El 15 de junio se ha conmemorado en todo el mundo el día internacional contra el maltrato a las personas mayores, que oficialmente se llama “Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez” (página web de la ONU).
En la medida en que el envejecimiento de la población ha dejado de ser algo exclusivo del autodenominado “primer mundo” y se ha extendido a casi todo el planeta, es algo muy positivo que se quiera afrontar la situación de vulnerabilidad en que se encuentra la parte de más edad de la población.
Los medios de comunicación se han puesto por la labor de difundir las efemérides y llevamos unos días leyendo estadísticas varias que nos dicen que una de cada seis personas mayores ha sufrido algún tipo de abuso durante el último año. Como, según esos estudios, sólo se denuncian uno de cada 24 casos de abuso, la situación es mucho más grave de lo que nos parece.
Saber qué es exactamente maltrato o abuso resulta peliagudo, ya que, junto con los más obvios como el físico, hay otros que pueden tener matices más sutiles, como el psicológico o el económico. Recuerdo que en una guía de actuación sobre el maltrato que editó el IMSERSO hace unos años, cuando preguntaban a los propios mayores qué consideraban maltrato, muchos citaban al médico cuando les dice que cualquier achaque es debido a la edad.
No sé si resulta casual, pero cuando en un artículo o programa de radio se empieza a hablar de maltrato a mayores, en seguida hay alguien que pone encima de la mesa a las residencias, por supuesto en términos poco favorables. Según quien sea el escritor o hablador, se genera la imagen de las residencias como lugares de despersonalización, aislamiento y, en definitiva, maltrato.
Me pregunto: ¿Se ajusta a la realidad el considerar de forma general a las residencias como lugares que propician el maltrato?
Lo planteo porque en España menos del 4% de las personas mayores viven en residencias, una cifra que a nivel mundial sería mucho más baja. Además, hay estudios que destacan que el 72% de los mayores víctimas de maltrato conviven con su agresor, y que la violencia contra mayores suele ser algo que se ejerce en el ámbito doméstico (en el 30% de los casos el maltratador es la propia pareja). Así como los entornos familiares pueden ser cerrados, las residencias son centros abiertos donde trabajan profesionales, se reciben visitas de familiares y las inspecciones públicas son realidades periódicas.
Por eso, creo que un entorno residencial es menos propicio al maltrato/abuso, aunque quizás más a algo menos intenso, pero que puede ser vivido de forma negativa: la vida institucional. Me refiero a la incomodidad de vivir según unos horarios que no coinciden con los que se tenían antes del ingreso o la imposibilidad de elegir muchas cosas que se elegían antes de ir a vivir a una residencia.
Me costaría mucho definir como maltrato esa adaptación obligatoria y, aún así, muchas residencias llevan unos años tratando de evitar que los residentes puedan sentir que la residencia les impone un trato inadecuado. Quizás sea ese anhelo una de las causas de la eclosión de la filosofía de Atención Centrada en la Persona (ACP) o a la racionalización y reducción del uso de contenciones.
Hay un pequeño caso práctico que utilizo a los alumnos en algunas de mis clases que creo puede ayudarme a seguir:
“Tienes ochenta y seis años, estás algo delicado, tus familiares te han animado y convencido para que ingreses en la residencia y ahora estás a solas conmigo, el director del centro. Me acerco a ti y te planteo un dilema:
Te doy dos opciones y necesariamente tienes que escoger una: ¿Prefieres que ahora mismo te dé un fuerte puñetazo en el ojo o que te diga que vas a compartir habitación con alguien que sufre demencia, que grita por las noches, que se arranca el pañal y que siempre que pueda, tocará tus cosas?”.
La situación es ridícula, el dilema increíble, pero una vez hemos aceptado que estamos en el “mundo de los casos prácticos” emerge la reflexión buscada: Todos estaríamos de acuerdo con que un puñetazo sería una forma de maltrato, sin embargo, la forma de asignar las habitaciones dobles en una residencia, en principio algo inocuo, puede ser vivido por el residente como peor que la agresión.
Esta ficción sirve para plantearse la siguiente pregunta: ¿Puede haber aspectos de la residencia que nosotros consideremos como normales que puedan ser vividos como inadecuados por parte de los residentes?
Insisto en lo de “ser vividos” como inadecuados ya que lo que resulta capital es intentar ver la situación con los ojos del residente.
Tras plantear el caso, en la mayor parte de cursos se piensa en situaciones, formas de hacer las cosas y de cuidar que nos parecen correctas por parte de la organización del centro aunque quizás no para los residentes. Creo que una buena parte del sector de las residencias se está planteando mejorar los servicios y la experiencia de atención que vive el residente y lo que está consiguiendo es disminuir el trato inadecuado.
Cuando hablamos de “maltrato” o “abuso”, muchos estamos pensando en el puñetazo, el expolio o la humillación a que alguien más fuerte puede someter a una persona mayor. Creo que de eso hay muy poco en las residencias. De lo que hay mucho más es de iniciativas que buscan que la persona mayor esté en su casa cuando viva en una residencia, que pueda elegir cuanto más posible y que su entorno sea humano y significativo.
Estaría bien que el día del maltrato del año que viene destacásemos lo mucho que se hace en las residencias y lo mejor que son ahora que hace veinte años.