Hoy quería hablar de eso que todo el mundo dice que tiene por objetivo en la vida: ser feliz. Pero la felicidad en la vejez (o cuando nos hacemos mayores, si prefieren decirlo así) es un tema que a menudo genera encendidos debates, especialmente si, además, se vive en un centro residencial. ¿Puede ser feliz una persona mayor que vive en una residencia?
Muchas personas ven la entrada en una residencia como el final de una etapa. Pero, ¿y si en realidad fuese el inicio de una nueva oportunidad para ser feliz?
Con la percha del Día Internacional de la Felicidad, que se ha celebrado recientementeo, aprovecho para reflexionar sobre cómo pueden sentirse las personas mayores en las residencias y qué factores influyen en su bienestar emocional. Mostrándome absolutamente contrario a la creencia popular de que una residencia es sinónimo de soledad o abandono, la realidad es que muchas personas mayores encuentran en ellas un entorno enriquecedor, seguro y socialmente activo que les permite disfrutar de su día a día con plenitud.
Así que, como avisé en el título de esta tribuna de opinión, sí, se puede ser feliz en una residencia.
Pero lo argumento porque, además de que me lo han dicho personalmente muchos residentes y sus familiares, uno de los principales pilares de la felicidad en una residencia es la socialización. La convivencia con personas de su misma generación, con quienes comparten recuerdos, experiencias y gustos. Esto, indudablemente, ayuda a combatir la soledad y fomenta una sensación de pertenencia y comunidad.
Siempre habrá quien diga que no se puede generalizar... Pues yo también lo digo, pero a menudo, en sus hogares anteriores, las personas mayores pasaban muchas horas en soledad, mientras que en una residencia pueden compartir su tiempo con amigos y compañeros. Y aunque se sea de pocas palabras, alegra tener personas alrededor.
Hay que dar esa importancia especial a la soledad no deseada, ya saben, esa sensación de aislamiento y falta de conexión social que una persona experimenta cuando anhela compañía, pero no la tiene. No depende solo de estar físicamente solo, sino de la ausencia de relaciones significativas y apoyo emocional, y aunque puede afectar a cualquier edad es especialmente común en personas mayores, aumentando el riesgo de depresión y problemas de salud.
Se pueden imaginar que factores como la pérdida de seres queridos, la movilidad reducida o la falta de interacción social pueden agravarla. Por eso, combatirla implica fomentar espacios de convivencia, redes de apoyo y oportunidades para la socialización y el bienestar emocional.
Otro aspecto fundamental es la seguridad y la tranquilidad que aporta estar en un entorno donde sus necesidades están cubiertas. La atención médica constante, la alimentación equilibrada y la posibilidad de contar con asistencia en todo momento les otorgan una calidad de vida que, en muchos casos, sería difícil de mantener en solitario. Esta tranquilidad no solo beneficia a la persona mayor, sino también a sus familiares, quienes saben que sus seres queridos están bien atendidos.
¿Hace falta explicar que todo esto en muchos casos es imposible y siempre resultará muy caro para cualquier bolsillo?
Pero continúo con otro factor que puede hacer feliz a alguien que vive en una residencia: la actividad física y mental también juega un papel esencial en la búsqueda de la ansiada felicidad. En las residencias se promueven actividades de estimulación cognitiva, talleres de manualidades, sesiones de ejercicio adaptado y actividades lúdicas que mantienen la mente y el cuerpo activos. Esto no solo ayuda a prevenir el deterioro físico y cognitivo, sino que también brinda momentos de disfrute y satisfacción personal.
Igualmente, el factor emocional es otro de los grandes aliados de la felicidad en una residencia. Contar con profesionales y cuidadores que les brindan atención, respeto y cariño es fundamental para su bienestar. Nadie duda de que cualquiera prefiere tener a un hijo, hija, hermano, nieto o sobrino de visita todos los días, pero también saben que eso es muy difícil. Hay que tener en cuenta entonces que la empatía y el trato humano que reciben los usuarios en estos centros generan un ambiente afectivo donde se sienten valorados y acompañados.
Por último, es importante destacar que la felicidad en una residencia también depende de la actitud con la que se afronte esta etapa. ¡Ay la actitud, qué importante! Porque quienes la ven como una oportunidad para seguir aprendiendo, disfrutando y compartiendo suelen adaptarse mejor y aprovechar todas las posibilidades que el centro les ofrece.
No me enrollo más, la felicidad en la vejez no es una utopía, y una residencia de mayores puede ser, sin duda, un buen escenario para alcanzarla. Socialización, seguridad, actividad, atención y afecto son solo algunos de los elementos que contribuyen a que las personas mayores disfruten de una vida plena en esta etapa.
Lo importante es entender que la felicidad no depende del lugar donde se viva, sino de cómo se viva cada día.
Javier Cámara es periodista, master en Gerontología Social y director de Dependencia.info
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