Hoy en España tenemos un 18% de población de más de 65 años que llegará hasta aproximadamente al 35%, momento en el que empezará a bajar. Dentro del grupo de mayores, el de los “más mayores”, o sea, de más de 85 años también se incrementará de forma importante de forma que mirémoslo como lo miremos, aunque sólo un 4% de las personas de más de 65 acaben necesitando vivir en una residencia durante algún momento de su vida, van a hacer falta más.
Sólo por eso ya podríamos decir que se acercan buenos tiempos para las residencias. El problema es que las cosas nunca son tan sencillas. Al igual que sería ridículo montar un restaurante en una zona del mundo atacada por la guerra y la hambruna animados por que “hay necesidad porque la gente tiene hambre”, lo sería invertir en infraestructuras de atención a mayores dependientes y dotarlas de equipos profesionales si después nadie va a poder pagarlas.
Los números parecen indicar de forma clara que tal como van las cosas en España, en unos años no habrá dinero para pagar las pensiones. Primero se acabará la “hucha”, después el Estado irá prestando dinero a la Seguridad Social hasta que sencillamente no quede con qué pagar. Sin un sistema de pensiones y con un sistema sanitario sometido también a la tensión demográfica, muchos mayores que necesiten residencia sencillamente no la van a tener.
Pero ¿va a ser eso así?
Sin duda lo sería si no fuese a cambiar nada pero, si fuésemos capaces de mirar por un agujerito al mundo de 2050 quizás veríamos cosas que nos sorprenderían mucho.
Para empezar, vivimos anclados al concepto de que la “edad de jubilación natural” es la de 65 años por lo que, cuando en España se ha establecido la de 67 y se han vinculado posibles cambios a las expectativas de vida, parece que lo que hemos atacado un pilar sacrosanto de nuestra sociedad.
La verdad es que no sólo globalmente vivimos más años sino que los vivimos mejor. Una persona de 65 años de 2017 tiene muchas menos posibilidades de sufrir alguna afección incapacitante que uno de 1967. Además, a medida que nos hemos introducido en la sociedad post-industrial, ha bajado la proporción de trabajos que requieren de un esfuerzo físico incompatible con la edad avanzada. Cada vez hay menos mineros empleados por tonelada de mineral extraído y los pocos que quedan requieren menos esfuerzo físico y más conocimientos técnicos. Las condiciones laborales y de seguridad en el trabajo han mejorado también de forma que trabajos que solían considerarse muy peligrosos hoy sencillamente son realizados por máquinas o han evolucionado para serlo menos.
Esto es hasta ahora. Lo que vamos a ver en los próximos años es cómo la “inteligencia artificial” y las mejoras en la robótica van a transformar aún más trabajos que hasta ahora llevaban a cabo personas. Sólo la introducción de coches y camiones “autoconducidos”, robots que puedan coger piezas de tela diferentes, alinearlas correctamente y coserlas para confeccionar una pieza acabada (algo que hasta ahora sólo pueden hacer personas, de ahí la existencia de grandes talleres textiles en países emergentes), podrían suponer que más de 60 millones de personas vieran desaparecer sus actuales trabajos.
Toda esa tecnificación e inteligencia “no humana” producirá un incremento altísimo de la productividad al precio de obligar a muchos a buscar nuevos trabajos que, sin duda aparecerán.
Si al leer esto te preocupa saber si tu trabajo desaparecerá en los próximos años, recomiendo entrar en esta web que ofrece una calculadora para responder precisamente a esa pregunta.
¿Cómo afectará todo esto a las residencias?
En primer lugar, como cualquier aumento de productividad sólo tiene relevancia si tenemos a alguien (humano) que acabe comprando las “cosas” o los servicios que produzcamos. Al final el propio sistema deberá encontrar la forma de transferir recursos a los seres humanos para que compren las cosas.
Para empezar es probable que las personas mayores más formadas, con puestos que requieren hacer cosas diferentes, trabajar en equipo, ser creativas y usar la imaginación se encuentren a salvo de ver destruido su trabajo y por ello extiendan su vida laboral de forma importante. Como el sistema de pensiones irá siendo cada vez menos generoso estos “mayores formados y activos” dedicarán durante estos “muchos últimos años” de su vida laboral a ahorrar en vez de a gastar. Así, tendremos muchos jubilados no formados con pensiones bajas que sobrevivirán como puedan (gastando poco) y otros mayores no jubilados que ganarán más pero no gastarán porque estarán ahorrando. La consecuencia puede ser lo que algunos economistas llaman “estancamiento secular”, una larga época sin crecimiento en la que las empresas no invierten porque no tienen a quién vender lo que añadan a la producción actual.
Por otro lado es posible que ante la nueva situación, muchos mayores dependientes que son propietarios de inmuebles sin cargas, decidan poner en el mercado sus casas para pagar la atención que precisan. Como la población global bajará y con ella la demanda de inmuebles, sólo quiénes tengan pisos en determinadas zonas encontrarán compradores y posiblemente a un precio inferior al que habían esperado. Será un buen momento para ser un joven bien formado, ya que los intereses serán bajos debido al elevado ahorro, la oferta de viviendas enorme y las ofertas de trabajo, aunque hayan bajado de forma global, relativamente altas debido al bajo número de personas de poca edad. Sólo un cambio radical en los movimientos migratorios o un factor que surja de nuevo podrá cambiar esta realidad aunque, como el envejecimiento es global, los movimientos de ese tipo quizás acaben reduciéndose.
Las residencias por su lado verán que más difícil que encontrar clientes solventes (administraciones públicas o clientes privados) lo será encontrar a jóvenes que quieran trabajar cuidando a personas dependientes.
La actitud titubeante, cuando no torpe, de las administraciones durante los últimos años ya está provocando hoy que no se esté invirtiendo en la ampliación del número de plazas que la futura demanda va a generar. No sólo no se están construyendo residencias nuevas a ritmo suficiente sino que, además, cada año se están cerrando plazas por diferentes motivos (el caso más extremo, Aragón, donde la actuación de la inspección ha generado en pocos años el cierre del 10% de las residencias existentes). Por eso, los que ya estén en el mercado pueden prever unos cuantos años de alta ocupación aunque con precios moderados.
A medida que resulte más difícil encontrar cuidadores dispuestos a trabajar atendiendo a mayores, es posible que la inteligencia artificial y la robótica alcancen también al sector geroasistencial.
Hace unos años escuché que había personas mayores con demencia que se quedaban solos en casa todo el día en un sofá del que no se podían levantar y con la compañía de una televisión encendida que les producía una falsa sensación de acompañamiento. Al llegar los hijos o nietos del trabajo le cambiaban el pañal y le daban de comer, manteniendo esa triste rutina de la que no podían escapar por falta de recursos. Imaginemos que esa televisión se convierte en un asistente personalizado dotado de inteligencia artificial que adopta la forma de un acompañante digital y que ofrece a la persona una conversación adaptada a su nivel de demencia. Un sofá inteligente que acompaña a la persona adaptándose a ella, un sistema de monitorización a distancia o incluso una serie de robots para acompañar al mayor durante el día y atenderle en sus necesidades básicas.
En ese futuro las residencias tienen que trabajar con mucho menos personal que ahora por lo que se habrán ido adaptando. Habrá residencias de diferentes precios y con diferentes servicios y una de las cosas que hará que una sea más o menos buena será la cantidad de “contacto humano real” que ofrezcan.
Me cuesta imaginar cómo puede ser un robot capaz de cambiar un pañal o hacer un cambio postural. También me cuesta imaginarme como a alguien a quien una máquina está a punto de cambiarle el pañal. Pero si llego a ser mayor y dependiente en una sociedad en la que el 35% tengan más de 65 años, quizás esté dispuesto a sacrificar muchas cosas a cambio de recibir algún tipo de atención. Además, es muy posible que las empresas propietarias de residencias y los profesionales que trabajen en ellas hayan conseguido alcanzar niveles de atención que me hagan sentir bien con el nuevo modelo de cuidado.
Por supuesto que el futuro no está escrito y muchas cosas pueden cambiar produciendo un futuro más brillante que el que propongo. Por eso me encantaría que ser refutado y leer alguna visión alternativa. ¿Alguien se anima?