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¿La perversión de la estrategia o la estrategia perversa?

Por Alejandro Gómez Ordoki
miércoles 05 de marzo de 2025, 13:31h
Alejandro Gómez Ordoki
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Alejandro Gómez Ordoki (Foto: JC)

Como dice mi padre, últimamente he viajado más que el baúl de la Piquer. A punto de cumplir los 88 años, carrocero de oficio –“de los de antes”, como él diría; a lo que añado con cariño: “como tus frases”-, antaño recolector de hongos y siempre forofo de la Real Sociedad, vive en su casa de toda la vida. Y, junto a mi madre, 83 años de trayectoria vitalista y animosa, lo hace en condiciones de dignidad y autonomía.

Han sido dos personas abnegadas en una posguerra de vencedores y vencidos que algunas voces pretender obviar. Pero no son representativas de la atención domiciliaria porque, con sus lógicas limitaciones, siguen siendo básicamente independientes. Y por muchos años más, que pensaría mi yo más egoísta.

Mis padres, a pesar de los pesares que una vida larga te presenta sin solución de continuidad, siempre han estado del lado de la desinstitucionalización (pronunciada en voz alta, a veces se me traba la lengua). No por convencimiento, decisión o voluntad propias sino porque, muy probablemente, nunca han tenido consciencia de avanzar por una u otra orilla del río de la dependencia. De igual manera, ninguno de los dos ha entendido jamás el cuidado en términos de buenos o malos, de hogaristas -otro palabro más, que diría mi amigo Josep de Martí- o institucionalistas, de economía o humanismo o, en el sumun del surrealismo al que nos someten, de izquierdas o derechas.

Por tanto, como de tal palo tal astilla, heme aquí en la misma equidistancia que hace un tiempo y con la bicefalia propia de quienes no somos ni blanco ni negro sino gris plata, gris marengo, gris acero o gris a secas: los “buelos”, los “hoganalistas”, los “econismos” o, en un más difícil todavía, los “izquirechas”

Efectivamente, últimamente he viajado mucho. Entre congresos, cumbres y alguna que otra jornada técnica, apenas he tenido tiempo para hacer otra cosa que no fuera analizar datos o preparar presentaciones para reflexionar hasta qué punto la desinstitucionalización podría asumir el flujo de perfiles hacia los recursos secundarios especializados. Y como diría aquel caballero de la triste figura, “cuán largo me lo fiais, amigo Sancho”.

Menos mal que en nada la IA vendrá en nuestro auxilio para resolver esta irresoluble ecuación de futuro. Me atrevería a conjeturar que, incluso, despejando cuantas dudas plantee la transición hacia el paradigma domiciliario como única solución magistral, casi a modo de bálsamo de Fierabrás, si no a modo de “bálsamo de tigre” del Mercadona por su sospechosa esencia a low cost. Este panorama que ciertos gurús tienen tan meridiano como posible nos resulta del todo inalcanzable a quienes dudamos, por sufrir sus consecuencias, de las promesas incumplidas.

¡Ay, qué pensar de la IA! ¿Alguien se ha planteado la posibilidad de que detrás de la estrategia de la desinstitucionalización o, tal vez en su día, moviendo los hilos del “acuerdo Belarra” esté la IA, tan inteligente ella y, sobre todo, tan artificial? Personalmente me inclino más a pensar en su antónimo, TN o Torpeza Natural, para plantear futuribles inalcanzables para el conjunto del sector.

Como mi padre, algunos creemos que también hay que ser realista, pero en un sentido que va más allá de la propia Real Sociedad: realista en la definición de objetivos y, asimismo, en la planificación de las acciones conducentes a su cumplimiento en un marco operativo condicionado por la escasez de recursos, especialmente los humanos. Y si, además, incorporamos a la ecuación la variable del incumplimiento sistemático de los compromisos de financiación del Gobierno central, la TN comienza a transformarse en Temeridad Negociadora en la medida que promulgo el cambio desde el “yo invito, pero tú pagas”.

Los diferentes gobiernos, ya sean centrales o autonómicos, definen la desinstitucionalización como un proceso político, social y cultural que prevé el paso del cuidado en entornos de aislamiento y segregación -qué interpretación generalizada tan osada- a una vida independiente asociada al abandono de una cultural institucional. Para lograrlo, solo caben modelos de cuidado acordes con el enfoque de derechos humanos, centrados en la persona, respetuosos con la libertad de elección y las preferencias, facilitadores de la participación social y canalizadores de la inclusión en la comunidad. El resultado esperado de este proceso es ofrecer a la persona la oportunidad de convertirse en ciudadana/o de pleno derecho y tomar el control de su vida.

¿Eh? Oiga, no es solo sorpresa, también es cansancio: ¡Uf! Según he terminado de transcribir esta arenga sobre lo que nadie o casi nadie parece no haber hecho nunca jamás, me he caído de la silla. ¿Tomar o retomar el control de su vida? Si es tomar, es que anteriormente nunca se tuvo (problema como sociedad supuestamente desarrollada); si es retomar, es que en algún punto del camino se perdió (problema como sociedad supuestamente garante de derechos alienables en nuestra condición de seres humanos).

Como colofón a la perorata de quien pretende erigirse en custodio de un buen cuidado no desplegado ni tan siquiera in illo tempore, agrego lo siguiente, convencido de la perversión implícita en el nuevo rumbo: a ser posible, al menor coste para el erario público. Eso es eficiencia administrativa; lo demás es tontería.

He preguntado a ChatGPT por dos cuestiones críticas de futuro: la falta de personal y las posibles soluciones para garantizar el relevo generacional. Lo he hecho conscientemente desde una doble perspectiva en sus respectivas condiciones de inicio y fin del continuo del cuidado, salvo que por efecto de una desinstitucionalización elevada a la enésima potencia saquemos las excavadoras para demoler todo el parque residencial existente: el punto de vista de la atención domiciliaria y el punto de vista de la atención residencial.

Las respuestas, como no cabría esperar de otra manera, son absolutamente simétricas: bajos salarios y malas condiciones laborales como problemas; incrementar salarios y hacer más atractivo el sector como soluciones. Que digo yo que, a lo mejor, le he preguntado a ChatPerogrullo en lugar de a ChatGPT. Pero, en fin, Perogrullo y GPT coinciden en un punto: tanto los problemas como las soluciones son comunes en ambos extremos del cuidado.

Un día de no hace mucho, en un café mañanero en Bilbao, José María Toro, presidente de AERTE, me explicó de manera inteligente y nada artificial cuál era el verdadero problema de fondo. Sin acceder a la nube -por cierto, ese día en Bilbao había para dar y regalar- me enseñó una gráfica en un papel y a la vieja usanza trazó con su dedo índice una evolución alarmante: en 20 años (2002-2022), la población española entre 20 y 39 años había descendido en prácticamente 3 millones de personas; por el contrario, en ese mismo periodo, la población con edad igual o superior a 65 años había aumentado en algo más de 2 millones (incremento del 29%) y, lo que es más relevante para diseñar el sistema de cuidados de futuro, la población con 80 años o más había pasado de 1.657.970 personas a 2.700.028 personas (¡un 69% más!).

La pregunta es inevitable: ¿y si, siguiendo la estrategia de desinstitucionalización, la generación del Babyboom decide atrincherarse en sus domicilios para recibir la atención necesaria prometida -y esperemos que esta vez sí, cumplida- porque todo lo que no sea eso es perder tanto la condición de ciudadano/a de pleno derecho como el control de tu vida? Y, para complicarlo aún más, cuando todos sabemos que los domicilios, en cuanto recursos no integrados, requerirán de mayores ratios de personal por una ley básica de economía de escala que, ahora sí, tiene que ver con la eficiencia bien entendida. ¿O desinstitucionalización realmente no es sino una suerte de conglomerado de roca formado por el cuarzo de la uberización (plataformas digitales para disponer de personal gerocultor o asimilable), los guijarros de la red familiar (PECEF) y los cantos rodados de la contratación de asistencia personal (PEAP)?

Y en el medio plazo, la cada vez mayor presencia de perfiles de exclusión con edades no imaginadas hace no tanto tocando la puerta de entrada de los centros residenciales. ¿Seguiremos echando mano del “bálsamo de tigre” low cost del Mercadona?

Mucho me temo que… (dejo que usted, querido lector o lectora, termine la frase con sus sensaciones).

Alejandro Gómez Ordoki es consultor de Servicios Sociales en GSS

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