Destacó un sistema de atención a la dependencia basado en puntos, que permite a las personas mayores acceder a servicios según su nivel de necesidad.
Durante nuestro viaje geroasistencial a Japón en mayo-junio de 2025, recibimos muchas impresiones: robots sociales que fomentan la comunicación, bañeras futuristas, jardines diseñados con sensibilidad zen… Pero entre todos esos estímulos, hubo un papel impreso, una simple tabla, que me hizo detenerme de verdad. No era un folleto publicitario ni un documento oficial con membrete ministerial.
Era una tabla plastificada, pegada a la pared de un despacho en el centro Sasarindo, en Kamakura del que todos los asistentes recibimos una copia. Una tabla que, con frialdad y precisión nipona, explicaba, “desde una perspectiva Excel” cómo funciona el sistema de atención a la dependencia del país. Una tabla que ilustraba, como pocas cosas lo hacen, la existencia de un sistema.

Porque, no nos engañemos: muchas veces hablamos de “sistemas” cuando lo que hay es una serie de prácticas más o menos ordenadas, más o menos universales, que sobreviven a base de parches. Pero lo que vimos en Japón era otra cosa. Allí, la atención a las personas mayores dependientes se articula en torno al Kaigo Hoken, un seguro público que cubre servicios asistenciales según el grado de necesidad. Un sistema que no se mide en euros ni en horas de atención, sino en puntos.
Así, en Japón, Cuando una persona mayor empieza a necesitar ayuda para levantarse, vestirse o recordar qué día es, puede solicitar una evaluación pública. Si se confirma que necesita apoyos, se le asigna uno de los cinco niveles de atención reconocidos: “Support Level 1 o 2” (necesidades leves) o “Care Level 1 a 5” (desde necesidad moderada hasta dependencia total). Esta clasificación no es simbólica: conlleva un número exacto de puntos que esa persona puede utilizar cada mes para pagar servicios autorizados.
Por ejemplo, una persona clasificada como “Care Level 4” recibe un crédito mensual de 30.938 puntos. Y una con “Care Level 5”, el nivel más alto, dispone de 36.217 puntos. Cada punto vale aproximadamente 10 yenes, es decir, unos 0,06 euros. La persona dependiente que necesita servicios los obtiene a cuenta de los puntos asisgnados. Sobre el costo total, lo normal es que el 90% lo asuma el sistema de dependencia y el 10% la persona, aunque puede ser más según la renta.
Esos puntos pueden utilizarse para cubrir distintos servicios: atención en centros de día, ayuda a domicilio, ingreso en residencia, apoyo a cuidadores familiares, rehabilitación… Cada servicio tiene su “precio” en puntos, y es el usuario, asesorado por un gestor de caso “care manager”, quien le asesora en la decisión de cómo gastar su crédito.
Un caso para entenderlo mejor: Os presento a Keiko
Para entenderlo mejor, pensemos en Keiko, una mujer japonesa de 80 años, residente en Kamakura. Tiene demencia en fase moderada y problemas serios de movilidad. Desde hace meses no puede levantarse sin ayuda y tiene episodios frecuentes de desorientación. Su familia solicitó una evaluación y recibió el dictamen de Care Level 4. Eso les sopone obtener 30.938 puntos mensuales.
Tras considerar varias opciones, la familia opta por una residencia privada con habitación individual. Consultando la tabla; sí, esa tabla que estaba en la pared, vemos que un ingreso en habitación privada para alguien con Care Level 4 supone un coste total de 427.645 yenes al mes. De esa cantidad, Keiko solo paga el 10%, es decir, unos 42.765 yenes (aproximadamente 260 euros). A esto se le añaden los costes de las comidas (rondando los 45.000 yenes), lavandería y otros servicios no cubiertos, que sí paga íntegramente la familia. En total, el coste real para la familia ronda los 520 euros al mes.
Y aquí viene uno de los puntos clave: la transparencia. Todo está reflejado con claridad. Hay una tabla que te dice qué nivel tienes, cuántos puntos te corresponden, qué cubren y qué no. No hay ambigüedad ni letra pequeña. Uno puede saber desde el primer día qué parte paga el sistema y qué parte pagará la familia. Y eso, cuando hablamos de decisiones difíciles como el ingreso de un ser querido en una residencia, marca la diferencia.
Este enfoque, basado en puntos, permite una personalización difícil de lograr en otros modelos. No todas las personas con el mismo grado de dependencia necesitan los mismos servicios. Algunas querrán quedarse en casa con ayuda a domicilio. Otras preferirán combinar centro de día y apoyo nocturno. Algunas necesitarán más atención física, otras más acompañamiento y apoyos. El sistema de puntos permite modular todo eso.
Además, introduce un concepto interesante de corresponsabilidad. El copago no es simbólico: obliga a las familias a considerar bien qué servicios eligen, sin frivolizar ni sobredimensionar la necesidad. Pero al mismo tiempo, los costes están lo suficientemente compartidos como para que nadie quede excluido por razones económicas. Al menos en teoría.
¿Te interesan los viajes geroasistenciales que organiza Inforesidencias a distintos países?
¿Y en España?
Comparar con España es inevitable. Aquí también tenemos grados de dependencia, valoraciones públicas, prestaciones económicas o en especie. Pero no tenemos una tabla clara como la japonesa. No tenemos puntos. Y muchas veces, lo que tenemos es incertidumbre. Familias que no saben cuánto les va a costar una plaza en una residencia pública, qué parte cubre la ayuda a domicilio, o si les llegará la prestación antes de que llegue la dependencia severa.
Lo más sangrante si comparas el sistema japonés y el español es el tiempo que dura la traminación de las ayudas o servicios. En Jsapón nos hablaron de un mes entre solicitud y recepción del servicio, en España, menos de un año resulta casi increíble.
No se trata de copiar el modelo japonés. Japón tiene un contexto demográfico, fiscal y cultural muy distinto al nuestro. Pero sí podríamos inspirarnos en algunos elementos: la claridad, la previsibilidad, la flexibilidad. Y, sobre todo, la existencia real de un sistema. Uno que no dependa del azar, de la comunidad autónoma en la que vivas o de la buena voluntad de una trabajadora social, sino de reglas compartidas y comprensibles para todos.
La tabla que vimos en Kamakura Sasarindo no es solo un documento técnico. Es una manifestación material de algo que debería ser el corazón de cualquier política pública: el derecho a entender lo que se te ofrece. Saber a qué tienes derecho. Cuánto cuesta. Qué puedes elegir. Cuánto tienes que poner tú.
Porque cuando los cuidados se convierten en un laberinto, los más frágiles acaban perdiéndose.
Y a veces, todo empieza con una tabla.