A pesar del famoso refranero español una imagen no siempre vale más que mil palabras. La imagen casi siempre va acompañada de una significación que la trasciende, y de la que somos más o menos conscientes, voluntaria o involuntariamente. Fijar nuestra atención simplemente en lo que vemos es un reduccionismo que puede cerrar la puerta a una necesaria reflexión. Aprehender la significación de lo que vemos requiere una apertura a la reflexión. Y esto no siempre gusta a los que contemplan imágenes.
En los últimos días se nos han puesto delante demasiadas imágenes que han saturado nuestra retina, y nuestra conciencia. Es cierto que determinados programas de televisión, y algunas tertulias radiofónicas, viven del espectáculo de la imagen, intentando que no haya demasiada reflexión, o bien solo la que interesa a los que viven sometidos a las cifras de audiencia o sembrar la cizalla. Pero no podemos caer en el mismo error que el resto de telespectadores y radioyentes. Deberíamos hacer una reflexión hacía adentro, un ejercicio de autocrítica necesaria.
Hasta hace bien poco mi experiencia laboral más extensa, además de la docencia universitaria, ha estado vinculada al mundo asistencial en residencias y centros de día de mayores. Desde el rol de voluntario, pasando por el de enfermero, hasta el de gestor de varios de estos centros, he tenido la suerte y la desgracia, a veces, de saber qué ocurre realmente dentro del que siempre consideraré nuestro sector.
Las imágenes ofrecidas por el cocinero con torpes dotes como reportero de investigación son reales. No son manipulaciones de un programa de ordenador. No nos gustan, pero debemos intentar captar la significación más allá del espectáculo fácil que buscan atraer. Y para ello debemos reflexionar, y en este caso también hacer autocrítica.
No es la primera vez, y mucho me temo que no será la última, que todo el sector de las residencias son objeto de la denigración y linchamiento público. Las imágenes de la pandemia todavía están frescas en nuestra memoria. El juicio al que como sector estamos constantemente sometidos resulta siempre a expensas de imágenes. Unas veces de mayores literalmente “atados” a columnas, otras de mayores caídos en el suelo tras intentar saltar la barandilla de la cama, también son objeto de chanzas, e incluso maltrato físico por parte de algunas trabajadoras. Eso duele, y mucho. Siempre lo hemos dicho públicamente: “hay que perseguir a los que lo hacen mal”. Pero pasados unos días, cuando todo el barro vuelve a depositarse en el fondo, seguimos como si nada hubiera ocurrido. Durante unos días proclamamos que hay que hacer las cosas bien, pero lamentablemente no pasamos de algunos lemas que repetimos como mantras allá donde nos preguntan.
La imagen de las condiciones deleznables del sustento básico y necesario que requieren los mayores para vivir sus últimos años no solo afectan al aspecto gastronómico. Durante estos días muchos hemos salido a la defensa del sector. Pero esto no basta. Antes o después debemos detenernos y pensar de verdad qué es lo que podemos hacer para conseguir que estas denuncias se focalicen sólo en los centros donde se producen los maltratos y no en todo el sector asistencial.
En mi opinión la clave está en la imagen que damos en conjunto, como sector. Somos un sector dividido, y en ocasiones enfrentado. Nuestro sector es una mezcla de entidades públicas, privadas y no lucrativas, de federaciones, confederaciones, en ámbitos nacionales, autonómicas e incluso provinciales. En esa mezcolanza lo único que tenemos en común son los mayores.
En más ocasiones de lo que nos gustaría nuestra diferenciación del resto, fuente de ingresos o supervivencia, según quien lo diga, nos lleva a desarrollar criterios éticos y de calidad también muy distintos. El ansiado poder de presión, necesario para sentarnos frente a la administración y directamente proporcional al número de centros que se represente, obliga a incluir en las citadas federaciones y confederaciones a entidades de las que no sabemos mucho acerca de cuales son sus prácticas ni sus verdaderos objetivos; peor se pone la cosa cuando de grupos externos a nuestro país se trata.
Si bien es cierto que en los últimos años se está haciendo un verdadero ejercicio de transparencia por parte de algunas entidades del sector, no podemos olvidar que en muchas ocasiones la iniciativa ha nacido en entidades externas a la gestión de esos centros, como es el caso de Inforesidencias.com, pero no de las federaciones, asociaciones y confederaciones, que sería lo éticamente obligado. Quizás, solo quizás, si estas entidades exigieran a sus asociados/federados la obligatoriedad de ser transparentes, por ejemplo, con el número de inspecciones, contenido de las mismas y sanciones propuestas al efecto, y que este indicador supusiera un expediente expulsión de sus filas, probablemente las cosas comenzarían a cambiar. Los centros negligentes continuarían siéndolo, sin duda, pero sería mucho más fácil defender nuestras prácticas ante denuncias públicas como las del cocinero de la tele. Es cierto que todavía hay muchos centros que van por libre y sin asociar o federar, pero al menos la defensa de unos valores y principios sería el indicador diferenciador con sus prácticas negligentes si se diera el caso.
Otra cuestión relevante es el agotamiento del argumentario en la esfera pública en torno a los mínimos de la normativa legal que regula nuestras prácticas. Quizás, solo quizás, debamos interiorizar que lo legítimo no siempre es ético, mientras que lo ético siempre es legítimo. Acogernos al cumplimiento de la normativa, sabiendo que en la actualidad es un argumento insostenible por insuficiente, es un flaco favor que nos hacemos cuando queremos defender la dignidad del trato que ofrecemos a los mayores. En ocasiones nos da miedo denunciar públicamente a la administración, por si acaso rescinden nuestros contratos o conciertos sociales. Esa misma administración que entre bambalinas promueve una atención deficiente, ofreciendo precios por los servicios por debajo de lo realizable, y que, por cierto, no ha salido nunca a la defensa del sector en la esfera pública.
La dirección del programa televisivo sabía bien lo que hacía. Ninguno de los centros visitados era público.
En mí opinión la nueva imagen que deberíamos dar ante la sociedad es la de un club exclusivo, que solo permite la permanencia entre sus filas, ya sea en asociaciones o federaciones, a aquellos que se lo merecen por sus prácticas excelente y éticamente correctas. Normas de calidad comunes a todos los centros, y visitas de supervisión por parte de las entidades que los acoge, entre otras, son verdaderas imágenes de transparencia, de defensa de lo que hacemos bien.
Permanecer en el discurso victimista tradicional solo nos devolverá al ostracismo social del que tanto perseguimos escapar sino que ahondará mucho más nuestra posición al fondo del abismo de la marginación social.
Con los años y la experiencia he aprendido que la humanización de los cuidados no es propiedad exclusiva de unos pocos. He visto entidades empresariales que invierten cada año en programas de buenas prácticas, y en investigación, como también he visto asociaciones con ánimo de lucro.
Realizar este ejercicio de reflexión, tras ver nuevas imágenes de lo que pasa en algunas residencias, puede ser visto por algunos como un acto de asunción de una supuesta culpa respecto a las acusaciones realizadas en redes sociales o en programas de televisión. Para mí es un acto de pensarnos, de intentar ser íntegros, esto es, pensar y hacer de la manera más parecida posible, buscando con ello que nuestra imagen pública y privada no sea una estrategia más de marketing, sino un acto de sinceridad absoluta y coherencia con lo que significa cuidar de personas vulnerables.