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Cuidadores viviendo como residentes

Por Josep de Martí
miércoles 03 de octubre de 2018, 03:11h

Empatía como base de la Atención Centrada en la Persona

Hace poco he tenido la ocasión de conocer a Leslie Pedkte, directora de una residencia en Illinois que explicó cómo de una vivencia profesional surgió una idea, una experiencia y finalmente un libro.

Resulta que en Estados Unidos, además de existir unas inspecciones de cada estado (lo que aquí sería la comunidad autónoma), existe una inspección federal que re-comprueba de forma selectiva si las residencias cumplen los requisitos para funcionar y, sobre todo, para poder recibir a usuarios cuya estancia está financiada por el Medicaid (algo muy lejanamente parecido a la dependencia).

Leslie, acostumbrada a salir bien parada de las inspecciones estatales, tuvo que recibir, como directora del centro, una de esas comprobaciones federales que acabó durando más de un mes y en la que le encontraron varias deficiencias. Le dieron un breve plazo para solucionarlo todo y, gastando dinero y esfuerzo, lo consiguió.

Aún así, se quedó con un amargo sabor de boca. Ella pensaba que hacían las cosas bien, pero cuando los inspectores hicieron comprobaciones exhaustivas, hablaron a fondo con los residentes y pasaron muchas horas en el centro, vieron que, a veces, rellenar todos los documentos y hacer lo que dice la Ley no es suficiente.

Leslie Pedkte se inició en lo que en Estados Unidos conocen como “Culture Change” (Cambio de Cultura, o lo que es lo mismo, camino hacia la Atención Centrada en la Persona). Implicó a su personal y empezaron a re-decorar el centro y a intentar “orientarse hacia la persona”, pero vieron que un obstáculo estaba en cómo el propio personal pensaba y veía las cosas.

De allí surgió la idea “Through the looking glass” (A través del espejo): un concurso en el que algunos empleados de la residencias, voluntarios, “ingresarían” en el centro y serían tratados exactamente como si fuesen mayores residentes. Un concurso, porque quien aguantase más tiempo recibiría un premio de 500 dólares.

Para sorpresa de Leslie, aunque su familia, propietaria del centro, vio la idea con bastante escepticismo, tantos empleados se presentaron que hubo que hacer una selección. Los seleccionados cobraron como si trabajasen y fueron sustituidos en su puesto durante la duración del experimento (ese es un coste para la empresa).

Se les pidió que viniesen con algún familiar y se hizo “el ingreso” con una explicación igual que la que se hacía con otros residentes, se les explicó el precio y las condiciones de la residencia (varios no sabían lo que costaba vivir allí).

Una vez ingresados se asignaron por sorteo los “diagnósticos”. Por ejemplo, “te recuperas de un ictus y no puedes mover el brazo y pierna derechos”; “tienes degeneración macular y tienes que llevar estas gafas que lo simulan”; “te recuperas de una operación y sólo puedes estar en la cama o en el sillón”; “has vuelto del hospital con MRSA y tienes que permanecer en aislamiento en tu habitación”.

A partir de allí, empezaron a vivir la vida de residentes y a enfrentarse a los “retos diarios”. Estos consistían en cosas como: “Hoy no encontramos tus gafas (para gente que las llevase) y tienes que ir todo el día sin ellas”; “Hoy toca aseo en cama”; “Hoy toca comer triturado”, “Hoy tienes que cambiar de habitación” o “tienes riesgo de caída, te vamos a poner un “body alarm” (alarma de cuerpo, que viene a ser un aparato que se lleva incorporado a la ropa y que con una pinza se engancha a la silla, sofá o cama en la que estás. No te impide levantarte pero si lo haces la pinza se suelta y suena una alarma que alerta al personal para evitar que al levantarte te caigas).

Un reto típico era tener que llevar pañales durante todo un día. Allí se saltaron un poco sus normas de realismo y dejaron a los participantes usar el aseo para sus necesidades a cambio de mojar con agua tibia los pañales a determinadas horas.

Los concursantes tenían que llevar un diario en el que cada día explicasen cómo estaban viviendo la situación.

Lo que al principio pareció una broma, en poco tiempo fue calando en los participantes, tanto lo que escribían como lo que contestaban a las entrevistas en vídeo dejaban ver que la vida del residente les parecía más difícil de lo que antes pensaban.

Al final, quedaron dos que al cabo de diez días pactaron acabar a la vez.

Leslie explica lo impresionante de la experiencia.

Costó al principio que las compañeras de trabajo entrasen en el experimento. Algunas decían que era una tontería y que tenían cosas más importantes. Pero después sí lo hicieron; los propios residentes se resistieron al principio pero después también se icorporaron y hablaban normalmente con los concursantes.

De la idea del concurso pasaron en poco tiempo al “Elder shadowing”, algo así como “A la sombra del mayor”, una experiencia de 24 horas de vida “como residente” al que pidieron someterse a toda persona que quería trabajar en la residencia. Ahora es un requisito innegociable para trabajar en sus centros.

Leslie, que vivió ella misma la experiencia “A través del espejo” dice en las conferencias que imparte asiduamente que “ponerse en la piel de quien recibe tu atención” tiene tanta fuerza que, en sí misma genera cambios. Los propios empleados pidieron a la dirección que se cambiase la forma de acompañar al baño o el uso de alarmas corporales. Y algo que no es menos importante, rebajaron las bajas laborales en más de un 30% y la rotación de personal en la mitad. Como lo que hicieron salió en periódicos, televisión e internet, muchos jóvenes que acaban estudios relacionados con atención a mayores, envían sus currículums porque quieren trabajar en una residencia que hace algo tan original y bonito.

Ahora, con más de diez años de experiencia, Leslie ha escrito un libro sobre lo que hicieron en su residencia y cómo les ha ayudado a ellos y a los residentes.

Tuve la ocasión de escucharla en el congreso del Pioneers’ Network en Denver en verano de 2018 y de hacerle una pequeña entrevista. Vale la pena escucharla:

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