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Maltrato y trato inadecuado en residencias. ¿De qué estamos hablando?

Maltrato y trato inadecuado en residencias. ¿De qué estamos hablando?

Por Josep de Martí
miércoles 01 de marzo de 2017, 19:43h

Periódicamente, coincidiendo casi siempre con algún "día internacional de...", los medios de comunicación publican lo que se puede conocer como "noticias porcentuales". Siempre resulta que un tanto por ciento de las personas hacen algo o les pasa algo.

Cuando hablamos de maltrato a personas mayores un porcentaje aparece siempre, pero éste difiere en cada caso.

Las cifras suelen rondar el 5% pero algunos estudios establecen horquillas entre el 4,7 y el 12% (o sea, del 300%).

¿Por qué es tan difícil poner dimensión al problema? Supongo que porque hace relativamente poco tiempo que nos hemos dado cuenta de que se trataba de una realidad preocupante y porque todavía estamos delimitando de qué hablamos cuando hablamos de maltrato a mayores.

Se suelen identificar varios tipos de maltrato entre los que están los comúnmente aceptados (físico, psicológico, económico, sexual) y otros como el "maltrato afectivo" o "maltrato intelectual", que no siempre se tienen en consideración y son de más difícil cuantificación. Además, cuando se pregunta a la propia persona mayor cuándo se siente maltratada (como hizo el Imserso en la elaboración de su Guía de Actuación), resulta que cosas como que los médicos atribuyan cualquier malestar a la edad o la insuficiente cuantía de las pensiones son auto percibidas como un maltrato.

Como casi siempre, todos podemos identificar el maltrato cuando se da de forma clara y grave; el problema está en establecer los límites exteriores del concepto. Mientras sigamos buscando esa frontera, las estadísticas seguirán siendo dispersas.

Dejando a un lado el concepto, pasemos al lugar donde se produce y preguntémonos ¿son las residencias lugares que propician el maltrato o protegen del mismo?

Lo planteo porque hay estudios que destacan que el 72% de las víctimas viven con su agresor, y que la violencia contra mayores suele ser algo que se ejerce en el ámbito doméstico (en el 30% de los casos el maltratador es la propia pareja).

O sea, que esto del maltrato es más bien cosa de la casa que de la residencia (10% de los casos).

Y aún así, para muchas residencias, evitar que los residentes puedan sentir que reciben un trato inadecuado es algo que han puesto en el centro de sus preocupaciones, siendo quizás una de las causas que han llevado a la eclosión del modelo de atención centrada en la persona o a la racionalización y reducción del uso de contenciones.

Desde hace unos cuantos años participo en unas formaciones que impartimos a personal de residencia que se titulan “Fomentar el trato adecuado en la residencia”. Suelo impartir la primera clase y empiezo explicando una historia:

“Imagínate que tienes ochenta y cinco años, estás algo delicado tus familiares te han animado y convencido para que ingreses en la residencia y ahora estás a solas conmigo, el director del centro que te plantea un dilema:

Te doy dos opciones y necesariamente tienes que escoger una: ¿Prefieres que ahora mismo te dé un puñetazo en el ojo o que te diga que vas a compartir habitación con alguien que sufre demencia, que grita por las noches, que se arranca el pañal y que siempre que pueda tocará tus cosas?.

La situación es ridícula, el dilema increíble, pero una vez hemos aceptado que estamos en el “mundo de los casos prácticos” emerge la reflexión buscada: Todos estaríamos de acuerdo con que un puñetazo sería una forma de maltrato, sin embargo, la forma de asignar las habitaciones dobles en una residencia, en principio algo inocuo, puede ser vivido por el residente como peor que la agresión.

Esta ficción sirve para plantearse la siguiente pregunta: ¿Puede haber aspectos de la residencia que nosotros consideremos como normales pero puedan ser vividos como inadecuados por parte de los residentes?

Insisto en lo de “ser vividos” como inadecuados ya que lo que resulta capital es intentar ver la situación con los ojos del residente.

En todos los cursos que hemos impartido los asistentes ha detectado alguna de esas situaciones y han planteado formas de cambiar algo que permita modificar la percepción de los residentes. Todavía no hemos detectado alguno de esos maltratos que pudiesen ser equiparables al puñetazo.

Mi conclusión es que decir que “un 10% de los maltratos a mayores se producen en residencias” dice muy poco. Buscar elementos de mejora del trato es mucho más positivo aunque quizás no llegue a hacernos aparecer en los medios de comunicación.
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