Voy a compartir mi opinión:
Lo siguiente no es algo que tenga que ver conmigo, en el sentido de que yo no lo inventé, yo no lo provoco y ustedes tampoco. Involucra a la población más vulnerable en esta pandemia. Los números nunca mienten.
Hoy la expectativa de vida en nuestro país está en torno a los 75 años en sintonía con muchos de los países occidentales en vías de desarrollo o incluso desarrollados. Paradójicamente la edad promedio de los fallecidos por esta pandemia se encuentra exactamente en ese rango. Más precisamente en 75 años (datos de dominio público).
Por nuestra actividad, sabemos fehacientemente que la expectativa de vida promedio de un geronte institucionalizado son aproximadamente de dos a tres años de estadía o sobrevida (1). La mayoría de nuestros residentes se encuentran atravesando ese tramo de su expectativa de vida. Muchos de ellos han pasado sus últimos días encerrados en una habitación, encerrados en un establecimiento, sin ver familia ni amigos ni poder disfrutar las pocas cosas que ofrecen placer en ese especial momento de su vida. Cabe aclarar que la mayoría de los residentes han superado largamente la expectativa de vida, siendo el promedio de edad superior a 85 años.
Nos enfrentamos entonces a un debate ético que todo el mundo ha estado evitando. Hemos decidido por ellos su confinamiento, los estamos obligando a sobrevivir a como dé lugar, producto de una decisión nuestra, de nuestros miedos y hemos estigmatizado a quienes cuidan de ellos haciéndolos culpables de su suerte sin pensar en el impacto que esto podría tener. Convertimos en carceleros a quienes los cuidaban para luego acusarlos de asesinato si se contagian. La sociedad y los medios no aportan ninguna solución más que el dedo acusatorio.
Cuando analizamos las cifras de mortalidad dentro de cada residencia geriátrica nos encontramos con otro dato sorprendente, o no tanto, que se repite en una y otra residencia. Ninguno de los centros ha reportado una cantidad mayor en promedio que la cantidad de decesos habituales anualmente por patologías compatibles con infecciones estacionales. Ese número tampoco ha superado los decesos esperables para este grupo, producto de sus patologías base. Es decir, que si este año sumamos los fallecimientos por COVID-19 más los esperables por sus condiciones clínicas, estamos en cifras similares a las de años anteriores o incluso menores. Y esto es así en residencias que han sido infectadas en más de un 80% de su población residente y de su personal asistente. Esto además coincide con los datos demográficos macro, no sólo en residencias geriátricas sino en la población en general.
Esta situación es aún más destacable teniendo en cuenta que prácticamente un 80% de las residencias han reportado al menos un caso confirmado de COVID 19, que generalmente redunda en más de un caso en poco tiempo. Cabe aclarar que es una gripe muy contagiosa, que genera complicaciones respiratorias. Pregunten ustedes mismos si las residencias geriátricas llevaron hasta el mes de agosto, una mortalidad mayor que la de cualquier otro año. (Datos de dominio público)
Otro dato que deberá ser estudiado es que entre todos esos residentes contagiados, muchos con graves patologías de base, específicamente patologías respiratorias previas a la infección por COVID-19, han evolucionado favorablemente. En mi caso lo he podido comprobar conociendo las historias clínicas de dichos pacientes y siguiendo muy de cerca cada evolución. El tratamiento no ha sido distinto a cualquier otra gripe fuerte complicada con neumopatías, totalmente frecuentes en este tipo de pacientes todos los años y con el mismo resultado. La mayoría de los pacientes presentan complicaciones. Muchos de ellos graves, algunos letales. Sin embargo, habitual.
Yo no estoy haciendo un análisis de si se trata de una enfermedad grave o no, ni tampoco estoy diciendo si es potencialmente mortal o no, en efecto lo es. Simplemente estoy mencionando hechos, datos irrefutables a los que yo tengo acceso. Estoy mencionando estos hechos, porque la vulneración de los derechos humanos a la tercera edad es flagrante. Y el atropello sobre las libertades individuales de toda la población ha sido igualmente grave.
Es necesario el distanciamiento social, pero también es necesario terminar con el pánico que se ha generado. Ningún sistema puede administrar una demanda masiva concentrada en un cortísimo plazo. Eso ocurre con los sistemas económicos del mundo, el bancario, los sistemas informáticos y la salud, como sistema en sí mismo, no puede ser la excepción.
Si no se da un tratamiento oportuno, las complicaciones son inevitables en cualquier enfermedad, e incluso aún con tratamiento. Pero no se pueda tratar lo que no se diagnostica. No se puede tratar solo informando números enormes de infectados, pero que luego no tienen rostro cuando necesitan el diagnóstico real, el útil para el tratamiento. Solo estamos alimentando estadísticas. Cuando el diagnóstico demora una semana, la enfermedad ya provocó todo el daño que debía, daño evitable o mitigar en la mayoría de los casos.
Los pacientes diagnosticados deben ser tratados justamente para que no lleguen a las salas de emergencia masivamente. Ningún aislamiento va a detener el contagio si no se identifican los focos, ningún sistema va a soportar esa demanda si no se tratan a los enfermos. Es una estrategia armada para perder. Lo que mata es el sistema colapsado mucho más que la propia enfermedad. Ese patrón se ha visto en todo el mundo donde el testeo no fue masivo y fue exactamente opuesto donde si se hicieron testeos masivos. Hay que decirlo claramente. No se puede combatir una enfermedad si no se diagnostica, lo repito porque es algo tan elemental que parece obvio y sin embargo la estrategia de nuestro país siempre fue en sentido contrario.
Es necesario un diagnóstico rápido y un tratamiento estándar de primera línea, rápido y sistemático, tendiente a neutralizar los síntomas pero sobre todo los efectos de las posibles complicaciones que suelen presentarse. Hay tratamiento, hay medicación, hay método diagnóstico, mientras los infectados no sean cientos de miles o millones.
¿Por qué esperamos pasivamente una catástrofe?
——-
(1) Para dar un ejemplo, en los pacientes de 85 años la sobrevida fue de 2,76 años (IC 95% 1,8 a 3,72), mientras que la sobrevida general en este grupo etario (a partir de datos de EEUU) es de 5 años. Sin discriminar causas de muerte. Todos con patologías previas.
Hernán Fraga es presidente de la Cámara Argentina de Residencias Privadas