La experta en intervención social integral, consultora en Gerontología y en Cohousing destaca que “sigue siendo una opción poco desarrollada” porque las iniciativas actuales son casi exclusivamente privadas y a ello se suma la falta de un marco normativo homogéneo: cada comunidad autónoma establece sus propias reglas y procedimientos, lo que "dificulta la transferencia de experiencias exitosas".
El concepto de cohousing o vivienda colaborativa va ganando terreno en España, aunque todavía lo hace de forma tímida y con grandes retos por delante. En la jornada ‘Cohousing: una alternativa para una nueva vida’, organizada por el Ayuntamiento de Madrid en el Centro Intergeneracional Ouka Leele, la experta en intervención social integral, consultora en Gerontología y en Cohousing, Lourdes Bermejo, explicó los avances, las dificultades y el potencial de esta fórmula de convivencia que combina autonomía, cooperación y sentido comunitario.
El encuentro técnico reunió a profesionales del ámbito social y urbanístico con el propósito de compartir conocimientos y experiencias en torno a esta alternativa residencial, que busca ofrecer una opción intermedia entre el hogar tradicional y la residencia, especialmente atractiva para personas mayores que desean seguir viviendo de forma independiente, pero no solas.
Una opción aún poco desarrollada
Según Bermejo, el cohousing en España “sigue siendo una opción poco desarrollada” porque las iniciativas actuales son casi exclusivamente privadas. Los grupos que deciden emprender un proyecto de este tipo deben asumir la compra del terreno, la construcción y la gestión integral, lo que lo convierte en un proceso costoso y complejo.
A ello se suma la falta de un marco normativo homogéneo: cada comunidad autónoma establece sus propias reglas y procedimientos, lo que dificulta la transferencia de experiencias exitosas. “Hay muy poca transferencia de las experiencias buenas porque no son posibles en otros lados por aspectos administrativos”, señala la experta.
En este contexto, los proyectos de cohousing requieren “mucho tiempo, mucho dinero, gente que trabaje mucho en el proyecto y gente preparada”. No todas las personas, añade, tienen el perfil adecuado para implicarse en un proceso tan exigente en términos personales y profesionales. “El cohousing es un proyecto muy bonito, pero no es para todo el mundo”.

Un proyecto de vida
A pesar de las dificultades, Bermejo considera que el cohousing ofrece ventajas muy valiosas. En primer lugar, lo define como un “proyecto de vida para tus últimos 20 o 30 años, con relaciones nuevas, con compañeros y compañeras de vida, ilusionante a tope”. En segundo lugar, lo describe como un reto personal que “te va a mantener más sano, más feliz, más autónomo, más independiente, más todo”.
No se trata solo de un modelo de vivienda, sino de una forma de entender el envejecimiento desde la participación, el apoyo mutuo y la construcción de comunidad. Este enfoque encaja con las tendencias internacionales que apuestan por entornos habitacionales centrados en las personas y su bienestar integral.
Convivencia y cuidados
Una de las cuestiones recurrentes en el debate sobre el cohousing es si esta modalidad puede retrasar la necesidad de ingresar en una residencia. Para Bermejo, el cohousing no sustituye los cuidados especializados. “Si algún día necesitamos altos cuidados, es probable que necesitemos ir a una residencia, independientemente de que vivamos en un cohousing o en tu casa”, explica.
La especialista distingue claramente entre ambas realidades. Considera que las residencias, “organizaciones de cuidados”, van a existir siempre y seguirán siendo necesarias para las personas en situación de fragilidad o con necesidades de apoyo, atención sanitaria o acompañamiento especializado.
Lo importante, subraya, es que las residencias del futuro sean diferentes, más adaptadas a las necesidades reales de las personas y centradas en ofrecer una buena calidad de vida: “Esas residencias del futuro, que ojalá sean diferentes a lo que tenemos ahora, pero las vamos a necesitar siempre y cada vez más, porque vamos a ser muchas personas mayores”.
“Las residencias van a existir siempre, porque hay personas en una situación de fragilidad que necesitan un lugar de vida específico”, afirma. En este sentido, el cohousing y las residencias no compiten, sino que se complementan dentro de un sistema de cuidados diverso.

El papel de la Administración
Bermejo subraya que uno de los grandes retos está en las políticas públicas. Considera que la Administración debería apostar por “mejorar las residencias que tenemos ahora” y, al mismo tiempo, facilitar que las personas puedan vivir en su casa o en comunidades intencionales como el cohousing, con apoyo suficiente para hacerlo posible.
Propone que las ayudas vinculadas a la dependencia o la discapacidad puedan recibirse en cualquier lugar de vida, sin importar el modelo elegido. También insiste en que las administraciones públicas deben diversificar opciones y flexibilizar los marcos normativos para permitir que estas iniciativas sean sostenibles.
Además, Bermejo recuerda un efecto colateral positivo del cohousing: si las personas mayores se trasladan a estas comunidades, sus viviendas actuales quedarían disponibles para otras familias. “Hay que vivir en el mejor lugar para ese momento de tu vida”, resume.
Una cuestión de actitud
Más allá de los trámites y las normativas, el cohousing requiere una disposición especial. No basta con desear envejecer acompañado; implica compromiso, cooperación y apertura al cambio. Por eso, cuando se le pregunta si podría resumir su ponencia en una frase, no duda en afirmar que “un cohousing no es para todo el mundo, es para valientes”.
Esa valentía a la que alude Bermejo no se refiere solo a la decisión de mudarse a un entorno comunitario, sino a la voluntad de implicarse en la construcción de una convivencia diferente, participativa y solidaria.
El cohousing, en definitiva, representa una nueva forma de afrontar la madurez: más social, más activa y más libre. Y aunque el camino para consolidarlo en España aún sea largo, cada proyecto que nace demuestra que la vejez también puede ser una etapa de innovación y esperanza compartida.