En la residencia las Marismas, de la que por cierto eres directora, no sabemos si nos estamos enfrentando a la segunda ola de la pandemia o a la resaca de la primera, pero nos da igual. El caso es que, después de un mes en el que parecía que la cosa iba mejorando, con el regreso de todo el personal que había estado de baja y la vuelta al centro de unos residentes que, por sospecha de contagio habían sido trasladados a un hotel medicalizado, todo parecía volver a ser normal.
Ahora que habíamos normalizado las visitas, que algunos residentes salían a pasear y que los familiares habían aceptado que las medidas de control no eran un castigo sino algo necesario, además de obligatorio, nos ha vuelto a llegar la enfermedad con su nueva apariencia, igual de contagiosa pero quizás no tan mortífera.
Nuestra preocupación ha empezado cuando nos hemos enterado de que una de las auxiliares de turno de noche tiene por pareja a un fisioterapeuta que trabaja en un centro de rehabilitación en el que un compañero ha dado positivo en un test PCR llevado a cabo en su centro de trabajo. Al comentárnoslo y comunicárselo a las autoridades sanitarias nos han dicho que ella debe dejar inmediatamente de ir a la residencia y ponerse en cuarentena, si puede ser no con su pareja, a la espera de hacerse un test PCR. Nos han pedido también que el personal del centro que haya tenido contacto estrecho con ella también pase a hacer una cuarentena de 10 días en su domicilio con el menor contacto con otras personas y que los residentes a quien haya atendido se confinen en sus habitaciones. Todo ello pendientes de los tests diagnósticos que se llevarán a cabo. Nos han pedido un informe de lo que vayamos haciendo y una información detallada de quién ha pasado a cuarentena y confinamiento. En el caso de los residentes, especificando si han tenido visitas o salidas y la identificación de con quién han estado.
Así explicado puede parecer sencillo. La realidad es que ha sido una bomba en la organización del centro. En la práctica supone que, ahora que parecía que todo estaba mejor, hemos tenido que volver a confinar a muchos residentes y nos hemos quedado sin la mitad del personal de noche. Todo ello sin saber si tenemos el virus dentro de la residencia.
Encontrar a personal auxiliar y que empiece a trabajar suele ser un proceso que, normalmente lleva su tiempo y un esfuerzo por parte del equipo. Ahora tenemos que hacerlo a velocidad de carrera. La administración nos requirió que nuestro plan de contingencias incluyese la existencia de una bolsa de trabajo para casos como éste. Ahora hemos descubierto que, aunque tengas la bolsa, cuando empiezas a llamar, casi todo el mundo está ya trabajando o se lo piensa mucho antes de aceptar ir a una residencia en la que posiblemente hay enfermos de covid.
Lo que nos queda claro es que si el virus no estaba en la residencia y ahora sí está, es que alguien lo ha traído y, ese alguien, si las visitas y salidas están limitadas somos nosotros o nuestros empleados.
¿Puedo hacer algo para limitar la entrada del virus por parte del personal?
Si leo las instrucciones que recibo de las autoridades no me cuesta visualizar a alguien cómodamente sentado en un despacho escribiéndolas sin mucho conocimiento del funcionamiento de las residencias, pensando más en protegerse a sí mismo y a su carrera que en evitar un contagio. Alguien que no quiere aceptar que, si estamos en una ciudad en la que el virus corre a sus anchas por las calles, es sólo cuestión de tiempo que entre en los centros.
Te dicen que se respeten las distancias en la residencia, pero tú sabes que algunas auxiliares comparten piso, otras vienen en el mismo coche y otras salen juntas el fin de semana. La mayoría son personas bastante jóvenes y algunas, a pesar de trabajar en una residencia, ignoran fueran del centro las pautas que dentro aplican rigurosamente. Tú conoces a tu personal y tienes confianza, pero ha habido tantas nuevas incorporaciones que la confianza ya no es suficiente.
Te vienen a la cabeza preguntas como:
¿Puedo pedirle a la auxiliar cuya pareja ha dado positivo que durante un tiempo vivan separados? Sería buena idea desde el punto de vista epidemiológico, pero ¿y si no quiere o no puede hacerlo?
¿Puedo preguntar sistemáticamente a los trabajadores que me expliquen qué hacen fuera del centro para detectar comportamientos de riesgo? ¿Qué hago si sé que alguien asume muchos riesgos, siendo incluso temerario, pero lo hace fuera de la residencia?
Con la idea de la “armadura de papel” en la cabeza, que te indica que el 75% de tu esfuerzo como directora debe orientarse a hacer las cosas bien y el 25% a poder demostrar que lo has hecho lo suficientemente bien, estás pensando qué puedes hacer para recordar a tus empleados las pautas que deben mantener fuera del centro y llevar además un registro.
Con esos pensamientos estás cuando llegan a tus manos los documentos elaborados por la Fundación Santa Eulàlia de Hospitalet de Llobregat en Barcelona. Allí, respetando al máximo la confidencialidad, han elaborado unos registros que permiten a todos los empleados valorar, según una escala, si están asumiendo riesgos innecesarios fuera de la jornada laboral y un sistema para valorar también si hay evidencias de que podrían estar contagiados.
La Fundación Santa Eulàlia y su director Jofre Fuguet han sido generosos y han compartido esos documentos como una buena práctica que puede ser utilizada por otras residencias.
¿Qué opinas de estos documentos?
¿Podrían servir en tu residencia?
¿Pueden formar parte de un plan para dificultar o evitar la entrada del virus?
Si alguien quiere contactar con Jofre Fuguet para comentar los documentos, puede hacerlo en [email protected]
Autor del caso
Josep de Martí Vallés
Jurista y gerontólogo
Profesor del Máster en Gerontología Social de la UB y de postrados de dirección de residencias en diferentes universidades e instituciones.
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