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¿Senior living? Hablemos primero con quienes ya viven allí

Por Josep de Martí
miércoles 04 de junio de 2025, 20:01h
Josep de Martí, fundador de Inforesidencias.
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Josep de Martí, fundador de Inforesidencias. (Foto: JC/Dependencia.info)

Recientemente he tenido ocasión de leer un capítulo de un libro que me ha parecido interesantísimo. Está dentro de la publicación Población y territorio. España tras la crisis de 2008, y lleva por título “Contextos residenciales, envejecimiento activo y calidad de vida. Un análisis a microescala en España”. El equipo que lo firma, con algunos nombres conocidos en el ámbito gerontológico, se ha propuesto algo que no solemos ver con tanta frecuencia: preguntar a las propias personas mayores qué piensan, qué sienten y cómo viven en función del lugar donde residen.

Llevo tiempo dándole vueltas al papel de esas figuras relativamente nuevas que intentan abrirse paso en nuestro panorama residencial: el senior living, la vivienda colaborativa, el cohousing... Cada vez más presentes en congresos, ferias inmobiliarias y artículos de tendencias, pero todavía lejos del día a día de la mayoría de mayores. He tratado el tema en tribunas de opinión como 'Salmones o sardinas', o explicando la experiencia que supuso quedarme a dormir en un cohousing senior.

Cuando trato sobre estos modelos me pregunto: ¿son una moda? ¿Un lujo para unos pocos? ¿Una necesidad en busca de reconocimiento? En cualquier caso, si uno quiere saber qué tal funcionan, lo más lógico parece hablar con quienes ya viven allí. Y eso es lo que hicieron en 2020 los autores del estudio.

El trabajo se apoya en entrevistas y grupos de discusión realizados con personas mayores residentes en tres contextos distintos: viviendas familiares (las de toda la vida), viviendas colaborativas (tipo cohousing senior) y residencias para mayores. Las voces recogidas en el capítulo, con sus acentos, recuerdos, preferencias y resignaciones, nos permiten mirar con más claridad qué significa envejecer en esos entornos y qué factores influyen en que esa experiencia sea mejor o peor.

En la vivienda familiar, el discurso dominante es el del apego. La casa no es solo una estructura arquitectónica con habitaciones; es un verdadero archivo emocional. Muchas personas afirman que el lugar en que se sienten más seguras es su propio hogar y quieren permanecer allí “hasta el final”. Pero esa voluntad se enfrenta a barreras en forma de escaleras, a barrios sin servicios, a la soledad... y también a una realidad que cuesta admitir: que, con los años, mantenerse en la vivienda habitual puede convertirse en una carga. Pese a ello, hay que remarcar que sigue siendo la opción preferida por el mayor número de personas mayores.

La vivienda colaborativa, en cambio, representa para muchos un proyecto vital. No solo un sitio donde vivir, sino una forma de envejecer. Es todavía una realidad muy minoritaria, pero quienes la eligen suelen haberlo hecho por convicción y con tiempo para planificarlo. No quieren residencias. Esta es una afirmación sorprendente, ya que quien va a una vivienda colaborativa normalmente tiene un estado de autonomía que no lo haría susceptible de ser usuario de una. No quieren depender de sus hijos. Quieren envejecer entre iguales, en un entorno que han ayudado a construir. En los testimonios recogidos hay entusiasmo, pero también se nota que estos proyectos requieren capital económico, disponibilidad y mucha implicación personal. No son fórmulas milagrosas, pero sí interesantes alternativas.

Además, la mayoría de los pocos complejos de viviendas colaborativas son relativamente recientes, por lo que sus actuales vecinos son los que crearon la comunidad. Falta una perspectiva histórica para comparar lo que sienten y viven “los nuevos inquilinos”, esos que llegaron a una comunidad creada por otros a la que deben adaptarse. Esa realidad sí la he visto en Alemania o Dinamarca, donde existen viviendas colaborativas de más de treinta años.

Y después están las residencias. Aquí los discursos cambian. Los mayores con quienes se entrevistaron los investigadores parecían más resignados. Las respuestas que relatan me recuerdan a las que escucho en el programa de radio Sabias Palabras, que hacemos desde Gran Vía Radio cada semana entrevistando a personas que viven en residencias. Allí se llega por necesidad, casi nunca por deseo. La salud, la soledad o la imposibilidad de seguir viviendo de forma autónoma llevan a muchas personas a tomar esta decisión, o, en muchos casos, a que la tomen por ellas.

Aun así, algunos de los residentes afirman sentirse mejor una vez ingresados. Valoran la compañía, la estructura, incluso el afecto recibido. Pero hay un matiz importante: no es lo mismo llegar a una residencia por decisión propia que hacerlo porque no queda más remedio. La diferencia es fundamental y hace enfrentar la realidad de una forma totalmente diferente.

A lo largo del capítulo se percibe con claridad que lo que más influye en la calidad de vida durante el envejecimiento no es tanto el lugar como la capacidad de elegir. Quien puede decidir, aunque sea dentro de sus limitaciones, si se queda en casa, se va a una vivienda colaborativa o entra en una residencia, conserva una parte de su autonomía. Y eso se nota en su estado de ánimo, en su discurso y en su valoración de la calidad de vida.

Mientras leía el estudio, me venía a la cabeza la noticia publicada hace pocos días en Dependencia.info, que titulaba: 'El senior living en España no despega por las barreras culturales, falta de regulación y poco conocimiento del modelo, pero su mercado se duplicará en 2030'. La noticia decía que el modelo gusta, pero no termina de encajar. Que quienes podrían permitírselo a veces no lo conocen, y quienes lo conocen no siempre se lo pueden permitir. Y, sobre todo, que hay un problema estructural: el envejecimiento no siempre es amable. Aparecen la fragilidad, la dependencia, la necesidad de cuidados profesionales, de vigilancia, de accesibilidad real. Y ahí es donde muchos de estos proyectos, por ahora, no encuentran solución.

Así que, parece que la clave para que surja un ecosistema en que vivienda “normal”, viviendas con servicios y residencias convivan de una forma simbiótica, apoyándose y permitiendo el tránsito de una a otra de forma positiva para las personas, está en contemplar el factor de la dependencia como clave. Yo entiendo que hay que hacer que solo quien de verdad necesite una residencia vaya a recibir servicios allí. Para conseguir eso hay que mejorar la tecnología en los domicilios, universalizar la teleasistencia, extender la ayuda a domicilio y centros de día y permitir que surjan modelos alternativos a la vivienda habitual. Pero, todo ello sin olvidar que, aunque consiguiésemos que solo un 3,5 % de las personas mayores necesitasen una residencia, en vez del 5 % que recomiendan los expertos, vamos a necesitar muchas más residencias de las que tenemos ahora.

Por cierto, el capítulo que he comentado se puede consultar en el libro Población y territorio. España tras la crisis de 2008, disponible en la web de Editorial Comares.

Si algo me ha enseñado la lectura es que, más allá del modelo, lo que necesitamos es seguir escuchando a las personas. Porque la vivienda, al final, no es una categoría estadística: es el lugar donde se vive. Y envejecer, como vivir, no es un acto teórico. Es algo que ocurre todos los días. A cada uno, a su manera.

Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.

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