado de trabajo, ¿no deberíamos irnos preparando para cuando llegue esa situación de forma que evitemos improvisaciones de última hora?

Sé que lo que voy a proponer es complicado y que necesariamente generará resistencias pero no se me ocurre otra forma de afrontar el futuro.

Para empezar, al igual que ocurre en otros países, creo que deberíamos centrar la atención en residencias y centros de día en la persona, por supuesto, y en dos figuras profesionales: enfermera y auxiliar/gerocultora. El resto de profesionales que exigen ahora las normativas deberían “flexibilizarse”, o sea, prestarse, a criterio de cada residencia, con personal propio o mediante equipos externos que participasen en la elaboración de programas y formación pero no necesariamente formase parte de la plantilla de los centros. No hablo de bajar ratios de personal.

Para poder avanzar en ese camino deberíamos apostar más por la formación continua de las gerocultoras/auxiliares, ampliando sus competencias y consiguiendo que pudieran llevar a cabo algunas funciones hoy reservadas a las enfermeras o fisioterapeutas. No me refiero a sustituir a estos graduados universitarios, que deben tener un papel central, por personas sin preparación, sino a realizar algunas técnicas que hoy sólo pueden llevar a cabo ellas. O sea, algo así como lo que sucedió hace unos años con la administración de insulina y heparina por parte de las gerocultoras.

Si hoy empezamos a hablar del tema abriendo el debate a las asociaciones profesionales quizás encontremos algunas actuaciones que puedan “desprofesionalizarse” de una forma ordenada, estableciendo la supervisión profesional, la formación de la gerocultora y unos procedimientos. Por supuesto, podemos decir que eso es totalmente imposible, que supone un ataque a la profesión y que mejor dejar las cosas tal como están. Si hacemos eso, sencillamente estaremos mirando hacia otro lado mientras el tren se acerca al precipicio, o sea, lo mismo que hemos decidido hacer con las pensiones o el cambio climático.

Yo creo que deberíamos ser audaces y aceptar que, aunque “desprofesionalizar” no es lo mejor, será algo imprescindible a lo que nos iremos acostumbrando.

En algún ámbito este proceso ya se ha empezado a producir: Hace unos años, pensar que una enfermera pudiera llevar a cabo el triaje en un servicio de urgencias o prescribir medicamentos hubiera parecido impensable. Hoy, a pesar de algunas reticencias, es algo normal.

Este verano en Cataluña, la administración ha difundido una instrucción que permite a cualquier persona que haya trabajado en los últimos años como animador sociocultural en residencias seguir haciéndolo aunque no tenga el título universitario de educador social que exige un Decreto. Aquí está el texto. La justificación es la siguiente: “El Departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias, habiendo constatado los cambios que se han ido produciendo en los últimos años en relación a las necesidades de las personas con dependencia atendidas en estos centros, actualmente está analizando los diferentes currículos formativos del sistema educativo que puedan dar la respuesta más adecuada. Por otro lado, las proyecciones de población sitúan unas necesidades de prevención, promoción y atención a la dependencia y el envejecimiento activo superiores y diferentes a las actuales, tal y como requerirá una sociedad cada vez más envejecida de acuerdo con las tendencias que registran todos los países de la UE”.

El proceso está en marcha. Ahora la clave está en si queremos que sea algo ordenado y planificado en lo que participen desde el principio los afectados e interesados o que, por el contrario, se produzca a salto de mata, sin previsión y generando frustración en los profesionales.

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