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El caleidoscopio interpretativo de las ratios de personal

Por Alejandro Gómez Ordoki
martes 16 de julio de 2024, 19:58h
Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales.
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Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales. (Foto: JC)

La RAE define el término caleidoscopio como “conjunto diverso y cambiante”. Si bien el panorama estatal de ratios de personal es ciertamente diverso, casi delirante en algunos aspectos, podemos concluir que precisamente cambiante no ha sido. No, al menos, durante las últimas décadas, en las que se ha perpetuado la vigencia de normas autonómicas haciendo caso omiso de la evolución registrada en el nivel medio de dependencia. Una vez más, se cumple aquello de que el derecho siempre va por detrás de la sociedad, un aforismo que, en mi opinión y lamentándolo mucho, no viene a contradecir el estudio elaborado por CCOO, UGT, la asociación de familias Pladigmare y la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

Por cierto, un análisis que concluye en la estimación de unos mínimos que bien podrían ser unos máximos; a decir verdad, unos máximos elevados a otros máximos si no nos abstraemos -diría, incluso, que hasta haciendo un ejercicio consciente de abstracción- de los límites de financiación que han caracterizado al sector desde siempre. Como suelo decir habitualmente, el sector es tremendamente imaginativo, pero no hace magia, un arte especialmente complicado de ejecutar si el Gobierno central no asume sus responsabilidades financieras y deja la patata caliente, por sistema, en manos de los ejecutivos autonómicos o forales.

Un caleidoscopio es, además, un tubo oscuro que, volteado, multiplica simétricamente imágenes de formas irregulares. Si dispusiéramos de un gigantesco telescopio en alguno de los satélites Hispasat para analizar la realidad residencial del país, observaríamos que, a medida que enfocamos una u otra comunidad autónoma, la imagen obtenida se torna caleidoscópica. En consecuencia, alguien podría pensar que es necesario estudiar esa enorme dispersión y, desde evidencia empírica, corregir desviaciones de modo que siempre se obtuviera una misma imagen cualquiera que fuera el zoom que quisiéramos hacer. Hasta este punto, absolutamente de acuerdo: un patrón único para un cuidado estandarizado en término de mínimos en cualquier coordenada del Estado. Vamos, blanco y en botella: leche.

El problema surge cuando el caleidoscopio adopta forma de embudo y, tal vez sesgados en nuestra percepción por efecto de una perspectiva desproporcionada, nos empeñamos en trasladar propuestas que, no pocas veces, tocan menos tierra que los propios satélites de Hispasat. Porque, en la estrategia de transformación hacia un nuevo paradigma de atención y cuidados residenciales, el caleidoscopio que utilicemos para prospectar el futuro podría contener formas irregulares (distintos modelos atención con un propósito común: la calidad del cuidado), pero nunca debería ofrecer imágenes inalcanzables con los medios disponibles. La máxima de ajustar recursos a necesidades, sin discusión implícita o explícita, debería guiar el cambio de paradigma. Cualquier otra interpretación, dicho con todo el respecto del mundo, sería producir mucho ruido y pocas nueces, algo parecido a fuegos artificiales que pudieran terminar en fuegos fatuos si estamos ante una nueva versión del “yo invito, pero tú pagas”.

Esta tribuna de opinión no es una reflexión para confirmar o rebatir algunas cuestiones planteadas en la presentación del “Estudio sobre el personal mínimo necesario en las residencias de mayores de la Comunidad de Madrid” como que “las actuales ratios están pensadas para el negocio”, que las residencias son “un balneario fiscal” o que, faltaría más, “es imprescindible cuidar a quienes cuidan” (declaraciones recogidas en un artículo de El País del pasado 8 de julio de 2024). Sí, en cambio, está planteada para refutar ciertas consideraciones apriorísticas como “esto no lo ha hecho nadie” o “es un trabajo científico que no conocemos que exista otro y ese es el valor de este estudio”. Pues bien, resulta que sí, que desde hace más de diez años algunos profesionales del sector vienen preocupándose, por ejemplo, por la estimación científica de ratios de personal gerocultor.

Incluso, se ha diseñado un software para distribuir las plantillas de nivel Ad1N por franjas horarios en función de los biorritmos naturales de atención implícitos en la prestación de este tipo de servicios (momentos “pico” y “valle” en la organización de tareas directas e indirectas a ejecutar por el personal gerocultor tratados en un estudio publicado por Lares Euskadi en 2018, metodológicamente muy distanciado en cuanto a volumen de información, hipótesis manejadas, aplicación de métodos estadísticos y heurísticos, pruebas de dependencia/independencia de variables y técnicas de inferencia de tiempos de gerocultor/a en función de los perfiles de dependencia).

Además de leer la noticia de El País, he tenido acceso al propio estudio elaborado conjuntamente por CCOO, UGT, Pladigmare y la SEGG. Respecto de la metodología empleada para la estimación de tiempos de personal gerocultor -por su indudable importancia merecedora de capítulo propio y, en consecuencia, no incorporada como anexo- se limita a la obtención de unos tiempos promedios en función de una colección de tareas -y, por tanto, de unas necesidades teóricas de apoyo para las actividades básicas de la vida diaria y/o actividades instrumentales- que presentan diferentes valores en función de una categorización sui generis de perfiles de residentes (“colaborador”, “no colaborador” y “conductual”), por otra parte no correspondiente con los perfiles oficiales derivados del Real Decreto 174/2011, por el que se aprueba el baremo de valoración de la situación de dependencia.

El resultado agregado del estudio es que, para un mix “colaborador-no colaborador-conductual” del 20%, 30% y 50% respectivamente, se necesitaría un total de 132 gerocultoras/es para garantizar una presencia diaria de 37 trabajadoras/es para el turno de mañana, 34 para el de tarde y 12 para el de noche, todos ellos para un total de 100 residentes. En la práctica, una importación sustancialmente hinchada de lo que podemos entender como modelos nórdicos estandarizados (en turnos de día, relaciones de 1 gerocultor/a por cada 5 residentes frente a relaciones 1-2,82 que propone el estudio; por la noche, la relación escandinava de 1-15 se convierte en relación madrileña de 1-8). Es decir, casi podríamos afirmar que la propuesta duplica el modelo nórdico de referencia.

Por concretar alguna de las diferencias entre los enfoques de sendos estudios, el de Lares Euskadi parte de unas premisas que, en principio y conforme al informe publicado, no parece contemplar el monográfico sobre ratios de COO-UGT-Pladigmare-SEGG:

  • Premisa conceptual: el cuidado diario no es fijo sino absolutamente aleatorio (una misma tarea, con un mismo residente, prestada por una misma auxiliar de geriatría, dos días seguidos, produce dos tiempos de atención distintos). En consecuencia, cualquier medición de tiempos medios debería estar sujeta al cumplimiento de distintas reglas estadísticas derivadas de las distribuciones de probabilidad obtenidas, si efectivamente queremos catalogar la propuesta de científica.
  • Premisa programática: el catálogo de tareas de auxiliar debe tener suficiente detalle y estar distribuido por horas en que dichas tareas se prestan (cronograma diario de atención y cuidados), más allá de una correspondencia con turnos de trabajo. En caso contrario, se presume la inexistencia de intervalos “pico” y “valle”, hecho que la realidad, tozuda, se encarga de rebatir día tras día. Un catálogo, por otra parte, que presenta particularidades de lunes a domingo.
  • Premisa posibilista: cualquiera que sea el método utilizado para estimar ratios de personal, debe garantizarse que los resultados obtenidos no desemboquen en el planteamiento de propuestas tan disruptivas que no puedan ser asumidas por ninguno de los agentes pagadores del servicio (residentes, familias y/o administraciones públicas). Si no somos posibilistas en los objetivos de futuro difícilmente impulsaremos el cambio. Más que de revolución se trata de evolución y, en esa dinámica, la transformación debería ser gradual para producir mejoras incrementales en una estrategia estatal que dotara de contenido al pretendido Pacto Nacional por la Dependencia.

Lo demás, sintiéndolo de veras, no es sino un brindis al sol. Y para esto, ya tenemos suficiente con el “acuerdo Belarra” y su pretendido despliegue operativo desde unas memorias económicas para su implementación autonómica que rompen totalmente con el equilibrio coste-financiación.

Por favor, calibremos el caleidoscopio para que las imágenes de futuro sean básica y objetivamente alcanzables. Si no lo hacemos, es muy probable que los profesionales nos frustremos; y lo que aún es peor, que la sociedad entienda que la discusión baldía, la falta de rigor y las perspectivas encontradas identifican a un sector desconectado. Este es un lujo que no nos deberíamos permitir.

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