La deshidratación es una complicación frecuente que puede ser la causa oculta de una infección urinaria, estreñimiento, confusión o incluso de un ingreso hospitalario.
En personas mayores, y especialmente en quienes presentan disfagia, garantizar una hidratación adecuada y segura es una prioridad, y en muchos casos un desafío, que requiere atención constante y un abordaje bien estructurado.
A nadie le sorprende ver que muchas personas mayores beben poco. Lo damos casi por hecho. Pero que sea habitual no significa que no sea grave. La percepción de la sed disminuye con la edad y la sensación de saciedad es precoz. Si a esto se suman problemas de movilidad, deterioro cognitivo, miedo a la incontinencia y un largo etcétera, es fácil entender por qué tanta gente mayor acaba bebiendo menos de lo que necesita, aumentando el riesgo de deshidratación.
“Las personas de edad avanzada beben menos, y con poco cantidad, se sacian antes”
Además, no hablamos sólo de personas con enfermedades graves; muchos adultos mayores toman diuréticos, laxantes o fármacos que alteran el equilibrio hidroelectrolítico, y donde los cambios fisiológicos propios del envejecimiento ya suponen un riesgo añadido.
Aunque las necesidades pueden variar, se estima que una persona mayor requiere entre 2 - 2,5 litros de líquidos al día, lo que equivale a unos 8–12 vasos de agua, para mantener un equilibrio hídrico adecuado.
Este cálculo puede orientarse en base al peso corporal (30–35?ml por kg peso y día) o según la ingesta energética (1–1,5?ml por kcal), y puede aumentar en situaciones específicas como fiebre, sudoración o tratamiento con determinados medicamentos.
Pero si hay una condición que complica aún más esta ecuación es, sin duda, la disfagia. La dificultad para tragar líquidos no siempre se detecta con facilidad, sobre todo en personas mayores donde se producen aspiraciones silentes o donde adaptan su conducta sin que el entorno lo perciba.
A menudo, es el propio temor a atragantarse (por parte del paciente o de quienes le cuidan) lo que lleva a una reducción voluntaria de la ingesta hídrica. Y si bien existen métodos estandarizados para adaptar los líquidos, su implementación diaria puede verse condicionada por múltiples factores: disponibilidad de productos adecuados, aceptación del paciente, tiempo del personal, etc.
Aquí es donde debemos actuar como equipo multidisciplinar. Porque no basta con pautar “líquidos espesados”: es necesario asegurar que se preparan y se administran correctamente, que el paciente los acepta, y que se adaptan a su nivel real de disfagia.
Los efectos de una deshidratación leve, en no pocas ocasiones, pueden pasar desapercibidos; confusión mental, dolor de cabeza, hipotensión, irritabilidad e insuficiencia renal, son algunas de las posibles consecuencias.
En pacientes con disfagia, el riesgo es doble: por un lado, la ingesta se reduce; y por otro, las opciones disponibles no siempre son seguras ni apetecibles. Se genera pues en un círculo vicioso que compromete progresivamente la seguridad, calidad de vida y la autonomía de la persona.
“La hidratación no es sólo dar agua: es adaptarla a las necesidades reales de quien la recibe y buscar una hidratación placentera”.
Un error que seguimos viendo en muchas residencias, hospitales y domicilios es el uso de gelatinas comerciales de postre como si fueran una opción válida de hidratación para personas con disfagia. Pero no lo son.
Estas gelatinas, aunque puedan parecer adecuadas, no cumplen con los estándares de textura ni viscosidad que requiere una intervención segura en disfagia. Su composición, su comportamiento en boca y su inestabilidad a temperatura ambiente, las hacen inadecuadas. Además, su aporte de azúcares es elevado. No se trata de un líquido adaptado, y su textura y falta de cohesividad, no ofrece garantías de seguridad frente al riesgo de aspiración.
Por suerte, hoy disponemos de aguas gelificadas específicamente diseñadas para personas con disfagia. En estos productos, (lejos de ser una “gelatina”), se incorporan gomas como agente espesante, lo que ofrece una textura homogénea y uniforme y una viscosidad estable, reduciendo el riesgo de aspiración y mejorando la seguridad clínica.
Además, su presentación en envases individuales listos para consumir facilita su incorporación en rutinas de cuidado, tanto en centros como en domicilios. También, la variedad de sabores disponibles favorece la aceptación y adherencia por parte del paciente, un aspecto clave para mantener una hidratación adecuada en el tiempo.
“No debemos olvidarnos que beber, refrescarnos y sentirnos hidratados, también es un placer, y a nadie nos gustaría renunciar a él”.
En este contexto, desde Campofrío Healthcare hemos desarrollado una gama de aguas gelificadas adaptadas a estas necesidades, con diferentes niveles de viscosidad (niveles 3 y 4) según la escala de IDSSI (marco de referencia internacional diseñado para estandarizar consistencias de alimentos y espesor de los líquidos), para disfagias más o menos severas.
Se trata de un producto pensado no sólo para cumplir con los estándares de seguridad, sino también para integrarse de forma realista en la práctica diaria de enfermería, auxiliares, logopedas, nutricionistas y cuidadores. Están listas para tomar, con textura homogénea y uniforme y sin necesidad de preparación adicional, lo que minimiza errores y ahorra tiempo.
Estas soluciones con un 97% de agua en su composición, ayudan a mejorar la hidratación del paciente y hacen más fácil el trabajo diario de cuidadores y familiares, tanto en centros como en el domicilio.
Garantizar una buena hidratación en personas mayores, y más aún en quienes tienen dificultades para tragar, no es una tarea compleja, pero sí requiere constancia, observación y herramientas adecuadas. Revisar lo que ofrecemos, cómo lo ofrecemos y comprobar si realmente es eficaz, es un paso sencillo que puede mejorar su día a día.
Para conocer las referencias de productos ya adaptados y listos para su uso, puedes consultar las opciones disponibles en Campofrío Healthcare.