En un encuentro legendario entre Henry Ford y un líder sindical mientras visitaban una fábrica en la que se inauguraba una línea de producción de coches con los primeros robots jamás instalados, Ford lanzó una pregunta cargada de ironía y premonición: “¿Cómo piensas hacer que los robots paguen cuotas sindicales?” A lo que el sindicalista respondió, con igual agudeza: “¿Cómo piensas hacer que los robots compren coches?”.
Este diálogo, aunque posiblemente apócrifo (o sea, que nunca se produjo tal cual) ha sobrevivido décadas porque encapsula el eterno debate sobre la tecnología y el empleo, la producción y el consumo, el progreso y sus costos humanos.
Ahora bien, ¿podemos trasladar esta escena a nuestro campo: las residencias de personas mayores? Imaginemos robots desplazándose por los pasillos, camas robotizadas ayudando a hacer movilizaciones y cambios posturales, carros inteligentes con brazos sirviendo comidas, repartiendo medicación o simplemente ofreciendo compañía a los residentes. Esto no es ciencia ficción, sino la punta del iceberg de una realidad, todavía anecdótica, pero que poco a poco se va a ir abriendo espacio en algunos centros alrededor del mundo.
Como todavía es algo que apenas se vislumbra en el futuro, todavía podemos hacernos preguntas e intentar influir en el desarrollo de los acontecimientos. Vamos allá.
¿El fin de los puestos de trabajo? Probablemente, no
Contrario a lo que muchos podrían pensar, la introducción de robots en las residencias de mayores no necesariamente significará una reducción de los empleos humanos, posiblemente sí su revalorización. La razón es simple y algo paradójica: actualmente, no hay suficientes trabajadores cualificados disponibles. La escasez de personal en el sector de cuidados es un problema real y creciente que ha empezado con las enfermeras y se va extendiendo a otras categorías, exacerbado por el envejecimiento de la población y las exigencias emocionales y físicas del trabajo.
Los robots, en este contexto, podrían ser menos unos sustitutos y más unos “colaboradores necesarios”. Pueden manejar tareas repetitivas o físicamente exigentes, permitiendo que el personal humano se concentre en aspectos del cuidado que requieren una conexión personal, empatía y calidez humana; habilidades que, de momento, los robots no pueden replicar.
Quizás en pocos años veamos en residencias, haciendo labores de limpieza y mantenimiento “robots humanoides” como el Aloha de Google, que hoy en un entorno “controlado” pueden hacer camas, manejar el lavabo de la ropa, ordenar espacios o realizar labores en una cocina. Tal como avanza la inteligencia artificial y los mecanismos de movimiento (pensemos en el nuevo robot Atlas de Boston Dynamics que ha superado las limitaciones de los motores hidráulicos) no es descartable que en 2035 la presencia de robots humanoides en residencias sea tan normal como lo puede ser ahora una grúa.
Pero es que quizás las grúas también sean robots. Eso puede ser la antesala a la llegada de C3PO a las residencias. Cada año Inforesidencias.com organiza varios viajes geroasistenciales; uno de ellos siempre es a Alemania, donde vamos a visitar la feria Altenpflege, la más importante de Europa sobre atención a personas mayores. En los últimos años lo que hemos visto es cómo, cada vez se “dota de inteligencia” a más “cosas”, algo que combinado con la posibilidad de llevar a cabo acciones convierte a esas “cosas” en robots.
Así que, los carros que pueden llevar ropa, comida o medicación por la residencia ya existen en los catálogos de algunas empresas (aunque resultan muy caros). También existen “camas robot”; andadores con inteligencia artificial, robots con forma de animal o de persona para evitar la soledad y el aburrimiento y; me han hablado de investigaciones para dotar de inteligencia artificial y sistemas de navegación a las grúas que se usan para movilizar y ayudar a levantar a las personas dependientes.
O sea, que, como casi siempre, la cosa será gradual. No veremos la “invasión” sino la “llegada” en la que el preludio lo puede marcar lo que el tecnólogo Juan Pablo Correa llama “Residencias con sentidos”, que es esa residencia en la que unos sensores permiten a un sistema dotado de inteligencia “oir”, “ver”, “oler” y “tocar” a los residentes y su entorno mediante sensores. En este vídeo https://www.youtube.com/watch?v=anmrsFNuxag lo explico.
¿Y si los robots pagaran cotizaciones a la seguridad social?
Aquí es donde la conversación de un giro interesante. Si los robots pueden asumir roles que tradicionalmente generaban ingresos a la seguridad social a través de las cotizaciones de los trabajadores, ¿no podrían, en teoría, contribuir de alguna manera a las arcas del estado y a las de las pensiones? Quiero decir un modelo en el que los beneficios económicos de la automatización se canalizan para apoyar los sistemas de bienestar social que benefician a toda la comunidad, incluidos los mayores a los que estos robots ayudan.
El sindicato UGT lo ve claro y en su página web utiliza para ilustrar el tema una fotografía bastante distópica con una especie de enfermeras robóticas de pesadilla.
Este enfoque requeriría un replanteamiento radical de cómo entendemos el empleo, la compensación y el financiamiento de los servicios públicos. De hecho, lo que planteo como “cotizaciones” sería en verdad un impuesto que gravaría la robotización. No es un tema trivial, ni fácil de implementar, pero podría ser una discusión válida en un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados y los modelos económicos tradicionales a veces se quedan atrás.
Quizás lo que sea más difícil es que los robots paguen cuotas de afiliación a los sindicatos, aunque cosas más raras se han visto.
¿A dónde nos conduce este camino?
La tecnología, desde la invención de la rueda hasta la creación del robot más sofisticado, siempre ha tenido el potencial de transformar la sociedad para mejor o para peor. En el caso de las residencias de mayores, la integración de robots en los cuidados diarios ofrece una promesa extraordinaria: mejorar la calidad del servicio (al permitir a los trabajadores humanos dedicarse al cuidado directo), aliviar la carga del personal y, quizás, luchar contra la soledad y el aburrimiento que sufren algunos mayores.
Sin embargo, aunque me confieso bastante “tecnófilo”, creo que debemos estar atentos y ser críticos respecto a cómo implementamos estas herramientas.
Deberíamos preguntarnos no solo cómo harán los robots para comprar los coches que fabriquen en las fábricas; o, en nuestro caso, para contribuir al pago de las pensiones, sino también cómo podemos asegurar que el progreso tecnológico beneficie a todos, no solo económicamente, sino en su calidad de vida.
Una vez se ha producido y consolidado un cambio, el resultado es una “nueva normalidad”, lo interesante y a veces doloroso es el proceso mismo del cambio. Como en estos años nos ha tocado vivir tantos cambios, intentemos aprender y si es posible, disfrutar del proceso. ¿Seremos capaces?
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias
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