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¿De quién son los datos del residente?

Por Josep de Martí

Ayer te llamó por teléfono una persona que se presentó como abogada de la familia Rodríguez, te pidió poder entrevistarse contigo sobre una situación referente a una residente que la familia considera intolerable. Tú sabes de qué se trata, pero no qué es lo que querría exactamente la abogada.

La residente, Petunia Robles, viuda de Juan Rodríguez, vive en la residencia las Marismas, de la que, por cierto, eres director, desde hace un año. Sufre ciertas pérdidas de memoria, aunque no tiene un diagnóstico de deterioro cognitivo. Firmó ella misma su contrato de ingreso y, a su lado, una de sus hijas, Encarna, como familiar de referencia. Sabemos que tiene tres hijos más de los que sólo conocemos a uno, Joaquín, que ha venido varias veces a la residencia manifestándonos su descontento por el ingreso. Él cree que su madre debería haber seguido viviendo con su hermana Encarna.

Doña Petunia sigue un tratamiento preventivo con Sintrón además de medicación para su diabetes. Camina con cierta dificultad por problemas en las articulaciones. Su hijo Joaquín nos ha dicho en alguna de sus escasas visitas que sería mejor que su madre se moviese en silla de ruedas para evitar caídas. Doña Petunia no quiere la silla de ruedas y prefiere andar con ayuda de alguien o con un caminador. Ella misma tiende a levantarse y a deambular hasta que siente dolor o incomodidad. Su hija ve como muy positivo que su madre quiera andar.

Hace dos días doña Petunia sufrió un pequeño resbalón mientras caminaba. No llegó a caer del todo ya que la axila se golpeó con el pomo del andador e impidió que cayese más. Quedó en una posición medio arrodillada y colgando de la axila. La ayudaron a levantarse, dijo que estaba bien, que la dejasen. Aún así la caída se registró y se aplicó el protocolo. La enfermera, que estaba en ese momento en la residencia, vio que no había heridas ni, en apariencia, consecuencias más allá de un pequeño hematoma en la axila, llamó al médico del centro que dijo que fuesen observándola. Al día siguiente el médico la examinó. Para entonces el hematoma de la axila se había extendido y ocupaba una parte del brazo, hombro y cuello. Resultaba aparatoso aunque no había dolor ni síntomas de lesión. El médico lo atribuyó al tratamiento con Sintrón. En ningún momento se consideró una derivación hospitalaria.

Llamamos a Petunia para explicar lo sucedido. Madre e hija hablaron por teléfono, la madre quitando importancia al incidente y quedaron en verse al cabo de dos días.

Joaquín vino a ver a su madre antes que su hermana y al enterarse de la caída de que a él no le habían dicho nada se enfureció. Cuando vio el hematoma en la parte baja del cuello se fue con su madre a su habitación y al cabo de un rato dijo a las profesionales presentes que estaba indignado por el maltrato recibido. Les preguntó qué pretendían ocultar no habiendo derivado a su madre al hospital. Dijo que había hecho fotos y que pensaba denunciarnos.

Hablamos con la hija y nos dijo que tranquilos, su hermano es muy temperamental pero no pasaba nada. Ella nos ha dicho que no ha contratado a ningún abogado.

Ahora tenemos ante nosotros a la abogada que se nos ha presentado como “de la familia” diciendo que su visita es de cortesía para intentar aclarar las cosas amistosamente. Le hemos pedido que nos acredite a quién representa exactamente y nos ha contestado que su despacho trabaja para la familia Rodríguez desde hace años y que Joaquín le ha pedido que intente aclarar las cosas antes de presentar, si es necesario alguna denuncia o demanda.

Nos pide que le expliquemos qué ha pasado exactamente con doña Petunia y que le dejemos ver su historial, y toda la documentación sobre la caída. Necesita hacer esa comprobación porque las fotografías que tienen, hechas por Joaquín, dejan bien a las claras que no estamos ante una caída sin consecuencias sino ante una lesión grave que podría haber sido provocada por un maltrato. Insinúa que en muchos casos de maltrato la víctima dice que se ha caído porque tiene miedo al maltratador por lo que lo que diga Doña Petunia tiene sólo importancia relativa. Para ella es muy relevante que nos hayamos “negado” a hacer una derivación hospitalaria.

La abogada es amable en el tono, pero muy áspera y contundente en el fondo.

Nuestra primera respuesta es defensiva. Le pedimos si puede demostrarnos de alguna forma que representa a Doña Petunia o a su hijo. Su respuesta es enseñarnos desde su teléfono móvil una fotografía de la residente, sin camisón en la que se ve un gran hematoma. Nos repite que lo de ahora es una visita amistosa para ver si hay que hacer algo más y nos advierte de que si no queremos colaborar, la próxima visita puede ser la de la Fiscalía.

En los siguientes segundos nos invaden las siguientes preguntas:

¿De quién es la documentación asistencial de los residentes?

¿Tengo la obligación jurídica de enseñar a un hijo de un residente capaz la documentación asistencial del residente sin el consentimiento de éste?

Si la tengo, perfecto. Si no la tengo, ¿incumplo alguna ley si se la enseño para demostrar que hemos actuado bien?

¿Tiene alguna relevancia el hecho de que el hijo que pide ver la documentación no es el que ha firmado como familiar de referencia?

Estando seguro de que no hemos maltratado a nadie y que todo tiene una explicación razonable, ¿cómo debería actuar ante esta “visita amistosa”?

Tengo que decir/hacer algo.

¿Te has encontrado alguna vez con alguna situación parecida? ¿Quieres explicárnosla?

¿Qué harías tú?

Autor del caso: Josep de Martí Vallés

Jurista y Gerontólogo

Profesor del Máster de Gerontología Social y del Postgrado en dirección de centros de la UB, la UAB y del centro de Humanización de la Salud.

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