Sé que me hago mayor cuando cuento los años que llevo haciendo cosas.
Hace unos días impartí para la patronal ACRA una parte de un curso sobre Cómo afrontar las inspecciones de servicios sociales en residencias de mayores. Eso me hizo pensar que durante diez años fui inspector y que dejé de serlo hace dieciocho. Parece mentira que después de tanto tiempo alguien crea que lo que yo pueda decir sobre la inspección puede resultar interesante, y la verdad, me alegra que sea así. De hecho, durante los últimos años he impartido cursos a inspectores de dos comunidades autónomas (Castilla-La Mancha y Cantabria), además de a directores de residencias de otras cuantas comunidades sobre cuestiones relacionadas con la inspección.
El curso de ACRA me gusta especialmente porque contratan a un abogado, Josep María Barcelona, de Bufete Escura, para hablar de la parte jurídica de la inspección con lo que a mi me queda lo que llamaría “parte humana”.
Me gusta empezar mi intervención con esta fotografía
Decía Platón que los hombres vivimos encadenados en el fondo de una cueva, forzados a mirar hacia una pared en la que sólo vemos sombras de cosas que suceden a nuestras espaldas. Vivimos convencidos de que las sombras son la realidad, ya que no podemos girarnos. Un día, uno de nosotros se escapa de la cueva, ve la realidad pero cuando vuelve a explicarla todos le toman por loco. Ese aventurero es el filósofo.
El mito de la Caverna me sirve para decir que un inspector que pasa dos, tres u ocho horas en una residencia difícilmente puede ver la realidad de lo que sucede en la misma por lo que nuestra función es hacer las cosas, no sólo bien, sino de forma que dejen muestras que puedan ser captadas por el inspector durante su visita.
Mi consejo es que intentemos “meternos en la cabeza” del inspector y ver la residencia tal como la ve él o ella. Es mucho más fácil creer que algo se hace bien si vemos un protocolo que indica cómo se hace, un registro en el que se va apuntando de forma periódica y algún sistema de evaluación.
La función del inspector no es “creer” sino “comprobar” por lo que debemos ir dejando rastro de nuestro bienhacer si no queremos acabar con una sanción a la espalda.
Pongo el ejemplo de una residencia donde no se registraron correctamente algunas duchas durante unos días. Desde la residencia aseguraban que habían duchado a todos, la inspección levantó acta y se abrió un expediente porque a los residentes no se les duchaba de acuerdo a lo planeado (protocolos, registros, programas individuales). La directora me decía: “Se podían haber acercado a ellos y olerlos. Si llevasen muchos días sin ducharse olerían, ¿no?”. Podrían haberlo hecho pero el hecho de no registrar correctamente fue un error serio.
Es imposible hacer todo y registrar todo a la perfección pero es un buen consejo pasar el 80% del tiempo haciendo las cosas bien y el 20% demostrando que las hacemos bien.
Algo que suele salir en los cursos es que existen discrepancias entre las actuaciones de diferentes inspectores o incluso, que algunos de ellos “tienen manía” a una residencia en concreto. Mi respuesta suele ser que me creo lo primero pero no lo segundo.
En mi experiencia, las inspectoras e inspectores afrontan el trabajo de forma profesional aunque con un sesgo personal. Con esto quiero decir que todas las inspectoras aplican la misma Ley aunque les resulta difícil huir de quiénes son. Si su profesión de base es la de médico, psicóloga o arquitecto técnico, esa profesión a veces “traspasa” su actuación y acaban fijándose en cosas diferentes, lo que produce actuaciones diversas e incluso contradictorias. No sé si se puede evitar que eso suceda y la verdad es que pasa a menudo.
Sobre la “manía”, la forma en la que suelo explicarme es que durante una actuación, el inspector puede estar pensando, además de aquello que está viendo, en si llegará a tiempo a recoger a su hijo; si le van a pagar o compensar por las horas extras o mil otras cosas. Un inspector no tiene una comisión por las multas que genere su actuación por lo que no existe ningún incentivo para que un centro sea o no sancionado.
“Meterse en la cabeza” del inspector y “ver las cosas con sus ojos” puede ahorrarnos muchos problemas y hacernos entender que donde vemos “manía” quizás haya preocupación egoísta: alguien que visita una residencia diferente cada día y que dedica mucho más tiempo a un centro que a los demás nos debería hacer pensar que quizás verdaderamente tenemos algo “especial”. Es posible que la inspectora o inspector, sencillamente quieran dejar bien claro que lo han detectado y lo están siguiendo no sea que pase algo grave y se les acuse de no haber hecho su trabajo.
Quien me conoce sabe que abogo desde hace años por que las actas de inspección sean públicas. Algo que permitiría a todos comparar lo que la inspección dice de su centro con lo que dice de los otros. Creo que sería una buena forma de que pudiésemos valorar el trabajo de los profesionales de la inspección. Sé que predico en el desierto pero, soy así.
Como suele suceder en este tipo de cursos, entre lo que te preguntan durante el curso y lo que te dicen los asistentes a título particular cuando acaban las clases, consigo hacerme a la idea de cómo van las cosas.
Estuve diez años en la inspección y guardo buenos recuerdos. Pensaba entonces y pienso ahora que las cosas se podrían hacer mejor y por eso he propuesto en diversas ocasiones cuáles podrían ser algunas buenas prácticas para que la inspección aplicase.
Ya se sabe que nadie es profeta en su tierra por lo que me imagino que antes de que interesen mis ideas en Barcelona, me volverán a llamar de Toledo o de otra comunidad, y estaré muy contento de ir a decir lo que pienso.