En la residencia Las Marismas, de la que, por cierto, eres directora, vivís noches difíciles con Eulogio. Tiene 87 años, demencia moderada, movilidad reducida, y una ansiedad nocturna que se manifiesta como inquietud, gritos, e incluso algún episodio de autoagresión leve. En cuanto anochece, empieza a preguntar dónde está, por qué lo han encerrado, y se agita como si intentara escapar de algo.
Hace unos meses, la doctora de la residencia, de acuerdo con el centro de salud, le pautó un hipnótico para ayudarle a conciliar el sueño. Pero tras varios días con caídas matutinas, somnolencia prolongada y un episodio de desorientación severa que terminó en urgencias, decidió retirarlo. Desde entonces, la médico ha descartado el uso de sedantes para Eulogio y ha propuesto alternativas no farmacológicas.
El problema es que él cree que necesita su pastilla para dormir. La pide, a su manera:
- "¿No me vais a dar lo mío? ¡Que si no, no me duermo! eso que me daba la otra enfermera".
Una noche, una auxiliar veterana; de las que saben medir los gestos con precisión; le dio un vaso de agua con un poco de azúcar y una pastilla de vitamina triturada. Lo acompañó con una frase suave:
- "Aquí tienes lo de siempre, lo que te ayuda a dormir tranquilo".
Eulogio bebió con gusto. No protestó. Y esa noche durmió seguido. Y también la siguiente.
Desde entonces, cuando lo ve inquieto, la auxiliar repite el gesto: agua, un poco de azúcar, una “pastilla” inofensiva, y esa misma frase. El efecto placebo parece mantenerse. El residente lo espera, lo recibe, y se relaja.
La situación habría quedado como una de tantas pequeñas estrategias del cuidado cotidiano si no fuera porque una enfermera nueva, al revisar el parte nocturno, preguntó qué medicación estaba pautada para Eulogio a las 22:00h. No encontró nada registrado. Y preguntó qué se le está dando exactamente.
La auxiliar, con total naturalidad, explicó: "Solo una vitamina. Él cree que es su pastilla para dormir. Y funciona".
La enfermera le dijo que no le parecía bien que hubiese tomado esa iniciativa sin encomendarse a nadie y que consultaría si era correcto hacerlo.
Así os llegó la consulta a ti y a la médico de la residencia.
La doctora fue tajante. No se puede engañar a los pacientes. Incluso cuando se hace un ensayo clínico se informa a los participantes de que quizás tomen el medicamento o quizás el placebo y ellos aceptan. No se le puede decir a alguien que le das una medicina y darle azúcar, aunque funcione.
Como directora, sabes que nada es sencillo. La auxiliar no lo hizo por saltarse normas ni por jugar a ser médico. Lo hizo por cuidar. Porque, sin pastilla real, Eulogio no dormía. Y con pastilla ficticia, dormía en paz.
La auxiliar plantea una pregunta curiosa: "Entiendo que debe haber consentimiento informado para dar un medicamento, pero ¿hay que tener consentimiento para 'no dar un medicamento' o para dar un 'no medicamento'?".
Te tomas tu tiempo, ves que la ley no trata específicamente el tema del placebo. La médico de la residencia dice que no le parece bien, aunque tiene sus dudas sobre si autorizar que siga la práctica porque tampoco ve que sea tan negativo. Decidís hablar el tema con el equipo, ya que en la residencia no tenéis comité de ética.
Ahora el equipo está dividido. Hay quien considera que es una práctica útil, compasiva y segura. Otros dicen que sienta un precedente peligroso. Se ha convocado una reunión del comité ético, pero mientras tanto, Eulogio vuelve a agitarse. Pide su pastilla. Y todos miran a la auxiliar.
Tú piensas:
¿Cómo puede haber consentimiento informado si el placebo, por definición, consiste en que la persona crea una cosa que no es? ¿Tiene justificación mentir si es por el bien de la persona? ¿Es esto una forma de cuidado… o de manipulación compasiva?
¿Qué harías tú?
Preguntas para reflexionar:
¿Es lícito usar placebos en una residencia sin consentimiento expreso, si el resultado es positivo? Esta pregunta puede resultar un poco rara ya que si tienes el consentimiento quiere decir que la persona consiente en que le des algo que no es un medicamento.
¿Debe priorizarse el efecto calmante sobre el principio de veracidad?
¿Qué diferencia hay entre tranquilizar con palabras y hacerlo con una sustancia inofensiva?
¿Debe permitir la residencia esta práctica como protocolo excepcional, o prohibirla por sistema?
¿Quién debe tomar la decisión en estos casos: el médico, la auxiliar que conoce al residente, la dirección?
¿Mentir con buena intención es siempre un acto de protección… o una pendiente resbaladiza?
Autor del texto Josep de Martí Vallés. Jurista y Gerontólogo. Fundador de Inforesidencias.
Síguele el Linkedin: https://www.linkedin.com/mynetwork/discovery-see-all/?usecase=PEOPLE_FOLLOWS&followMember=josep-de-marti-valles
Para la corrección del texto se ha utilizado Inteligencia Artificial como apoyo.