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Necesito a mis amigos para ponderar la transformación del sector

Por Alejandro Gómez Ordoki
jueves 02 de mayo de 2024, 02:22h
Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales
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Alejandro Gómez Ordoki, Gestión en Servicios Sociales (Foto: JC)

Hoy he comido con mi buen amigo Álvaro Mosquera, un baluarte de Fundación Aspaldiko. Junto a Jose Ezkerra (Aita Menni), tan amigo como Álvaro y tan referente como él, me han enseñado buena parte de lo que sé en esto del cuidado a las personas mayores vulnerables. Ayer, sin ir más lejos en el tiempo y junto a mi amigo Aitor Pérez de Artetxe (Gerokon Consulting), regresé de un viaje a Sevilla para compartir con CECUA (Círculo Empresarial de Cuidados a Personas) algunas cuestiones de enorme calado y mayor importancia para el devenir del sector.

Anteriormente, en el plazo de un mes, el portal Inforesidencias.com organizó dos seminarios, con gran éxito de afluencia, sobre una de las cuestiones más críticas en la construcción del paradigma residencial de futuro: las ratios de personal. Esta vez, el amigo con el que intercambié opinión y reflexión fue Josep de Martí. Por el camino, otro amigo de largo recorrido, Jorge Morales (grupo Urgatzi), acuñador informal del término ACT (Atención Centrada en el/la Trabajador/a), me ayudó a separar el grano de la paja porque idear y operativizar no siempre son causa y efecto. Y, desde que tengo recuerdo profesional, Larraitz Olaizola (grupo Biharko), ha sido mi alter ego permanente para seguir aprendiendo con criterio y, especialmente, sin despegar los pies del suelo.

Con todas y cada una de estas personas he reflexionado en profundidad, coincidiendo o discrepando con naturalidad, acerca de temas clave en la transformación del cuidado residencial. Y quisiera que, además de mis amigos, alguien más me inspirara con sus argumentos para seguir confiando en la posibilidad de una transformación consecuente, posibilista y con conocimiento de causa. Por favor, absténganse advenedizos de cualquier índole y condición.

Asoman en el horizonte propuestas disruptivas que cambian radicalmente nuestra percepción colectiva sobre algunos aspectos nucleares del cuidado. Así, lo que hasta la fecha se sitúa justamente en el epicentro de la atención residencial (el personal gerocultor), podría empezar a perder su aura incuestionable y, en consecuencia, podrían abrirse nuevas puertas hacia escenarios en los que nada, o casi nada, se pareciera a lo que fue. Y si no me creen, estén atentos, ojo y oído avizor, por si algún dirigente de lo público nos sorprende con declaraciones que avanzan ideas sobre la posibilidad de diseñar residencias sin exigencia formal de ratios mínimas.

Las “evidencias empíricas” para tal propósito son tan etéreas como esperadas: lo hacen en países de nuestro entorno. Al parecer, los principios teóricos de la física cuántica se aplican, de facto, en el cuidado residencial porque la replicación de modelos se abstrae de la idiosincrasia, la cultura y la historia político-sindical -que diría mi amigo Aitor- del lugar que imaginemos al sur de los Pirineos. Una península en la que, como en Narnia, todo el mundo conoce el punto exacto en el que abrir un armario que nos teletransporta a Suecia, Noruega, Islandia, Estados Unidos o Australia sin necesidad de tarjeta de embarque.

Mal que nos pese, a día de hoy, la cultura residencial “subpirenaica” no se caracteriza por tener modelizados sistemas de evaluación continua para garantizar que la calidad de atención y cuidados se presta en coordenadas de satisfacción generalizada. Una garantía que ve drásticamente reducida su confianza si, a mayores, se plantean futuribles bajo el libre albedrío organizativo en un país en el que la picaresca es, más allá de “El Lazarillo de Tormes” o “El buscón”, una seña de identidad -también, mal que nos pese-. Así, en mi opinión, sin ratios mínimas en norma, tal cual está implementada a día de hoy la capacidad evaluativa del sector, podrían llegar a consolidarse modelos residenciales descompensados, incapaces de equilibrar el binomio fundamental del cuidado directo: en su primer miembro, el cuánto, para el qué, en el cuándo o ratio de personal en su proyección aptitudinal (tangibles del cuidado); en su segundo miembro, el cómo o ratio de personal en su proyección actitudinal (intangibles del cuidado).

A futuro, en función de los instrumentos evaluativos implementados y los compromisos de rigor y seriedad adquiridos, quizás puedan imaginarse marcos de atención sin exigencia de ratios. Y si estoy completamente condicionado en mi juicio por razonamientos inverosímiles y arrebatos impetuosos, tengo a mis amigos para que aterricen mis intenciones de viajar por la estratosfera residencial sin rumbo fijo.

Con mis amigos también cavilo sobre los factores que influyen en la percepción de la calidad. Y lo hago en una doble dirección: por un lado, incorporando al debate la perspectiva experta, esto es, el conocimiento adquirido en nuestra condición de gestores, analistas, especialistas y/o apagafuegos en el difícil arte de prestar cuidados residenciales; por otro, escuchando activamente las opiniones de residentes y/o entornos sociofamiliares como personas aportadoras de expertise en su condición de consumidores directos de atención y cuidados. En este sentido, no entiendo la interacción con mis amigos desde ningún apriorismo -soluciones magistrales sin soporte empírico- sino desde la dialéctica para convencer y nunca desde el dogma para vencer.

Por ello, con mis amigos me animo a codiseñar metodologías que nos ayuden a identificar aquellos factores que inciden directamente en la percepción de calidad y, de este modo, ponderar la transformación hacia un nuevo paradigma de cuidados. Un ejercicio clarificador de este propósito es, por ejemplo, demostrar que la función de calidad -por supuesto, enunciable cuantitativamente desde indicadores apropiados- es multivariada y no univariada, principalmente sintetizada por expresiones como Q=f(r) -la calidad es función de la ratio- o Q=f(p) -la calidad es función de la personalización-. Mis amigos me insisten en que la calidad es multidimensional.

Y claro, como los conozco y sé de su recorrido profesional, yo les creo a pies juntillas: “Alex, la calidad del cuidado es producto de la fuerza que imprimen distintos vectores. Si nos pides que aislemos a los vectores principales, te diríamos que hay dos campos de fuerza simétricos: campo hard y campo soft. En el campo hard, impulsan el cambio los vectores de clima laboral, eficiencia organizativa y arquitectura facilitadora; en el campo soft, detectaríamos vectores de personalización, interacción persona cuidada-persona cuidadora y conectividad comunitaria”. Como quería comprobar, para mis amigos la calidad es algo más que la síntesis que algunas voces se empeñan en proyectar. Esta correlación múltiple es algo que también he aprendido con ellos.

Mis amigos saben de lo que hablan, ya lo he dicho antes. Una pena que no participaran en la elaboración del Acuerdo sobre Criterios comunes de acreditación y calidad de los centros y servicios del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SAAD). De haberles consultado, estoy absolutamente convencido de que algunos brindis al sol no se habrían hecho. En ciertos aspectos porque mis amigos tocan realidad desde la propia experiencia profesional; en otros, porque interpretan la cotidianeidad de los centros desde el contacto directo con los mismos. Y sin saberlo a ciencia cierta, presumo que quienes realmente están tejiendo la red residencial del futuro lo hacen desde la teoría y no desde la condición de ser cocineros antes que frailes.

A este respecto, me consta que alguno de mis amigos, buen cocinero y, por ende, ducho en el manejo de proporciones e ingredientes, dudaría de algunas afirmaciones sin contrapunto metodológico. ¿Por qué el futuro pasa por unidades de convivencia como única medida arquitectónica garante de calidad cuando es inabordable la completa rehabilitación del total de parques residenciales existentes en la actualidad? ¿Y por qué unidades de 15 plazas y no de 12, 6 o 27? Y más inverosímil si cabe habida cuenta de su teórico efecto inmediato para el conjunto del Estado al tratarse de un requerimiento transversal que afectaría a todas las normativas: ¿por qué el personal necesario no es sensible al perfil de dependencia y, en consecuencia, una ratio fija para el nivel Ad1N es una suerte de reducción al absurdo en toda regla si consideramos que el propio BVD plantea miles y miles de perfiles teóricos posibles?

A pesar de los pesares, mis amigos y yo no flaquearemos en aportar nuestra experiencia. Naturalmente, si nos preguntan. Aunque, es muy posible, que incluso sin preguntar. Nos interesa participar del cambio por pertenencia demográfica: somos del babyboom. Dicen que a la fuerza ahorcan. Veremos; o, tal vez, no.

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