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La sangría como terapia

La sangría como terapia

Por Josep de Martí
miércoles 18 de enero de 2017, 00:32h

Leí en una ocasión que si durante la Edad Media alguien caía enfermo tenía ante sí tres opciones terapéuticas: Se quedaba en el lecho e invocaba la ayuda divina para curarse (considerando que cualquier enfermedad era un castigo de Dios), llamaba a un sanador/curandero que le daría a tomar algún exótico bebedizo unido a la obligación de hacer determinados ritos e invocaciones en momentos concretos o bien acudía a un médico que, siguiendo la idea Hipocrática en boga, según la cual la enfermedad era generada por un desequilibrio entre los cuatro humores del cuerpo (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra), procedería a practicarle una sangría, o sea, le haría un corte en algún vaso sanguíneo y extraería “sangre sobrante”. La cantidad de sangre, el lugar del corte y el momento para hacerla dependían de unas indicaciones precisas contenidas en los libros de medicina y que, por supuesto, nadie discutía so pena de ser anatemizado. Si la persona no mejoraba siempre podría hacerse otra sangría o alguna purga para extraer otros humores.

Como el cuerpo humano está diseñado para la supervivencia, las tres posibilidades ofrecían, en ocasiones resultados positivos por lo que siguieron vivas durante siglos. No obstante, lo que es seguro es que la sangría tenía una iatrogenia (efectos secundarios nocivos) muy superior a las otras opciones, ¿Cuántas personas murieron por las infecciones ocasionadas por las heridas? ¿Cuántas por la anemia u otros efectos perniciosos de perder sangre? No lo sabemos, pero en ese momento seguro que la muerte se atribuyó a otra causa y no al tratamiento.

Hoy, como en la Edad Media, tenemos ante nosotros a un convaleciente. Se llama Ley de Dependencia. El día uno de Enero ha cumplido diez años. Sabemos que está enfermo porque está caquéctico, no tiene un ritmo cardíaco estable sino más bien abrupto y desigual, sufre un agotamiento extremo, pero aún así no parece que se vaya a morir en poco tiempo. Según el diagnóstico lo que le ha ocasionado la enfermedad es el esfuerzo excesivo al que se ha visto sometido un cuerpo que sufría defectos congénitos. Nació sietemesino, sus órganos tuvieron que trabajar sin esperar a que madurasen, y cada año ha visto aumentar su nivel de esfuerzo. El cuerpo ha ido aguantando pero a costa de que todos sus órganos funcionen deficientemente.

¿Qué hacemos? Podemos, por supuesto, esperar a ver qué pasa, o sea, nada. También podemos acudir a un curandero que nos dé alguna pócima original aunque inservible. En España ese tipo de chamanes está bastante de moda, hablan muy bien, nos traen ideologías y recetas de lugares lejanos, exóticos e incluso tropicales, pero cuando consiguen que un enfermo tome sus remedios, en vez de mejorar empeora.

Otra opción es ingresarlo en un hospital donde, con seguridad le mantendrán en reposo e intentarán curarlo manteniendo al máximo sus capacidades y dándole reconstituyentes.

Y, por supuesto, tenemos otra opción. Podemos llamar a un médico medieval y que le aplique una sangría.

Y eso es lo que llevamos haciendo cada vez que queremos arreglar la Ley: en vez de pactar una modificación que retrasase la cobertura a la dependencia moderada decidimos dar presaciones a muchas más personas que sólo necesitaban asistencia ligera. En vez de concentrar el esfuerzo en los grandes dependientes hemos preferido repartir los recursos para llegar a un máximo de personas aunque sea con micro ayudas.

Ahora que se cumplen diez años de la entrada en vigor de la Ley podría ser un buen momento para volvernos a plantear el sistema.

A mí me gustaría que el gobierno apoyase la redacción de un Libro Blanco de la Dependencia versión 2.0 con la experiencia de los últimos diez años y que tuviese muy en cuenta la generación de retorno por parte del sistema. (Si puede ser, esta vez sin trucos ni apaños)

Quizás la conclusión de ese nuevo Libro serviría para generar un nuevo sistema con una cobertura intensa, profesionalizada y universal para los grandes dependientes y otra no universal para la dependencia moderada y severa sometidas a criterios de capacidad económica. No es tarde para que nos planteemos un sistema bueno aunque no excelente pero que podamos mantener en el tiempo.

También podemos llamar a los curanderos o seguir con la sangría.

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