Eso de que empiece una década da para mirar hacia atrás e intentar encontrar sentido a lo que ha sucedido, como mínimo en los últimos tiempos.
Hace precisamente diez años, desde Inforesidencias.com organizamos unas jornadas que llevaban por título “¿Cómo será la atención a la dependencia dentro de diez años?”. Un centenar de profesionales asistieron y pudieron escuchar lo que los ponentes consideraban claves del futuro del sector que, en pocas palabras, pasaban por la evolución de la Ley de Dependencia, “los nuevos mayores”, la participación de los usuarios, las buenas prácticas y la ética y valores en la atención.
Creo que hoy podríamos plantear la misma jornada con el mismo título, ponentes e intervenciones sin que casi nadie se diese cuenta de que han pasado, eso, 3.650 días. Vamos, que casi podríamos decir que hemos perdido una década y entramos en otra que, si no cambian mucho las cosas, también tiraremos por la borda en lo que a Ley de Dependencia se refiere.
Como guardo las notas y la presentación que impartí entonces recuerdo haber manifestado mi preocupación por el hecho de que la Ley de Dependencia estuviese perdiendo su “alma”. La Ley concibió un sistema de Dependencia que tenía unas finalidades claras, finalidades que ya entonces se pervertían y han llegado a nuestros días irrealizadas. Recordemos que no se hizo la ley para dar más servicios y prestaciones sin más. Lo que se perseguía era crear un nuevo derecho de ciudadanía común a todos con independencia de la comunidad en que viviesen y de su capacidad económica. Ya en 2010 sabíamos que los criterios para valorar la dependencia eran diferentes en cada comunidad, cosa que no ha mejorado desde entonces. Diez años más tarde, seguimos suspendiendo en profesionalización y no hemos sido capaces de acabar el proceso de capacitación profesional. Seguimos sin haber trabajado seriamente la prevención o la autonomía personal; y la única forma que hemos encontrado para financiar mínimamente el sistema ha sido introducir recortes y traspasar a las comunidades el grueso de la carga económica.
Esta pérdida de alma me llevó a decir algo que he repetido muchas veces: que la Ley de Dependencia se había convertido en un “muerto viviente”, un zombi que caminaba entre nosotros y repartía dinero y prestaciones, pero en el que nos sentíamos incapaces de reconocer a la persona que había sido en vida, aquella que no solo quería que se diesen más prestaciones sino que, además quería fomentar la igualdad entre personas dependientes.
No era consciente cuando dije eso de que ese mismo año se estrenaría la serie The Walking Dead, en la que vivos y zombis se enfrentan y que en 2020 llega a su undécima temporada.
En 2010 propuse cuatro iniciativas para intentar resucitar la Ley: aprobar inmediatamente las normas de acreditación autonómicas de forma que se pudiese fomentar la elección entre servicios públicos, concertados o prestaciones vinculadas; una moratoria que permitiese centrar todos los esfuerzos en los grandes dependientes dejando para más adelante la cobertura universal de los grados más bajos de dependencia; la desaparición de las prestaciones económicas para el cuidado no profesional o su reducción a no más del 10% de las ayudas totales, de forma que fuesen realmente excepcionales y la aplicación meticulosa de la Ley en lo que a copago se refiere, algo que requeriría separar claramente el coste hotelero/manutención del de el servicio.
También planteé que debíamos estar atentos al “choque demográfico”: un incremento en el porcentaje de personas mayores susceptibles de necesitar atención unido a la bajada de personas en edad laboral que haría cada vez más difícil encontrar a cuidadores. Dije entonces que quizás había que empezar a afrontar con tiempo dilemas importantes como la necesidad de “desprofesionalizar” ciertos ámbitos de la atención y la demanda por parte de los usuarios de nuevos modelos de residencias.
Diez años después veo que me equivoqué al tratar de “resucitar” a un zombi. Si hubiera sabido lo que sé ahora, después de tantas series y películas sobre “muertos vivientes”, me habría percatado de que un zombi es un “no muerto” por lo que no se puede resucitar. (Por cierto, para quien le interese más el tema de los zombis que la ley de Dependencia, aquí tenéis “tres técnicas infalibles para curar a un zombie”).
Hemos perdido un decenio y quizás nos encaminamos hacia un segundo. Os dejo con la siguiente fase que es de un poco más tarde, 2011 para que quien la lea diga si tendría o no actualidad a día de hoy:
“Lo único bueno es que se ha gastado más dinero en dependencia: No como la Ley pretendía hacerlo, pero el dinero se ha gastado y se sigue gastando. Así que muchas personas que antes no recibían prestación hoy la reciben: no como la Ley preveía que la recibiesen, pero la reciben. Da igual que al lado haya otras miles de personas que no reciben lo que la Ley preveía, eso palidece ante lo anterior”.
Feliz nuevo decenio