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¿Vendrán buenos tiempos para las residencias de mayores? (I)

¿Vendrán buenos tiempos para las residencias de mayores? (I)

Por Josep de Martí
miércoles 10 de mayo de 2017, 20:41h

Las cosas se ven de forma diferente según cómo se muestren al observador. Si leemos que en el mundo hay 600 millones de personas de más de 65 años, esta cifra puede parecer alta o baja. ¿Es mucho un 8% de la población mundial? Si decimos que la mitad de las personas que han vivido más de 65 años en toda la historia de la humanidad están vivas hoy la cosa cambia.

Lo cierto es que hay muchas personas mayores en el mundo y, no sólo va a haber muchas más en los próximos años sino que, además, como nacen menos niños, los mayores van a representar una proporción cada vez más grande del total.

La población mundial se triplicó durante el siglo XX y parece que “sólo” se doblará en el XXI, por lo que no resulta sorprendente que, de aquí a 2035, si todo sigue tal como prevén las estadísticas de la ONU, llegaremos a mil cien millones de personas mayores (un 13%) de la población mundial.

En 150 años la humanidad ha conseguido casi erradicar la mortalidad infantil, protegerse de la mayoría de enfermedades infeccionas que solían diezmar la población, aumentar la producción de alimentos hasta conseguir que el hambre en el mundo sea más una derivada de la política que de la escasez, ofrecer acceso a agua potable a más del 90% de la población y reducir, sobre todo en los últimos setenta años, el número de personas que mueren en guerras y, en general, de forma violenta.

Aunque el progreso ha sido desigual en diferentes partes del planeta, la verdad es que la tendencia ha sido global y nos ha permitido alcanzar un “tiempo de paradojas” en el que muchos tenemos la sensación de que vivimos en un mundo más inseguro que el de antaño cuando realmente éste es objetivamente mejor. Hoy es mucho más probable que muramos por algo relacionado con un exceso de comida (obesidad, diabetes, síndrome metabólico) que de hambre. Tenemos muchas más posibilidades de morir suicidándonos que como consecuencia de una guerra o un ataque terrorista (algo terrible pero significativo). Incluso, es más probable que muramos por una catástrofe producida por nosotros mismos que como consecuencia de una epidemia o una catástrofe natural. Vemos el creciente número de jubilados como un serio problema para las arcas públicas cuando durante ocho mil generaciones sobrepasar los cincuenta años era algo al alcance de muy pocos.

El problema es que saber que globalmente hemos mejorado no alivia el sufrimiento del refugiado, que ha visto como asesinan a su familia, o a la víctima de una hambruna. Sería perverso decirles que ahora hay muchos menos que sufren esa desgracia que hace cien años, aunque el dato fuera correcto. Por lo que vale más la pena seguir avanzando hasta conseguir erradicar esas situaciones, pero sin olvidar que, objetivamente, vamos por un buen camino.

Esto quedaría clarísimo si pudiéramos hablar con una mujer de cuarenta años de 1850. Seguro que nos explicaría como había visto morir a varios de sus hijos al poco de nacer y a algunas de sus amigas dando a luz; cómo sobrevivió a alguna epidemia y pasó hambre en varios momentos de escasez provocados por una sequía o una plaga en los campos; cómo había vivido con miedo algún episodio bélico. Seguro que también nos hablaría de momentos felices y de cómo alguna creencia le ofrecía consuelo y esperanza. De cómo se esforzaba para que sus hijos tuviesen una vida mejor que la suya y de cómo el apoyo de sus familiares y vecinos le ayudó siempre a seguir adelante. Si le explicásemos cómo sería el mundo ciento cincuenta años más tarde, seguro que nos tomaría por locos.

Y probablemente es precisamente “un tiempo de locos” el que nos ha tocado vivir.

(continuamos la semana que viene)
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