Empieza un nuevo año y todos esperamos que éste, finalmente, sea aquel en el que veamos la espalda de la pandemia. Ese monstruo mutante que ha pasado de ser un asesino despiadado de mayores a una molestia recurrente, menos letal, y aún así, capaz de traer la ruina y la muerte aunque por suerte, a menor escala.
A muchos nos gustaría hacer un reset y poder viajar en el tiempo a principios de 2020, borrar estos últimos dos años y volver desde ese punto a reiniciar el camino. Eso no es posible, pero si lo fuese y pudiésemos convertir la covid-19 en una pesadilla de la que despertarnos, nos encontraríamos con que la vida pre-pandémica era muchas cosas, pero no era perfecta ni estaba exenta de problemas.
Las residencias de mayores hace dos años se enfrentaban a un reto demográfico que hacía que cada vez hubiese más mayores y, en proporción, menos jóvenes. Eso no ha cambiado con la pandemia. Y tampoco lo ha hecho su derivada: la dificultad para contratar y mantener a profesionales en las residencias, especialmente los del ámbito de la enfermería.
Llevamos unos años en los que se jubilan más enfermeras que las que salen de las facultades. Un buen número de estas últimas deciden, también, buscar experiencia profesional fuera de España y, para acabar de complicar las cosas, las condiciones laborales en las residencias de mayores son comparativamente peores que las del sector sanitario. Eso ya era así antes de la pandemia (véase Mi reino por una enfermera, de Julio de 2017). Ahora, además, el sector geroasistencial lucha por deshacerse del injusto sanbenito que se la ha puesto encima mientras, cada vez que una comunidad autónoma plantea una nueva normativa o requisito de acreditación incrementa el requisito de dedicación del personal de enfermería.
Ante esta situación podemos seguir diciendo que el problema es únicamente que las residencias pagan mal y que una mejora de condiciones sería la solución. Yo creo que pagar mejor a quien trabaja en residencias (enfermeras y todos los demás) es algo necesario y conveniente en sí; porque los salarios son bajos y porque hay que atraer talento, pero en la medida en que el problema es demográfico, subir salarios sólo nos va a comprar algo de tiempo.
Una solución a más largo plazo pasará por aumentar la productividad de las enfermeras, no haciéndoles trabajar más horas sino convirtiéndolas en gestoras de unos procesos de atención en los que otros profesionales con menos capacitación pueden llevar a cabo algunas funciones hasta ahora reservadas a ellas. Sé que resulta polémico y requiere mucho trabajo. Hay que preguntarse si hacen falta nuevas titulaciones; qué papel pueden jugar las nuevas tecnologías y, directamente, si algunas de éstas pueden llegar a ser desarrolladas por parte de sistemas dotados de inteligencia artificial. Cuando antes nos pongamos en ello, mejor.
Y también podríamos probar con soluciones más tradicionales como traer a enfermeras formadas de otros países que quieran encontrar en España nuevos horizontes para su desarrollo profesional y vital.
El gran problema para “traer enfermeras” del extranjero es el farragoso proceso de convalidación de títulos por lo que propongo que, con el apoyo del gobierno de España y de los prestadores de servicios geroasistenciales, se construya en algún país que comparta con nosotros la lengua una facultad de enfermería de la que se salga con un título español. No uno convalidable sino “directamente válido en España”. Las estudiantes podrían tramitar su residencia y permiso de trabajo mientras cursasen esos estudios de forma que cuando los acabasen pudiesen venir con un contrato de trabajo esperándoles.
Estoy seguro de que es algo difícil, costoso y que requeriría de un elevado nivel de esfuerzo y paciencia. Muchas cosas, pero no imposible. Quizás no haría falta construir una facultad, sino que se trataría de firmar convenios internacionales para adaptar currículums en universidades existentes, establecer sistemas de control de calidad y agilizar los trámites migratorios. Por supuesto, no todos los estudiantes graduados vendrían a España, sino que esa facultad o facultades también proveerían de enfermeras al país en la que se situasen.
Llevo un tiempo dándole vueltas a esa idea. Le veo muchas ventajas y también algún inconveniente: ¿Estoy proponiendo una “sangría de talento” que robaría a los más preparados de países más pobres para servir en otros más ricos? Globalmente creo que sería beneficioso para todos. Las migraciones son una realidad y lo que propongo es que se puedan hacer de forma ordenada y con garantías.
Las residencias en 2020 tenían otros retos, como el cambio de modelo hacia uno en el que pesen más las preferencias y no sólo las necesidades; la mejora de la coordinación socio sanitaria y el RETO con mayúsculas: la necesidad de mejorar la financiación del sistema de la dependencia. Con toda seguridad todos ellos van a seguir acompañándonos. La idea de las facultades de enfermería en origen sólo supondría una parte de la solución de una parte del problema. ¿No podríamos intentarlo?