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Entre la maldición de Casandra y el "síndrome de Elizondo"

Por Josep de Martí
jueves 25 de enero de 2024, 03:34h
El fundador de Inforesidencias.com, Josep de Martí.
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El fundador de Inforesidencias.com, Josep de Martí. (Foto: JC/Dependencia.info)

En la Grecia clásica, Casandra era una figura tan fascinante como trágica. Hija de reyes, fue bendecida con un don extraordinario: un dios enamorado de ella le concedió el don de la profecía. Cuando Casandra rechazó las pretensiones carnales de la deidad en cuestión, Apolo, incapaz de revocar el regalo divino que ya había concedido, decidió maldecirla de una forma peculiar: aunque Casandra seguiría teniendo visiones del futuro, nadie la creería. Sus profecías serían siempre precisas, pero eternamente ignoradas.

La historia de Casandra se entrelaza con otras, como cuando advirtió sobre el Caballo de Troya o predijo la caída de esa mítica ciudad. Como era de esperar, nadie creyó en sus advertencias. Su destino se convirtió en un símbolo de la desesperación y la impotencia frente a un conocimiento certero pero infructuoso.

Este año se cumplen los diez años de la publicación del libro “Cómo nos engañaron con la Ley de Dependencia” (más que un libro era una recopilación de artículos y tribunas de opinión que llevaba difundiendo desde antes de la aprobación de la Ley). Allí manifestaba mi preocupación y preveía que la Ley no iba a armonizar derechos, aunque sí aumentar mucho el número de prestaciones; que se iba a abusar de la prestación “excepcional” del cuidador no profesional; que la capacitación de las gerocultoras iba a ser la historia de nunca acabar o que los criterios de acreditación iban a ser ignorados o aplicados por las comunidades autónomas a su gusto.

En cada uno de esos temas he sido ignorado o refutado con palabras, aunque los hechos han acabado coincidiendo con lo vaticinado. Como tengo todo lo que escrito desde 2003 publicado entre el blog que mantuve hasta 2020 y desde entonces en Dependencia.info, no hace falta creerme, todo se puede comprobar.

A diferencia de Casandra, ningún dios se ha enamorado de mí ni me ha dado el don de la clarividencia. También, a diferencia de ella, no me desespero y sigo diciendo lo que pienso, que más que profecías, a mi entender, son cosas que podría decir cualquiera.

Digo todo esto porque me gustaría equivocarme en lo que estoy imaginándome últimamente y es que, por causa de una forma de entender la realidad que afecta, sobre todo, a algunas personas con cargos públicos, lo que yo llamo “el síndrome de Elizondo”, veo en el futuro imágenes que, de forma paradójica son, a la vez, excepcionales y catastróficas.

Me explico:

En el intrincado laberinto que lleva al futuro de las residencias para personas mayores, estamos ante una compleja encrucijada: ¿optamos por la cantidad de plazas o por la excelencia en la calidad? Si superamos la tentación de verter una opinión inmediata y analizamos las consecuencias de cada opción, la complejidad se hace patente. Veámoslo en forma de ejemplo:

Pongamos que tenemos una residencia perteneciente a un Ayuntamiento con capacidad para 150 residentes que hasta ahora gestiona una empresa. Es un lugar lleno de vida, con actividades variadas y un equipo de trabajadores que, pese a trabajar siempre contrareloj, se esfuerzan por brindar una atención digna a cada residente. De repente, llega la noticia: "Vamos a transformar este lugar en algo aún mejor, aunque eso signifique reducir las plazas a 100. Además, vamos a gestionar directamente el servicio de forma que no haya una empresa que gane dinero gestionando algo público”.

Suena bien, ¿no? Menos residentes, más atención individualizada, servicio público gestionado de forma pública. Pero aquí es donde la historia se complica: la remodelación tiene un coste astronómico y, al final del día, cuidar a cada uno de los cien residentes nos costará mucho más de lo que nos cuesta ahora. ¿Quién asumirá ese gasto? No el responsable político que toma la decisión sino todos mediante nuestros impuestos.

¿Y qué sucederá con las 50 personas que ya no tendrán lugar en la residencia? "Tranquilos", nos dicen, “no vamos a echar a nadie, esperaremos que las plazas se vayan quedando libres de forma natural y las cerraremos”. ¿Y eso no acabará aumentando las listas de espera de hoy o del futuro? ¿Alguien ha pensado en la realidad dentro de diez o quince años? Aquí el político responde que han encargado un estudio a una consultora que respalda su decisión.

Lo he explicado de forma un poco novelada, pero esta historia tiene muchos de los elementos de algo que ha sucedido en el navarro valle del Baztán y que me ha servido para poner nombre a algo preocupante.

Me refiero al “síndrome de Elizondo” cuando veo a unos políticos que apuestan por una “mejora de la calidad para unos pocos” a costa de dejar a usuarios futuros en el limbo de las listas de espera. Para saber por qué lo llamo así se puede leer el artículo Reducir plazas en residencias actuales para mejorar la calidad o ver el video del Canal Inforesidencias: Josep de Martí se pregunta si vale la pena hacer una gran inversión en una residencia para reducir su capacidad.

Un síntoma claro del “síndrome de Elizondo” es la presentación de reformas o creación de nuevos servicios de muy alta calidad sin una memoria económica clara y de repercusión a largo plazo. Lo sufrieron los redactores del Acuerdo Belarra y de algunas normativas autonómicas redactadas con sus criterios.

Es cierto que si, con dinero público, creamos y/o financiamos unos servicios de alto coste para unos pocos que dejan a muchos fuera, “esos pocos” se resistirán a que se les rebaje lo que reciben. Es más, creo que quienes reciban servicios, siempre esperarán que sean mejores y pedirán que se gasten aún más recursos en ellos.

El “síndrome de Elizondo” lo viven los responsables políticos, pero los padecen los dependientes “hoy invisibles”, que en el futuro no tendrán aquello a lo que sí podrían haber accedido si se hubiese planificado con más sentido común. Cuando emerjan esos dependientes “hoy invisibles” y vean que no pueden acceder a servicios costosos copados por unos pocos privilegiados, será difícil trazar una línea entre sus padecimientos y las decisiones de los gobernantes de hoy. Espero que este texto siga accesible para ayudarles a apuntar sus dedos hacia quien causó su penuria.

Por desgracia, veo claro que este síndrome se extenderá. Espero de verdad que nadie me haya dado el poder de la profecía y que esté totalmente equivocado. Y si no es así, pues seguiremos andando el laberinto lleno de encrucijadas de la dependencia, a ver cuando llegamos a la salida.

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