La segregación de usuarios en centros residenciales o de atención por tipo de dependencia —física versus psíquica— es una práctica que ha generado debates tanto éticos como funcionales.
Su idoneidad depende de múltiples factores: las necesidades reales de los usuarios, los objetivos del centro, el modelo de atención aplicado y los recursos disponibles.
Idoneidad de la segregación
En términos generales, la segregación puede ser adecuada cuando se persigue ofrecer una atención más especializada, adaptada a las particularidades de cada grupo. Las personas con dependencia física suelen requerir apoyos relacionados con la movilidad, asistencia en actividades básicas (aseo, alimentación, cambios posturales), mientras que las personas con dependencia psíquica (trastornos cognitivos, demencias, trastornos conductuales) pueden necesitar un entorno más estructurado, con protocolos específicos para prevenir alteraciones conductuales o desorientación.
Separar ambos perfiles permite al centro diseñar programas asistenciales diferenciados y establecer rutinas y actividades ajustadas a las capacidades cognitivas o físicas de los residentes. Asimismo, facilita la formación y asignación de personal especializado: por ejemplo, profesionales con competencias en salud mental, terapias de estimulación cognitiva o contención emocional para el área psíquica, y auxiliares con mayor dominio en técnicas de movilización o fisioterapia para el área física.
Inconvenientes y riesgo de uso inadecuado
No obstante, una aplicación inadecuada o rígida de esta segregación puede derivar en consecuencias negativas. La separación excesiva puede fomentar el aislamiento social, la estigmatización y una pérdida del sentido comunitario. En centros donde la atención se basa en el modelo de atención centrado en la persona (ACP), la integración es vista como una herramienta positiva para mantener entornos inclusivos y fomentar la interacción social entre personas con diferentes niveles de capacidad.
Además, las personas con dependencia física también pueden presentar deterioro cognitivo y viceversa, lo que hace que la clasificación estricta sea muchas veces artificial y contraproducente. Por ello, una evaluación individualizada, más allá de etiquetas diagnósticas, es esencial para determinar el entorno más adecuado para cada usuario.
Repercusiones en el personal
Desde el punto de vista del personal, la segregación puede mejorar la eficiencia organizativa, ya que permite diseñar turnos, ratios y perfiles profesionales más ajustados a las necesidades reales de los usuarios. Sin embargo, también puede generar fragmentación en los equipos y menor polivalencia, al especializar demasiado al personal en un solo tipo de atención. Esto puede limitar su desarrollo profesional y reducir la flexibilidad ante cambios en la configuración del centro o la evolución del perfil de los usuarios.
La gestión emocional también cambia: los trabajadores en áreas de dependencia psíquica pueden verse más expuestos al estrés derivado de situaciones conductuales complejas, mientras que los que trabajan en áreas físicas pueden enfrentarse a mayores exigencias físicas. En este contexto, es vital reforzar la formación continua, la supervisión y los espacios de autocuidado profesional.
Implicaciones arquitectónicas
Desde el punto de vista arquitectónico, la segregación implica un diseño diferenciado de espacios. Las unidades de personas con deterioro cognitivo deben contar con recorridos circulares, señalización visual clara, control de accesos para evitar fugas, iluminación suave y materiales que reduzcan la sobreestimulación. En cambio, las unidades para personas con movilidad reducida requieren mayor accesibilidad, anchos de paso, ayudas técnicas y adaptaciones que faciliten el desplazamiento con sillas de ruedas o grúas.
Sin embargo, si la segregación no se planifica desde el inicio del proyecto arquitectónico, puede resultar en reformas costosas o en espacios no adecuados a las necesidades reales. Por ello, es fundamental que los proyectos arquitectónicos partan de una visión clara del modelo de atención que se va a implementar, contemplando la posibilidad de flexibilidad y modularidad.
Conclusión
La segregación por tipo de dependencia puede ser útil si se aplica con criterios técnicos y éticos, centrada en mejorar la calidad asistencial. No obstante, su aplicación rígida puede ir en detrimento de la atención integral y personalizada. El equilibrio entre especialización e integración, el diseño arquitectónico funcional y la gestión adecuada del personal son claves para que esta práctica sea verdaderamente beneficiosa para todos los actores implicados.