Vivimos tiempos interesantes. Tiempos en los que el envejecimiento ha dejado de ser una nota al pie en los informes de Servicios Sociales para convertirse en una cuestión transversal que afecta a toda la sociedad. Cuando cerca de un 25 % de la población tiene más de 65 años, y una tercera parte de esas personas mayores vive con algún grado de dependencia, no hablamos solo de políticas de salud o bienestar social. El envejecimiento entra, inevitablemente, en el debate sobre la vivienda, el transporte, el urbanismo y hasta el mercado laboral.
Hace años que sostengo una idea: muchas de las soluciones que buscamos en España ya han sido probadas en otros países. Y no me refiero solo a modelos escandinavos idealizados, sino a experimentos reales con sus éxitos y fracasos. Es una de las razones por las que organizo viajes geroasistenciales desde hace más de dos décadas. Más de 50 grupos han cruzado fronteras para compartir, aprender, comparar, y también para darse cuenta de lo que ya estamos haciendo bien en casa.
Últimamente, en estos días en los que me ha dado por bucear en el baúl de los recuerdos, encuentro artículos que tienen diez o incluso veinte años. Algunos, que tuve la ocasión de leerlos en su momento me entusiasmaron por su lucidez. Ahora me sorprende, o quizás es más correcto decir, me entristece, comprobar que podrían haber sido escritos ayer. Como si el tiempo no hubiera pasado. O peor aún: como si lo hubiéramos dejado pasar.
Uno de estos textos es un artículo de la profesora Carme Triadó, psicóloga y gerontóloga de larga trayectoria académica y profesional, comprometida con el análisis riguroso del envejecimiento y las políticas públicas. El artículo se titula 'Envejecer en España y en Europa' y fue publicado en la revista Ageing International en 2013 hace ya más de una década. A pesar del tiempo, conserva una actualidad asombrosa.
En él, Triadó compara la situación del envejecimiento en España con otros países europeos. Destaca cómo, a pesar del aumento de la esperanza de vida, España ha tardado en adaptarse al envejecimiento poblacional con políticas efectivas y preventivas.
El artículo subraya la escasez de coordinación entre los ámbitos sanitario y social, la falta de recursos domiciliarios estructurados, y una respuesta institucional centrada en los cuidados de larga duración, más que en la prevención o la promoción de la autonomía.
También señala que, mientras otros países desarrollaban desde hace décadas servicios intermedios, como viviendas con servicios o cuidados domiciliarios avanzados, España seguía priorizando plazas en residencias y ayudas informales.
En cuanto a propuestas, Triadó ya planteaba hace más de diez años la necesidad de:
- Integrar servicios sanitarios y sociales de forma coordinada.
- Apostar por la prevención de la dependencia.
- Invertir en servicios comunitarios, evitando la institucionalización innecesaria.
- Desarrollar políticas de formación específica para cuidadores, tanto familiares como profesionales.
- Fomentar la participación social y el papel activo de las personas mayores.
¿Han cambiado las cosas desde entonces?
En parte, sí. La creación del Sistema de Atención a la Dependencia en 2006 fue un hito aunque con resultados desiguales. Y en algunas comunidades autónomas se han desarrollado modelos innovadores: unidades de convivencia, tecnologías de apoyo, sistemas públicos de teleasistencia más avanzados. Pero, no se puede negar que muchos de los problemas que se describen en el artículo siguen ahí, como cicatrices mal curadas.
Seguimos con una atención demasiado centrada en lo asistencial, poco orientada a la prevención. Las ratios de personal en residencias siguen generando debate, los servicios domiciliarios avanzan lentamente, y el reconocimiento profesional del cuidado continúa siendo una deuda pendiente.
Vivimos además en un tiempo de falacias en el que algunos defienden que apoyar los cuidados en la comunidad hará que necesitemos menos residencias, cuando la tendencia demográfica hará que necesitemos, prevención, apoyos domiciliarios y, además, más residencias.
La pandemia de COVID-19 nos dio una bofetada de realidad. Descubrimos que apostar por residencias en las que hay mucha relación con el exterior y mucho contacto entre los residentes, centros en los que se lucha contra las tres plagas (soledad, aburrimiento y sentimiento de inutilidad), puede ser una buena opción en situaciones normales, pero aumenta el riesgo cuando nos ataca un virus que se contagia en la cercanía y mata a los más vulnerables. Ahora nos preguntamos si tenemos que hacer las residencias como centros de vida o como barreras ante el próximo virus invasor.
Si me siento optimista, puedo pensar que hoy el envejecimiento empieza a ser reconocido como una prioridad estructural. Veo destellos, como el Acuerdo de Acreditación de Centros del año 2022 (conocido como Acuerdo Belarra), que aunque se ha demostrado que no es vinculante en la práctica, y es muy mejorable, ha fijado una hoja de ruta que ahora tocaría revisar y volver a pactar consiguiendo un consenso real entre estado y comunidades.
La apuesta por la ACP, la orientación hacia el funcionamiento modular de las residencias o el trabajo sin sujeciones son líneas en las que todos estarían de acuerdo, si se apoyasen con un estudio de costes y un presupuesto acorde.
Y mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de algo más. Este año he cumplido 60 años. Y quizá por eso, ya no hablo de vejez en tercera persona. Ya no digo “los mayores” como si fueran un colectivo ajeno. La vejez es algo que se acerca con paso tranquilo pero firme. Es esa etapa que siempre hemos observado desde la orilla, pero ahora el agua ya me moja los pies.
Hablar de envejecimiento ya no es un ejercicio teórico. Es una forma de preparar el camino para quienes vienen detrás, sí, pero también de reconocerse uno mismo como parte del viaje y… no callarse.
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
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Nota: en la redacción de esta tribuna he usado apoyo de un sistema de IA, Chat GPT, lo he usado para extraer las ideas claves del artículo de base y como apoyo en la redacción. Las ideas, estructura, desarrollo y redacción general son mías.