dependencia.info

La vejez se ha acabado (II)

Por Josep de Martí
jueves 31 de octubre de 2019, 01:32h
Josep de Martí
Ampliar
Josep de Martí (Foto: Inforesidencias.com)

Este artículo de Josep de Martí es continuación de La vejez se ha acabado (I) y continúa así:

¿Por qué los productos creados para personas mayores a menudo parecen tan poco inspiradores: grandes, con colores apagados y aburridos? No es que las personas mayores no tengan dinero. En Estados Unidos, un país bastante innovador, la población de más de 50 años controla el 83% de la riqueza de los hogares.

¿Quién querría llevar un teléfono así en el bolsillo?

Podríamos caer en la trampa de pensar que las personas mayores son “analfabetos tecnológicos” que no entienden el progreso. Tal vez ese estereotipo se correspondió con la realidad hace unos años. Hoy, casi la mitad de personas mayores acceden a internet en España de una u otra forma, una cifra que alcanza el 80% si contamos el uso de Whatsapp y otras aplicaciones de teléfono móvil. Entre los 65 y los 80 casi todos los mayores están chateando o “reventando bolitas” y, sin embargo, cuando pensamos en un teléfono para mayores visualizamos algo aburrido que no hace casi nada.

Existe pues una verdadera trinchera que separa las expectativas que puede tener una persona de determinada edad y lo que quienes diseñan productos y servicios tienen en mente. Eso puede ser un motivo por el que, a pesar del incremento de población mayor todavía no hay sectores que claramente estén viendo las posibilidades que ofrece.

Si queremos encontrar motivos para esta situación que nos permitan entenderla mejor y afrontarla podemos empezar volviendo la mirada atrás en el tiempo. Detengámonos en esta frase: “Todos deseamos llegar a viejos y todos negamos que hemos llegado”. ¿Quién lo dijo? Francisco de Quevedo en siglo XVII. Parece que esa visión antagónica que ve la vejez como “algo negativo a lo que aspirar” viene de lejos.

La vejez podía verse antaño como un tiempo vital en el que se sufría (“El que larga vida vive, mucho mal ha de pasar”. Miguel de Cervantes en el Quijote), pero nadie pensaba hace trescientos años que "los ancianos" o "los viejos" fueran un problema social que resolver. Eso cambió cuando la revolución industrial y el progreso tecnológico/científico que la acompañó pusieron el mundo patas arriba.

En la primera mitad del siglo XIX, los médicos creían que la vejez biológica se producía cuando el cuerpo se quedaba sin algo conocido como "energía vital" que, como la energía en una batería no recargable, se consumía durante el curso de toda una vida de actividad física. Cuando alguien mostraba signos de envejecimiento (cabello blanco, menopausia), la única respuesta médicamente sólida solía ser la recomendación de reducir todas las actividades. Para tristeza de nuestros tátara-tatarabuelos el sexo se consideraba una actividad especialmente agotadora.

Algunos científicos probaron a “cargar las pilas” como Charles Brown, que quiso recuperar la energía vital inyectándose extracto de testículos de monos jóvenes. Probablemente fue el efecto placebo pero durante un tiempo fue una práctica que produjo resultados positivos durante cortos tiempos. Nuestros antepasados tuvieron que esperar a la década de 1860, cuando las nociones de patología modernas fueron descartando la idea de la energía vital. Mientras tanto, sin embargo, se estaban produciendo desarrollos sociales y económicos que preservarían firmemente anclada en la conciencia colectiva la concepción de la vejez como un período de descanso pasivo y placentero.

En lugares de trabajo cada vez más mecanizados, la eficiencia se convirtió en la nueva consigna, y cuando alcanzamos el siglo XX, los expertos se esforzaban por obtener hasta la última gota de productividad adicional de los trabajadores. Y una forma clara de hacerlo era prescindir del trabajador mayor, menos productivo que el joven. En un sistema en el que el trabajo está dividido en labores fácilmente aprendibles y donde una persona es una parte de un proceso de producción a la que se puede adaptar rápidamente, la experiencia deja de ser ese valor que tenía en una sociedad artesanal.

Coincidiendo con la industrialización surgen en diferentes países, el primero la Alemania de Bisckmark, modelos de jubilación que permiten que el hecho de expulsar a trabajadores “no productivos” no se convierta en un factor de desestabilidad social. A la vez surgen filosofías y corrientes políticas que abogan por una revolución que cambie los fundamentos del sistema político y económico y que son especialmente atractivas para trabajadores con salarios bajos y condiciones precarias.

En la década de 1910, era una creencia convencional que la vejez constituía un problema digno de acción a gran escala. En medicina, el término "geriatría" fue acuñado en 1909; en 1914 se publicó el primer libro de texto sobre esa especialidad. Quizás la mejor representación del tenor de la época fue, en Estados Unidos una película de 1911 del cineasta D. W. Griffith, que contó la historia de un viejo carpintero que cayó en la penuria después de perder su trabajo ante un hombre más joven. Su título era What Shall We Do with Our Old?

“¿Qué haremos con nuestros viejos?”

Las dos guerras mundiales y en España la guerra civil y la posguerra dieron lugar a una idea de la vejez que avanzó en dos caminos paradójicamente paralelos y opuestos. Por un lado el viejo “jubilado” ocioso y con recursos que puede consumir e incluso ayudar a las generaciones más jóvenes económicamente y con su trabajo gratuíto; por otro el viejo “necesitado” demandante; el jubilado que cobra de un sistema público de pensiones que no sabemos cuánto durará y llena las salas de espera de la sanidad. De estos estereotipos antagónicos nacen las narrativas de la vejez que actualmente relacionan el mercado de la tercera edad por un lado con medicamentos, andadores o cajitas que recuerdan cuando tomar la medicación y por otro con vacaciones y cruceros.

Visto en perspectiva descubrimos que, en muchos casos, cuando se ha decidido crear algo “para mayores” éstos lo rechazan, en cambio inventos o innovaciones que no se pensaron para una franja de edad concreta (como la mensajería instantánea tipo Whatsapp) es adoptado de forma mayoritario por parte de muchos mayores.

Algunos expertos, entre ellos en el MIT consideran aue los "audibles", auriculares capaces de tareas tales como la traducción en tiempo real y el aumento de ciertos sonidos ambientales, que están siendo “creados para todos” pueden convertirse finalmente en aquello que consiga desestigmatizar los dispositivos de audición asistida. Mientras tanto, la consolidación de la “nueva economía” que ofrece servicios a la carta que anteriormente sólo se podían obtener como un paquete en entornos de vida asistida puede facilitar mucho el día a día de muchos mayores que pueden pasar a ser autónomos. Cuando puedes hacer que te lleven a casa comida para una persona de cualquier tipo y a cualquier hora del día, alguien que venga a limpiar, a planchar o cualquier otra ayuda desde tu teléfono inteligente, sin ni siquiera tener que saber informática sino hablando naturalmente a un asistente virtual, la vida puede ser más fácil (especialmente si no puedes bajar a la tienda) e incluso retrasar la necesidad de recibir una ayuda más institucional ahorrando dinero en el camino.

Más del 90% de las personas mayores de 65 años dicen que preferirían "envejecer en el lugar donde viven ahora". La teleasistencia está bien para facilitarlo, pero Deliveroo puede jugar también su papel.

Los tecnólogos, particularmente aquellos que fabrican productos de consumo, tendrán una fuerte influencia sobre cómo viviremos mañana. Al tratar a las personas mauyores no como un mercado auxiliar sino como un grupo central, el sector tecnológico puede hacer gran parte del trabajo requerido para redefinir la vejez. Pero los lugares de trabajo tecnológicos suelen ser lugares donde muy pocos han llegado a los cuarenta. Pedirle a los jóvenes diseñadores que simplemente se pongan en la piel de los consumidores mayores es un buen comienzo, pero no es suficiente para darles una idea real de los deseos de consumidores mayores. Afortunadamente hay una ruta más simple: contratar trabajadores mayores.

En Korea del Sur, país donde más personas de más de 65 años trabajan es donde más se está trabajando la idea de equipos intergeneracionales, se ha observado que mezclar en un mismo equipo a alguien joven con expectativas de progreso y carrera profesional con alguien más mayor con mucha experiencia pero sin una ambición clara, puede resultar muy enriquecedor.

Valora esta noticia
4,5
(2 votos)
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios