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¿Vivir como en casa en un centro residencial? De la institucionalización a la humanización

Por Gustavo García
lunes 11 de noviembre de 2019, 20:17h
Gustavo García, de Vitalia
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Gustavo García, de Vitalia (Foto: JC)

A lo largo de mi vida profesional y especialmente en mi etapa en un Albergue de personas sin hogar y en un centro residencial de personas mayores, he escuchado a algunas personas referirse a este tipo de centros diciendo que quienes los habitan son “como una gran familia” y que vivir en ellos es “como vivir en casa”.

Siempre me pareció pura retórica esas expresiones. Porque ningún establecimiento colectivo puede substituir a una familia. No nos podemos engañar, ni debemos engañar. Es un eufemismo que hasta puede resultar hiriente. Por eso mismo, tampoco cabe decir que en esos establecimientos se “vive como en casa”. Como en casa, no se vive en ningún sitio; ningún establecimiento colectivo puede proporcionar la intimidad, la autonomía, la individualización de vivir en tu propia casa.

Porque donde mejor puede estar una persona es en su casa y deben permanecer en ella siempre que lo desee y sea posible. En consecuencia, debe ser prioridad de los servicios sociales ofrecer los apoyos que necesiten las personas con limitaciones en su autonomía personal, para vivir en su casa el mayor tiempo posible: cuidados personales, apoyo en tareas domésticas, adaptación del hogar, ayudas técnicas, seguridad, compañía. Sin olvidar que, en ocasiones, las ventajas de vivir en casa compensan sobradamente los cuidados profesionales que la persona pudiera recibir en un centro residencial.

Dicho esto, todos sabemos que hay situaciones en las que una persona mayor no puede seguir viviendo en su casa, y tiene que recurrir a un centro residencial. Es entonces cuando estos centros tienen que hacer todo lo posible para que vivir en ellos sea lo más parecido a vivir como en casa. Para avanzar en este objetivo, hay tres rasgos del modelo residencial más extendido actualmente, que es preciso superar: la masificación, la sobreprotección y la infantilización.

La masificación es lo contrario de la vida hogareña, es la falta de intimidad, vivir en espacios compartidos con decenas de personas, donde eres “una más”. A ello se une la división funcional de espacios, que los despersonaliza, con grandes comedores, espaciosos salones llenos de gente -residentes, trabajadores, familiares y visitas-; espacios para terapias o actividades, salas de visita... Una organización del centro que obliga a continuos traslados, lo que, a su vez, hace que los residentes estén, no poco tiempo, esperando en pasillos o lugares de paso.

Superar la masificación exige que los centros se organicen en espacios amables, de características hogareñas, para grupos reducidos de residentes. Espacios que integren las actividades cotidianas, desde comer hasta pasar el rato, recibir visitas, realizar actividades y terapias, ver la tele o estar atendidos por los profesionales, cuando no se requiera un espacio específico. Espacios con los que puedan sentirse identificados y apropiarse de ellos, lo que favorecerá que realicen, si lo desean, actividades cotidianas que les ayuden a sentirse “como en casa”: poner y quitar la mesa, colaborar en la limpieza o el orden, en la decoración, recibir sus visitas, en “rincones” que, dentro de su propio espacio cotidiano, favorezcan la intimidad y sean compatibles con otros usos, como ver la tele o realizar alguna actividad.

Las Unidades de Convivencia, que ya exige la normativa en algunas Comunidades, y que vienen aplicando diferentes administraciones, empresas y organizaciones en sus centros residenciales, constituyen la respuesta a este reto. Por eso algunos llamamos a estas Unidades “Casas”. Vale la pena apostar por ellas, evaluar su funcionamiento y desarrollarlas, ya que hay evidencias de que mejoran el estado emocional de los residentes, a la vez que racionalizan el funcionamiento de los centros. En definitiva, un elemento esencial para desmasificar los centros y para que vivir en ellos sea lo más parecido a vivir como en casa.

La sobreprotección es otro rasgo que caracteriza el actual modelo residencial, y que los hace muy diferentes a vivir en casa. Lo que para una persona que vive en su casa pueden ser consejos para una vida sana, en los centros residenciales de mayores son auténticas imposiciones en las que la persona tiene que hacer lo que decide un experto profesional, la dirección del centro, o la Administración a través de sus estrictas normas reguladoras y de sus servicios de inspección.

A las personas mayores en un centro residencial se les dice lo que pueden y lo que no pueden comer o beber. Para no alterar sus analíticas, se les priva a sus ochentaitantos o noventaitantos años de alimentos o bebidas que forman parte de sus hábitos cotidianos. De vivir en sus casas, hubieran podido decidir hasta qué punto compensa reducir o eliminar esos consumos para prevenir riesgos o mejorar su salud. Sería su decisión -quizás, mediatizada en algún caso por sus familiares-. En un centro residencial, no tienen margen de decisión. Hay que protegerles por encima, incluso, de su propia voluntad.

Pero las comidas y bebidas donde la sobreprotección no es el único aspecto donde se manifiesta la sobreprotección: se les organiza la jornada y las actividades en las que tienen que participar, sin importar en muchos casos si quieren hacerlo o no. Es por su bien, claro. Se limita la presencia de mascotas, tan importantes para algunas personas. Se limita tener o usar determinados objetos, que para algunas personas forman parte de su vida, por el riesgo que conllevan para una persona mayor... En definitiva, vivir en un centro residencial es estar sometido a normas e imposiciones a través de las cuales los profesionales, la dirección o la Administración deciden qué puede o no puede hacer la persona, dejándole sin apenas margen para decidir sobre su propia vida. Es por su bien, claro. Pero no es como vivir en casa….

Por eso, si se quiere avanzar en el objetivo de que en los centros residenciales se pueda “vivir como en casa”, tienen que incrementar las oportunidades para que la persona residente pueda decidir sobre su vida: alternativas para comer o beber -elección de menú, posibilidad de beber alcohol con moderación-, sus horarios, las actividades que desean realizar, sus hábitos cotidianos… Aunque algunas de sus decisiones no sean, a juicio de los profesionales, las más convenientes para su salud o su calidad de vida. Al fin y al cabo, cada persona decide qué es, para ella calidad de vida. Y asume los riesgos de sus decisiones. Al menos, si vive en su casa.

Infantilizar es otro riesgo de vivir en un centro residencial, que los diferencia de vivir en casa. Tanto es así que, a veces, no es fácil diferenciar un centro residencial de mayores de un centro infantil: las paredes llenas de dibujos coloreados, murales simplones con hojas, flores, soles, nubes… para decir la estación del año en la que estamos, y todo tipo de figuras infantiloides. Se les hace cantar como niños en cumpleaños y celebraciones. Se les ponen gorritos y coronas de papel, bandas en el pecho… Celebran hallowen, como en una escuela, recortando y pintando calaveras, esqueletos, calabazas… ¡y hasta les pintan las caras con rasgos tétricos!

¿Alguien haría esto a su abuelo o abuela en su casa? En la residencia si. Hay que participar, la motricidad fina, la dinamización… Personalmente es una de las cosas que más me molesta de un centro residencial. Y, por supuesto, si he de vivir algún día en uno de ellos, me cuidaré muy bien de exigir que jamás se me trate de esa manera. Si puedo exigirlo, claro, porque si muchas de esas personas tuvieran sus capacidades cognitivas, jamás permitirían ser tratados así. En otros casos, fruto de la masificación y la despersonalización, las personas mayores “se dejan hacer” cualquier cosa. ¿No es esto una forma de maltrato y un atentado a la dignidad de las personas mayores?

Recuperar actividades con significado, respetando siempre la dignidad de las personas mayores, incluso cuando su deterioro cognitivo les impide rechazar determinadas practicas infantiloides, es así otro requisito para que vivir en una residencia sea parecido a vivir como en casa. Porque en casa, estas cosas no se harían.

Centros con espacios amables, hogareños, no masificados; donde las personas mayores puedan seguir decidiendo sobre su propia vida, y donde se les trate con dignidad, ofreciéndoles oportunidad de realizar actividades cotidianas con significado. Estos son algunos rasgos para que en un centro residencial de mayores se pueda vivir como en casa. Parecido, claro…

Gustavo García. Trabajador Social

Fundación Vitalia

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