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Defendiendo la equidistancia: cuando la virtud también está en el medio

Por Alejandro Gómez Ordoki
miércoles 16 de octubre de 2024, 14:19h
Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales.
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Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales. (Foto: JC)

El sector geroasistencial está enzarzado en tales discrepancias filosóficas que la interacción entre distintos comienza a reproducirse en términos bíblicos de “si no estás conmigo, estás contra mí”. Diría, incluso, que esta dinámica polarizada es una imagen más de la fractura -si no estrategia- sociopolítica en la que vivimos diariamente. A mi entender, de esta red tejida con hilos del “cuanto peor, mejor” y nudos de “a río revuelto, ganancia de pescadores” tampoco escapa el ámbito de los cuidados a personas mayores dependientes.

Eso de tomar partido, casi irremediablemente, se ha convertido para ciertas ideologías de lo correcto -según sus particulares percepciones de la realidad, naturalmente- en el único y exclusivo motor del cambio, transformación, transición, metamorfosis, mutación o cuantos calificativos queramos imaginar para identificar la dinámica a seguir hasta definir un nuevo paradigma de atención y cuidados. En esa tensión permanente entre fuerzas contrarias, de filias y fobias, quienes vean los extremos con cierta equidistancia porque, como afirmaba Aristóteles, “la virtud está en el medio”, tal vez nunca se constituyan en alternativa de nada o de casi nada.

Poco a poco, los extremos pretenden redefinir el medio y, de paso, obligar a que las administraciones y agentes sociales alineen sus sensibilidades conforme a un discurso monocorde sin otra cabida que lo políticamente correcto o, más bien, la moda imperante. Ir a contracorriente es aventurarse a que determinadas voces no produzcan ningún eco en un sector que solo parece detectar aquellas ondas relacionadas con ciertos enfoques.

El ejemplo más paradigmático de esta tendencia a la escucha selectiva no es otro que el fallido “acuerdo Belarra” en la medida que, hasta el momento, solamente la Comunidad Valenciana (Decreto 27/2023, a día de hoy en estado de revisión) y la Comunidad Foral de Navarra (Decreto Foral 38/2023) lo han refrendado con una nueva normativa. Esperemos que estas iniciativas no supongan aquello de que “cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. Porque los requisitos de acreditación del referido acuerdo, con los actuales niveles de financiación pública, se antojan inalcanzables para muchas comunidades autónomas.

Cuando lo dogmático prevalece sobre lo empírico se corre el riesgo de que lo teórico se imponga a las posibilidades prácticas y, así, públicamente se prometa bastante más de lo objetivamente alcanzable. Pero no nos preocupemos demasiado. La responsabilidad por el incumplimiento de la promesa terminará en cuanto se active el mecanismo del “donde dije digo, digo Diego”. Y añado una nueva reacción en la estrategia de patada y adelante: “a otra cosa, mariposa”.

Quienes deambulamos por ese limbo crítico y equidistante, somos tan prácticos como teóricos y tan teóricos como prácticos. No nos queda otra opción si queremos seguir dando una respuesta adecuada a las expectativas de personas usuarias con muchos gustos y más colores. En nuestro ánimo por ser receptivos y permeables en la mejora, todo nos vale; como gestores directos, nada nos sirve si no toca tierra y viaja por la estratosfera en la nave ceteris paribus (por ejemplo, cuando hablamos de los efectos positivos de la personalización sobre la calidad percibida y no cambia la disponibilidad de algunos recursos como la ratio de personal o los modelos organizativos).

Sabemos a ciencia cierta y escarmiento diario que no todo es tan fácil como aparenta ser para según quién. Y, desde luego, sabemos perfectamente que casi “nada es blanco o negro”. Nuestra experiencia “a pie de obra” nos alerta de los peligros de “tragar con ruedas de molino”, especialmente cuando nos instan a implementar modelos septentrionales a precios meridionales, proponiendo sin sutilezas que los operadores pueden “dar duros a cuatro pesetas”.

Kant, el filósofo de la razón, defendía que “la experiencia sin teoría es ciega pero la teoría sin experiencia es simple juego intelectual”. Los del medio somos conscientes de encontrarnos tan lejos del extremo izquierdo (por ejemplo, cuando se delega la definición de ratios en agentes no versados en las necesidades específicas de cada nivel o grado de dependencia) como del extremo derecho (por ejemplo, cuando se delega la definición de ratios en agentes sin conocimiento de campo en el cuidado directo).

No obstante, al parecer, el pensamiento disyuntivo del blanco o negro es lo que podría guiarnos en el nuevo rumbo, más allá de la riquísima paleta de tonalidades grises que hemos construido en las últimas décadas. Un blanco o negro que produce una niebla tan intensa, y paradójicamente tan gris, que apenas permite vislumbrar nada más allá de los discursos enfrentados.

Desde hace un tiempo, el sector vive en un contexto de yin y yang, como si el avance en la mejora de la atención dependiera únicamente de una u otra alternativa. Así, con cierta frecuencia y mayor interés, surgen debates querenciosos para demostrar que la evolución es unidireccional a través de unas sendas concretas y no otras: los perjuicios de una supuesta institucionalización frente a los beneficios de una estrategia estatal de desinstitucionalización; la permanencia en el domicilio -no siempre con red sociofamiliar e intensidad suficientes, aun cuando se cuente con PECEF y/o PEAP complementarias- como principal recurso de futuro; lo público como garantía de calidad en contraste con lo privado como garantía de lucro; la perspectiva social-económica (la gestión racional al servicio de la mirada social) en contraposición a la perspectiva económica-social (lo social sometido a criterios economicistas); o, para finalizar, las residencias distribuidas en unidades de convivencia como solución magistral de futuro porque las residencias “tradicionales” son incapaces de producir valor añadido.

Para superar la dicotomía blanco-negro, tal vez debiéramos ser más equidistantes que extremistas y aceptar el hecho de que “la única manera de tener buenas ideas es tener muchas ideas y descartar las malas” (Pauling).

En mi opinión, esta dinámica de perspectivas contrapuestas no favorece una mecánica de vasos comunicantes para avanzar de modo sinérgico, homogéneo y acompasado. Al contrario, se proponen reformas disruptivas que muy probablemente no sirvan para resolver el gran reto de futuro: originar más plazas, y en recursos diversos aún no imaginados, para los cuidados de larga duración -por efecto irremediable del aluvión demográfico del babyboom-, con una cantidad de mano de obra progresivamente menor que podría hacer tambalear las bases sobre las que se asienta el sistema de protección social.

Queramos o no, guste más o menos a ciertos extremos del espectro ideológico de lo asistencial, el problema también es financiero (presupuesto público destinado al cuidado como porcentaje mínimo sobre el PIB) y, por supuesto, de eficiencia en la gestión de recursos limitados (capacidad para producir más con menos o, al menos, más con lo mismo). Los equidistantes consideramos que la ciencia económica es tan parte de la solución como la ética, la moral, la tecnología o la innovación. Ya lo hemos adelantado: bebemos de todas las fuentes porque de todas las fuentes brota agua potable para alimentar un cuidado posibilista (integración de distintas ramas del conocimiento para traccionar el cambio en clave de promesas cumplibles alejadas de brindis al sol).

En las condiciones de tormenta perfecta (mucha demanda y escaso potencial de producción), los equidistantes también caminamos sobre las claves del futuro (personalización, nuevas arquitecturas, autonomía versus heteronomía o estilo del cuidado capaz de combatir la soledad, el aburrimiento y la inutilidad), pero lo hacemos calzando los zapatos de la prudencia porque creemos que “los cautos rara vez se equivocan” (Confucio). La suela, aquello que nos conecta con la realidad que pisamos, está compuesta por conceptos como productividad, eficiencia, financiación pública, copago privado, precio y, por supuesto, análisis de coste-efectividad (no confundir con coste-beneficio, una perspectiva economicista alejada del necesario valor social que debemos atribuir al cuidado en las sociedades desarrolladas).

Por cierto, unas variables que apenas se tratan en el diseño del futuro paradigma residencial porque eso supondría “poner los puntos sobre las íes” para no contemporizar con el discurso de lo políticamente correcto. En esto, los equidistantes nos alineamos, convencidos, con mi amigo Josep de Martí cuando pregunta si las administraciones conocen el Excel de las residencias.

¡Ay de los equidistantes!

No sé si somos tantos como creo o solo somos una minoría irrelevante condenada a la extinción. Pero, en todo caso, confío en nuestra capacidad de adaptación y resiliencia para seguir consolidando un sector en permanente consolidación. Se trata de evolucionar y no de revolucionar con tácticas de rompe y rasga. Una evolución que, de una vez por todas, tiene que pensar en el largo plazo más allá del 2030 y de los 65 años como umbral de la tercera edad. Esta frontera no es válida para los babyboomers, la verdadera cohorte demográfica que determinará un nuevo punto de inflexión. La tan manida cogobernanza para decidir con y no por los demás tiene una oportunidad pintiparada para hacerse, por fin, realidad.

En 2050 sabremos si, como decía Quevedo, “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”.

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