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Cohousing senior. ¿Es una amenaza para las residencias de personas mayores?

Por Josep de Martí
miércoles 08 de junio de 2022, 00:09h
Josep de Martí, director de Inforesidencias.com
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Josep de Martí, director de Inforesidencias.com (Foto: Dependencia.info)

Algo que he aprendido con los viajes que organizamos en Inforesidencias.com (por cierto, en Septiembre de 2022 tenemos programado uno a Alemania en el que visitaremos el famoso modelo “Oasis de Atención”) es que, a diferencia de España, es posible que en un país existan diferentes modelos de centro y atención. En nuestro país existe un casi “monocultivo” de residencias para personas mayores dependientes. Sí existen algunas residencias “de válidos” y algunos apartamentos con servicios o tutelados, pero son tan pocos que resulta difícil considerarlos como categoría.

Lo mismo sucede con el cohousing senior, también conocido como covivienda, vivienda colaborativa e incluso coliving. Existen muy pocas comunidades en funcionamiento (menos de 20) y aun así, tienen una gran presencia mediática y, para muchos, representan “el futuro”.

Lo sorprendente del cohousing senior es que cada vez que alguien habla de él en los medios lo ve como un sustituto a la residencia o como algo que va a hacer cambiar de opinión a gente que, de no existir esta figura, hubiese acabado ingresando en una.

En el diario ABC del 6 de junio, sin ir más lejos, leo un interesante artículo titulado “El cohousing despega como alternativa a las residencias de mayores”. El 17 de septiembre de 2021 en El Pais titulaban “La vivienda colaborativa, un modelo alternativo al residencial para mayores”. En La Vanguardia, hace algo más de tiempo, leímos "Las viviendas colaborativas, que combinan espacios privados con zonas de uso compartido, emergen como alternativa a las residencias".

Como tengo la suerte de haber visitado residencias y cohousings en diferentes países (he estado en viviendas colaborativas en Alemania, Austria, Dinamarca, España, Finlandia, Noruega y Suecia), creo de verdad que plantearlas como una alternativa es una aproximación errónea.

Tal como lo veo, la clave es demográfica, social y económica. La tendencia actual nos lleva a un mundo en el que cada vez va a haber más personas mayores, más diversas y más dispuestas a tomar por sí mismas sus decisiones. Como parte de esa diversidad, una parte de las personas mayores va a ser pobre, subsistiendo con pensiones menguantes, mientras otra va a tener una vida muy acomodada con inmuebles sin cargas y disfrutando de los ahorros e inversiones que hayan acumulado durante su vida laboral.

Vamos hacia un mundo en el que la “familia tradicional” (una pareja de personas mayores que lleva casada muchos años y que ha tenido hijos y nietos dentro de ese matrimonio, descendientes con los que mantienen relaciones de afecto y apoyo mutuo) será una más de las realidades existentes, conviviendo con miles de personas mayores que no habrán tenido hijos o que los habrán tenido con parejas sucesivas. Si hasta ahora hablamos de que existe un “envejecimiento urbano y otro rural” con características propias, vayámonos preparando para cuando aparezcan nuevas tipologías hasta hoy ni pensadas. En ese mundo, las tres plagas de las que habla el geriatra Bill Thomas: soledad, aburrimiento y sentimiento de inutilidad, se extenderán entre un creciente número de personas de todas las edades.

Así como las residencias para personas mayores, en su inmensa mayoría, dan respuesta a una situación que mezcla dependencia y cronicidad, quienes conozco que viven en cohousings suelen tener en común un elemento de “filosofía de vida” en el que factores como “lo comunitario” y la cooperación tienen mucha relevancia. Quien elige vivir en una comunidad de vivienda colaborativa suele querer vivir con otras personas con las que esté de acuerdo en muchas cosas. Por eso, no es extraño que se agrupen personas preocupadas por el medio ambiente o por la especulación inmobiliaria, por ejemplo.

Hago aquí un inciso conceptual: aunque no hay definiciones establecidas definitivamente y cada uno hace el uso de la palabra un poco como le viene bien, yo hablaría de cohousing cuando hay una comunidad en la que en un inmueble existen unos espacios privativos para cada miembro (los apartamentos); unos espacios comunes amplios; unas actividades de vida que se hacen en comunidad; un funcionamiento de la comunidad basado en la participación democrática y el apoyo mutuo y, por último, una forma jurídica diferente a la propiedad tradicional de inmuebles, normalmente con forma cooperativa en la que los miembros son socios cooperativistas, o sea, no son dueños de su apartamento sino que tienen una parte del todo que les da derecho a usar el apartamento. El cohousing normalmente nace a partir de un grupo promotor formado por los primeros miembros que vivirán allí cuando se construya.

Existe algo parecido que podríamos llamar coliving, que en apariencia es igual al cohousing aunque con otras características. También hay apartamentos y espacios comunes amplios, aunque lo más seguro es que haya un promotor que construye el edificio y alquila los apartamentos con acceso a una serie de servicios y con alguna forma de participación de los clientes en la toma de decisiones.

Como hay tanta variedad es difícil poner nombre a cada realidad. Lo que queda claro es que el “cohousing” sería más una forma de vida y el “coliving” más una forma de vivienda. Para complicar más las cosas existen modelos pensados para todas las edades, otros sólo para mayores y aún otros con características propias (por ejemplo, promovidos por personas que tienen algo en común como su orientación sexual o identidad de género).

Viendo estas definiciones y pensando en qué se necesita para poder llegar a vivir en uno de esos modelos de vida o vivienda, queda claro que hay que tener una capacidad económica y cognitiva. Hay que querer vivir de una forma diferente a la mayoritaria, hay que poder tomar la decisión y hay que poder pagar. No olvidemos que entrar en un cohousing puede suponer hacer un desembolso de 150.000 euros, una parte de los cuales se puede recuperar al dejar de vivir allí, más una cuota mensual que rondará los 1.000.

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Entiendo que el punto en el que los cohousings, si llegan a extenderse mucho, pueden llegar a suponer una amenaza para el modelo de negocio de las residencias de mayores privadas, sería aquél en el que alguien que vive en una vivienda colaborativa pierde capacidad cognitiva o se convierte en gran dependiente. Si los cohousings del futuro son capaces de prestar servicios a sus miembros en forma de Ayuda a Domicilio avanzada combinándola con un “apoyo de la propia comunidad” de forma que no tengan que irse a otro sitio, entonces quizás la preocupación podría tener justificación. Yo sigo creyendo que no.

En primer lugar, por la tendencia demográfica. Hoy el 20% de los habitantes de España tienen más de 65 años. Dentro de unos años habremos superado esa edad más del 30%. En una España tan envejecida, incluso si un 10% de los mayores viviesen en cohousing (algo totalmente impensable) y un 10% de los mismos fuesen grandes dependientes; sólo con el resto de las personas mayores dependientes y con enfermedades crónicas habría más demanda de la que la oferta existente podrá absorber.

Es lógico que los cohousings senior se construyan teniendo en cuenta que el envejecimiento traerá consigo dependencia y que ésta deberá ser afrontada. He visto algunos que reservan una o varias “habitaciones de enfermería”, también he visto como se han organizado para atender a algún conviviente que vive con demencia. Lo que nunca he visto es un cohousing en el que más de unos pocos convivientes sean grandes dependientes.

El hecho probado de que la posibilidad de ser dependiente se incremente con la edad hace que muchos de los proyectos de cohousing nazcan con una bomba de relojería haciendo tic-tac en su interior. Me refiero a la edad de los promotores.

Para que un proyecto, pongamos de 80 apartamentos, funcione bien a lo largo del tiempo, lo ideal sería que al empezar unos 30 promotores tuviesen entre 55 y 65 años, unos 30 entre 65 y 75 y nunca más de una veintena superasen esa edad. Más que nada para que, con el tiempo, se fuesen produciendo bajas y nuevas incorporaciones de una forma ordenada.

Lo cierto es que en algunos proyectos casi todos los promotores se sitúan en la misma franja de edad con lo que, cuando lleguen a una edad en la que la posibilidad de ser gran dependiente sea preocupante, la dependencia se manifestará en muchos de ellos a la vez.

A pesar de esto último, creo que el modelo de cohousing/coliving tiene una buena perspectiva por delante. Mucha gente mayor (quizás un 2-3%) querrán y podrán optar por esa forma de vida. Además, estoy seguro de que en los próximos años vamos a ver el surgimiento de otras formas de vida que darán respuesta a la creciente diversidad que he mencionado antes. Algunas pueden nacer con una intención clara de sustituir a las residencias. Y aun así, el tremendo aumento en el número y proporción de personas mayores hará que “la residencia como recurso para los más dependientes” seguirá existiendo y que el problema para los propietarios y gestores no será la falta de usuarios sino la de personal.

Pero eso es otra historia.

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