Cuentos del mundo de Kallimos
Escuchar todos detenidamente, lo que os voy a explicar paso hace mucho, muchísimo tiempo. Os explicaré el día en que nació el planeta Tierra. Sus hermanas mayores, la Luna y el Sol, brillaban con alegría esperando el nacimiento de su hermana pequeña. La Luna era la mayor de las hermanas, y como el cabello de las personas mayores de Kallimos, brillaba con un deslumbrante color plateado. El sol brillaba tan fuerte como su hermana, pero sus rayos irradiaban el resplandor dorado de la juventud. Entre ellas comentaban las esperanzas que tenían depositadas en su hermana, seguramente las eclipsaría a ellas dos con su flamante brillo. ¡Oh, que maravilla!, ya se veían las Tres Hermanas iluminando los rincones más lejanos del firmamento con su fuego eterno.
Desafortunadamente, no fue así. La Tierra nació oscura y fría, no podía ver, ni tampoco hablar. El Sol y la Luna lloraron por su hermana recién nacida durante milenios, tanto fue su dolor que sus lágrimas llenaron los mares, los lagos y los ríos de la Tierra. Su tristeza incluso llega hasta nuestros días, el Sol llora el sombrío destino de la tierra y las lágrimas que derrama es la lluvia que cae sobre nosotros los días más grises del año.
Las hermanas temían que la tierra se asustara por la oscuridad que la rodeaba, por lo que decidieron brillar sobre ella y mantenerla templada todo el tiempo. Durante miles de años la tierra se encontró arropada bajo la mirada amorosa de sus hermanas. Durante el día, el sol proyectaba sobre su rostro un suave brillo dorado, y por la noche, la luna brillaba sobre ella con igual esplendor. Juntas, mantuvieron la oscuridad a raya sobre la faz de la Tierra.
A medida que pasaban los milenios, el sol comenzó a preocuparse por su hermana la Luna. Estaba claro que sus rayos ya no proyectaban la luz dorada de la juventud, el sol se preguntaba si la presión de cuidar continuamente a su hermana Tierra era un estrago demasiado grande para ella. Solo pensar en esa posibilidad, el Sol temblaba de miedo. Si la Luna la dejara, ella estaría sola en el cielo infinito para siempre.
Tal vez, pensaba el Sol, mi hermana la Luna se beneficiaría de un descanso, y el Sol decidió explicarle a su hermana sus preocupaciones. La Luna le contestó: Me honra tu preocupación por mi querida hermana, pero no temas, mi luz es plateada y la tuya es dorada, pero el amor que siento por nuestra querida hermana la Tierra me da fuerzas para seguir iluminándola. Estoy bien.
Esas valientes palabras no lograron tranquilizar al Sol, y su ansiedad fue en aumento con el paso de los siglos. En repetidas ocasiones, el Sol iba comentando las debilidades de su hermana y le suplicó y suplicó que descansara. Finalmente, la Luna cedió y honró los deseos de sus hermanas, la Luna apagó sus fuegos, y la oscuridad cayó por primera vez sobre la faz de la Tierra. Manteniendo su promesa a la Luna, el Sol irradiaba con doble brillo. Por primera vez, sus rayos quemaron la cara de su hermana pequeña, así es como surgieron los grandes desiertos que están al otro lado de las montañas.
Mientras la Luna descansaba, el Sol empezó a notar fatiga. Brillar tan intensamente era más difícil de lo que había imaginado, y estaba sola, extrañaba a su hermana mayor, echaba de menos sus palabras satinadas de sabiduría y aliento. Aún así, el Sol lo sobrellevó, estaba orgullosa de hacer el trabajo de las dos y esto le daba fuerzas renovadas.
Finalmente, llegó el momento de despertar a la Luna de su sueño reparador. El Sol la llamó una vez, pero ella no respondió. El Sol levantó la voz y la volvió a llamar. La Luna permaneció en silencio. El sol llamó por tercera vez, esta vez con todas sus fuerzas. Su voz sacudió el cosmos, y tal fue su fuerza que parte de sus rayos se rompieron en añicos, en miles de pequeños pedazos, y todas esas partículas de luz huyeron despavoridas, asustadas por su poderosa voz y no se detuvieron hasta que llegaron a los rincones más lejanos del firmamento. Así es como surgieron las estrellas en el firmamento.
Por fin, la Luna respondió, su voz era quebrada y temblorosa. El Sol tuvo que esforzarse para escuchar sus palabras. Déjame descansar, hermana, déjame descansar. Soy mayor, estoy cansada y no brillaré más. A pesar de las súplicas desesperadas del Sol, la Luna se mantuvo en silencio, y nunca más volvió a hablar. La vergüenza por haber insistido tanto a su hermana la luna para que dejara de brillar y la situación que había creado la llenó de rubor. Por eso los amaneceres y atardeceres son de color carmesí, porque el sol recuerda su gran equivocación, y eso le produce un gran rubor y una gran vergüenza.
Ahora, el Sol se encuentra completamente sola. Durante el día, vierte su luz y calor sobre su hermana pequeña, la Tierra; por la noche, brilla sobre su hermana mayor, la Luna, mientras esta retoza y se mueve suavemente en su sueño eterno. Por eso podemos ver como la luna sube y baja cuando miramos el cielo de noche.
La carga que lleva el Sol es muy pesada y lo lleva completamente sola, y lo llevará hasta el final de los tiempos. Aún así, incluso los más poderosos deben descansar, por esta razón, el invierno es más frio que el verano.
Así fue y así es.
Traducción de A. Cebrián de un cuento del libro “Learning from Hannah: Secrets of a life worth living” de William H. Thomas, M.D.
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